
Con un papel en la mano con la dirección de un centro de salud mental ubicado en la provincia de Buenos Aires, nos alejamos de Cristina.
No sabíamos el por qué ni el cómo, pero para cuando lo razonamos ya estábamos en camino.
Clara manejaba nerviosa,yo, a su lado, no alcanzaba la fuerza necesaria como para poder hablar.
Finalmente, cuando nos detuvimos a cargar nafta y comprar una gaseosa, se rompió el hechizo del silencio.
- ¿Qué pensás que es mejor hacer? - me preguntó Clara
- Ni idea.Supongo que ir.¿Estamos yendo, no? - contesté
- Sí, claro, pero aún no se me ocurre por dónde empezar a razonar - agregó Clara
Nos subimos al auto, y el silencio volvió a acompañarnos.
Se notaba en nuestras miradas que toda la energía del momento estaba centrada en descubrir algún dato que se nos hubiera escapado.Necesitábamos tener una conjetura, aunque fuese ridícula, que nos permitiera tejer algún plan, que nos diera una mínima razón que justificara el viaje.
Casi al llegar, Clara se dignó a hablar.
- Bueno, esto es lo que vamos a hacer -dijo
- Decime, yo hago lo que vos me digas porque no sé me ocurre nada - contesté
- Acá lo que tenemos que averiguar es el por qué de los giros de dinero de Manuel a esta Institución. Seguramente, si nosotras le nombramos a Manuel, van a poder chequearlo en la parte contable y nos van a decir para qué paciente era el pago - dijo segura de tener la clave
- ¿Y si eso se maneja como confidencial?Nunca estuve en un lugar así - respondí
- ¿Confidencial? En este país la palabra confidencial agoniza frente a un billete de cien.¿Trajiste plata? - preguntó
- Sí, tengo - dije desconociendo a la Clara que tenía a mi lado, y al mismo tiempo envidiándole su capacidad de convertir su sangre en un cubo de hielo.
Estacionamos a una cuadra, y caminamos a paso acelerado hasta la puerta.
El edificio era tan gris como imaginábamos que serían sus pacientes.
En el acceso, una persona de seguridad nos preguntó adónde íbamos.
- Al sector contable - dijo Clara con una sonrisa seductora
- ¿Las están esperando? - preguntó el guardia
- Sí, sí
- Anúnciense entonces en la entrada - dijo mientras nos indicaba con el dedo el mostrador a nuestra derecha.
- Buenas tardes - dijo Clara a la recepcionista
- Buenas tardes - respondió la empleada
- Necesitamos entrevistarnos con alguien de Contaduría - agregó Clara
- ¿Por qué asunto? - indagó la rubia
- Un asunto personal y delicado que no me resultaría cómodo tener que contarle a usted, si me perdona - dijo Clara actuando como la mejor actriz de Hollywood
- Bueno...es que... yo no debería dejarlas pasar sin conocer el motivo - dijo
- Señorita, esto no es Disney, se supone que los que venimos acá tenemos un motivo bastante triste que no nos gusta tener que vociferarlo,¿me entiende? - insistió Clara
- Entiendo.Bueno, contaduría es en el primer piso.Digan que la recepción estaba vacía y que por eso pasaron.Yo no quiero problemas - expresó algo nerviosa la empleada
- Ningún problema, jamás te vimos - dijo Clara antes de que nos alejáramos por el pasillo
Desde el pasillo que nos tocaba recorrer hasta la escalera, se podía ver por sus ventanas a algunos pacientes que arrastraban su cuerpo por el piso de baldosas tan grises como el cielo.Sus miradas perdidas en el horizonte y las palabras sin sentido que se les escuchaba balbucear, daban una triste idea de un presente solitario y vacío de razones.
El cartel de Departamento Contable se alzaba frente a nuestros ojos.
Golpeé a la puerta hasta escuchar el ¡pase! que venía desde el interior.
- Buenas tardes- dije a la Señora de camisa celeste que se encontraba en el único escritorio ocupado de la oficina.
- Buenas tardes - respondió forzando una sonrisa - ¿Vienen a hacer algún pago?
- No precisamente, pero venimos a consultar por un pago - dijo Clara antes de que yo dijera algo que embarrara el plan
- ¿Necesitan un comprobante que no les llegó? -preguntó la empleada
- Exacto - dijo Clara
- Díganme los datos del paciente - solicitó la mujer
- Bueno, eso no sabríamos decirle - agregó Clara
- ¿Y cómo pretenden que se los de? ¿Tienen otro dato? - preguntó
- Es que es un comprobante que necesita nuestro jefe y no nos dio el dato del paciente- dijo Clara
- Bueno, a ver, ¿de qué fecha es?
- Acá tiene los datos.Fecha y número de cuenta de la que fue transferido - Dijo Clara mientras le entregaba un papel de los que nos había dado Cristina.
- Uh, pero es viejísimo.Déjenme ver - contestó la empleada, que a esa altura comenzaba a caernos mejor.
Ingresó los datos en la computadora.
El tiempo en que su disco procesaba la información nos regalaba un instante para que Clara y yo nos preguntáramos qué era lo que hacíamos en un loquero.A mí, sobre todo, me invadía una extraña sensación al detenerme en la sucesión de acontecimientos en torno a Manuel que me habían llevado hasta allí.
Una esposa cualquiera no se hubiera tomado el trabajo ni la molestia de dedicar tantas horas de su vida a una investigación tan precisa de los hechos, y lo hubiera echado como un perro a la vereda sin tiempo de que diera su versión.Ni siquiera podía imaginarme a Laura con el interés suficiente como para hacer tan minuciosa tarea de indagación.
Al cabo de un rato, la amable señora levantó la mirada.
- Ya tengo lo de ustedes.
El ruido de la impresora nos hizo temblar de ansiedad y temor a lo desconocido.
La mujer extendió una hoja con la fecha de la primera transferencia, el nombre del pagador, y por supuesto, el nombre del paciente.