lunes, 31 de agosto de 2009

¿Desliz o venganza?



Me pasó a buscar puntualmente.
Estaba realmente lindo, vestido de absoluto negro y bronceada la piel.

Apenas me vio, sonrió.

- Estás muy linda - dijo

- No te quedás atrás - respondí con algo de audacia.


Fuimos a cenar a un restaurante que, según me dijo en el camino, estaba bastante de moda y que había ganado popularidad por lo íntimo del ambiente.
Mesas bajas, velas y el mejor sushi, acompañado de un buen vino.

Hablamos mucho, sólo al comienzo me contó la propuesta laboral, la modalidad de trabajo y un estimado del salario, que era muchísimo más tentador que lo que ganaba en el teatro.
El resto de la noche, nos fuimos conociendo.

Javier era argentino, nacido en Rosario. A los veintidós años había decidido ir de aventura por el mundo junto con un amigo y terminaron en Nueva York, después de ser camareros durante mucho tiempo en Miami. Por las tardes, había estudiado fotografía, dedicándose por completo a esa pasión y retratando todo lo que se cruzaba en su camino, casi como un adicto. Después de presentar su trabajo en muchas empresas, fue Alan quien le había brindado la oportunidad de un empleo como fotógrafo, cinco años atrás.
Estaba soltero. Solterísimo.

A medida que pasaba la noche e iba haciendo efecto el vino, yo alternaba mis pensamientos entre lo atractivo de Javier y mi odio hacia Octavio. Repasaba las malas experiencias, sumaba desilusiones, restaba desaciertos y el resultado, entre copa y copa, era buscar un escape en Javier. Divertirme, cambiar el rumbo, poner punto final a lo que me perjudicaba, sin pensar más allá.

Una osadía inusual me encontró acariciándole el pelo mientras él manejaba por la calles de New York en el regreso. Estaba mareada, pero consciente. Y nunca tan audaz.
Por supuesto, que el final es casi obvio.

Fuimos a su departamento y, antes de que pudiera mirar la decoración del living, ya estábamos quitándonos la ropa.
Puro impulso, sensaciones. Era libre de mi pasado por un rato. No había Manueles ni Octavios. Ni buenos, ni malos.
Javier y yo, motivados por la atracción del momento.


Amanecimos juntos, abrazados.
Preparó el desayuno y lo trajo a la cama mientras abría la ventana para que entrara el sol.
Me miró, sonrió y no me importó si la noche había sido una equivocación o una hazaña.
Me sentía feliz.


Claro que la felicidad era efímera. Sobre todo considerando que siempre había alguien dispuesto a recordarme que debía pedir permiso para disfrutar.

martes, 25 de agosto de 2009

En movimiento



Tardé dos días en llamar a Javier para manifestarle mi intención de aceptar la propuesta.

En mi interior ya había decidido que era una buena posibilidad que no podía desperdiciar, sobre todo, considerando las palabras de Laurie que anticipaban el final de la obra, pero esperé un tiempo prudencial para dar mi respuesta con la clara intención de no sonar desesperada.

- Hola - atendió Javier.

- Hola, Javier, habla Miranda. Soy la chica de... - comencé a decir.

- No hace falta que me aclares, estaba esperando tu llamado - me interrumpió.

- Ah, genial - dije - Era para decirte que estuve analizando la idea y creo que puedo ser capaz de intentarlo.

- Es una excelente noticia - respondió con entusiasmo - ¿Puedo invitarte a cenar para contarte un poco más de la propuesta?

- Sí, claro, no hay problema - contesté sin dudar.

- Perfecto, ¿te parece que pase a buscarte en dos horas? - preguntó.

- Dale, me parece. ¿Recordás la dirección?

- Claro, tengo buena memoria para los asuntos de importancia - contestó.


Corté con la certeza de saber que estaba yendo por el camino correcto, que no había casualidades y que la aparición de Javier era mucho más que un simple encuentro en mi travesía.

Subí a mi cuarto y, después de bañarme, me enfrenté al placard en la búsqueda de un look adecuado. Como hacía mucho calor, opté por un vestido color claro, casi blanco, y unas chatitas plateadas que combinaban con el herraje de mi cartera. Cuando estaba lista subió Lucía, que se ofreció a prestarme su mejor perfume.

- Esto es más que una cena de negocios, ¿no? - me preguntó sentada en el borde de mi cama.

- No creo, Lu - respondí - por lo pronto es una posibilidad nueva, que llega justo en el momento en que empezaba a creer que todo volvía a desmoronarse.

- ¿Pero qué tal está Javier? ¿Es lindo? - siguió.

- Sí, es muy atractivo. ¿Eso te alcanza para hacerte la película? - me reí.

- Me sobra, Mir. No veo la hora de que conozcas a un tipo como la gente. Voy a cruzar los deditos, ¿me dejás?

- Te dejo que cruce los dedos para que esta sea una buena posibilidad laboral - respondí.

- Bueno, bueno, por algo se empieza - contestó.


Un rato después sonaba el timbre que anunciaba el inicio de mi nueva movida sobre el tablero de ajedrez.
El mismo que tantas veces me había visto derrotada en sus casilleros.

domingo, 23 de agosto de 2009

Pies al cielo



- Dale, ¿por qué no? - fue mi forma de aceptar que me lleve.


Su auto estaba a pocas cuadras, en el estacionamiento de la agencia. Caminamos a paso lento, hablando de cosas triviales que aflojaban la tensión que suele existir entre dos personas que acaban de conocerse.

Esperé junto a la entrada a que retirara su auto. Apenas me subí, pude ver que el asiento de atrás apilaba carpetas con producciones fotográficas y un bolso que supuse que contenía material de trabajo. Detectó mi mirada y me permitió que curioseara aquello que me interesaba.
Tomé la carpeta más grande y descubrí un mundo de mujeres en blanco y negro y tonos sepia. Miradas impactantes, siluetas casi celestiales. Imaginé mi perfil en alguna toma de su lente, mis hombros al descubierto, el pelo cayendo apenas sobre un costado. Sentí entusiasmo y él lo percibió en la dedicación con que me detenía en cada imagen.

- ¿Te gustan? - preguntó cuando ya estábamos por llegar.

- Sí, me encantan. Siempre me gustó la fotografía pero jamás sospeché que alguien podría verme como un objeto que merezca ser retratado.

- No sos precisamente un objeto - rió - Te corregiría diciendo que sos algo que podría hipnotizar a cualquier ojo con buen gusto.

- ...

- ¿Dije algo malo? -quiso saber.

- No, no, sólo que me sorprendió tu definición. No la esperaba -dije tímidamente.

- ¿ Es acá ? - preguntó cuando estábamos a diez metros de la puerta de entrada.

- Sí, acá vivo -dudé - ¿Querés pasar y mostrarme el resto de las fotos?

- Me encantaría, pero no quiero invadirte. Creo que necesitás pensar la propuesta sin nada que te influencie. En ese caso, la influencia seríamos yo y mis ganas de que posaras ante mis ojos.

- Bueno, como prefieras. Lo pienso y los llamo. Te llamo.- me corregí.

- Perfecto. Gracias por - hizo una pausa - por dejar que te acompañe.

Lo saludé y me bajé del auto con su perfume colgando de mi nariz. Mis pies parecían separados del suelo y mi cuerpo invadido por sensaciones encontradas.
Abrí la puerta aún nerviosa por el encuentro, rebobinando sus palabras y sus gestos.

Apenas vi a Lucía en la cocina le dije:

- Voy a renunciar al teatro. Tengo un nuevo trabajo.


viernes, 21 de agosto de 2009

¡Click!



- Hola, encantado, soy Alan - dijo el más bajo mientras estrechaba mi mano.

- Yo soy Javier - agregó el compañero, más alto y muchísimo más atractivo.

- Bueno, ya saben que soy Miranda Rey, no hace falta que me presente - dije sonriendo.

- Por supuesto que no, eso sería una redundancia - siguió Alan en perfecto inglés.

- Me gustaría que me dijeran por qué motivo me buscan. ¿Son de migraciones? Puedo mostrarles mi permiso de trabajo, tengo todos los papeles en orden - volví a sonreír.

- No - rió Javier - no hace falta, no tenemos nada que ver con el gobierno. ¿Podremos invitarte con un café en el bar de enfrente?

- Por supuesto, esto ya empieza a intrigarme - dije.


Nos sentamos en la única mesa disponible junto a la ventana. El reflejo de la luz caía sobre el perfil de Javier y me regalaba una porción de su masculinidad y unos inmensos ojos negros que me miraban.

- Los escucho.

El que hablaba era Alan, que parecía ser quien manejaba los negocios. Cada tanto, Javier agregaba un comentario y volvía a incomodarme con su mirada. No porque lo hiciera de manera incorrecta, sino porque lograba que mi cuerpo respondiera de forma extraña al encanto que escondían sus ojos.

- Queremos proponerte que trabajes para nosotros - continuó Alan, logrando que volviera a concentrarme en su discurso.

- ¿Algún papel en una obra? ¿Televisión? - pregunté controlando mi ansiedad.

- No precisamente. Queremos que te dediques a la moda - sonó convencido de su plan.

- ¿A la moda? Yo no soy modelo - agregué desorientada.

- Tenés todo para serlo - metió su bocadillo Javier y yo le devolví una tímida sonrisa como agradecimiento.

- Tenemos algunos clientes que están buscando una cara nueva para su marca. Sería cuestión de presentarles una serie de fotos para que ellos den la última palabra, pero conocemos su gusto y creemos que sos la imagen perfecta para ciertos productos - siguió Alan - Javier es el fotógrafo de la agencia, podrían combinar, si te interesa, para hacer la producción fotográfica.

- ¿Puedo pensarlo? Yo soy actriz y acabo de encontrarme con la posibilidad de actuar en un mercado apropiado para mis expectativas. No sé si deba dejar ese camino - dije con sinceridad pero sin descartar la propuesta.

- Podés pensarlo, claro - se sumó Javier - Pero deberías considerar esta oportunidad como un escalón que puede llevarte más alto.

- Bueno, yo los llamo. ¿Si?

La reunión terminó al despedirnos en la puerta con la promesa de mi llamado.

Hice dos pasos en dirección a la avenida cuando un chistido me obligó a darme vuelta.


- Perdoname - gritó desde unos metros más atrás - ¿te puedo alcanzar a tu casa?


Era Javier, el fotógrafo de ojos negros.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Detrás de la actriz



La semana se convirtió en un caldero donde se mezclaban la partida de Clara, mi desilusión por la paternidad de Octavio y la propuesta de Manuel.
Todo revuelto, crudo, cocinándose en mi cabeza.

El toque de condimento llegó de la mano de Laurie. Miranda, no creo que duremos mucho tiempo en escena. Las críticas suelen afectar la boletería y esto, más allá del arte, es un negocio.

A ocho días del estreno, Laurie sentenciaba el final de mi ilusión de triunfar en Broadway.
El era entendido en ganancias y pérdidas de producciones teatrales. Yo, sólo de aquellas del corazón.

Lo miré con desazón y le pedí que me contara cuáles eran sus planes a corto plazo. Si esto no se revierte bajamos el telón.

Habíamos terminado una nueva función con varias butacas vacías que ya no se llenaban con familiares y amigos. Los aplausos sonaban opacos y sin entusiasmo. El brillo sólo le pertenecía al vestuario y ciertos toques de maquillaje.

El éxito me esquivaba en mi vida personal y profesional. Las dudas se convertían en mi almuerzo diario. Octavio, Manuel, Nueva York, ¿qué hacer con ellos?
La distancia no favorecía ninguna de mis decisiones. De haber estado cerca de Octavio hubiera podido mirarlo a los ojos y saber al menos si estaba enamorado de ella, de mí. Con Manuel, lo mismo.

Até los cordones de mis zapatillas, me recogí el pelo con una hebilla y me despedí de los actores.
Vi a Laurie hablando con otro productor que fruncía el ceño cuando salía.

Al llegar a la puerta, dos hombres me miraron. ¿Miranda Rey? preguntó el más alto. Se acercaron apenas hice un gesto afirmativo.Me entregaron su tarjeta y comenzaron a hablar.


El día que el teatro bajó el telón por última vez, yo ya no formaba parte del elenco.


viernes, 14 de agosto de 2009

Teléfono descompuesto



Miranda
- Manuel. ¿Cómo conseguiste mi celular?

Manuel
- Hola,¿no?

Miranda
- ¿Podés contestarme?

Manuel
-Seguís sin saludarme. No seas así. Hace mucho que no hablamos, dale.

Miranda
-Hola. Decime cómo conseguiste mi número.

Manuel
- Ay, ay, chiquita. Parecería que te hubieras olvidado de lo hábil que puede ser tu marido.

Miranda
- Eso no me responde.

Manuel
- Digamos que tu amigota le dejó tu teléfono a su madre por si había una emergencia y no podían ubicarla. Fue fácil, soy uno de los mejores abogados, Mir. La llamé, le dije que tenía que hablarte urgente y que en el teléfono de Lucía me atendía el contestador. Y para que no desconfiara, hasta le repetí en voz alta el número, así podía confirmar que realmente yo lo tenía.

Miranda
- Clap, clap, brillante lo tuyo. Yo te pregunto ahora ¿todo eso para qué?

Manuel
- Para escuchar tu voz reconociendo que no me equivoqué.

Miranda
- Lo dudo. Vos te equivocaste y mucho.

Manuel
- No en relación a Octavio. ¿O miento?

Miranda
- Ay, Dios. No te creo que me llamaste para regodearte con lo que me pasa. Ahora, decime, ¿también te enteraste de eso sólo por ser abogado?

Manuel
- No, no. Me los crucé por el Microcentro. Iban los dos muy abrazados, en pleno idilio. Me paré a saludarlos y todo. Viste que soy un señor...

Miranda
- ¡No seas caradura! Podrás ser un buen abogado pero te faltaría rendir algunas materias de esta vida.

Manuel
- Bueno, bueno, estás molesta. Yo también lo estaría en tu lugar.

Miranda
- Si ya terminaste con el patético llamadito humillante voy a seguir con mis cosas.

Manuel
- No, no terminé. Quería preguntarte si te parecía bien que me hiciera una escapada a verte. Ando con ganas de ver un par de musicales.

Miranda
- No seas ridículo, ¿querés? En todo caso eso deberías preguntárselo a Laurita. Creo que marcaste el teléfono equivocado.

Manuel
- No entendiste nada. Laura nunca podrá llegarte a los talones.

Miranda
- Ni hace falta que me lo aclares, mi querido, pero estaría bueno que le avisaras a ella, que parece que desde que le permitiste que me llame debe haber creído que tu amor era eterno. O tal vez sí, no lo había pensado. Deben ser almas gemelas, unidas en una vida pasada y separadas al nacer. Al final yo soy la mala del cuento, seguro. Ay, ay.

Manuel
- No digas pavadas. Sabés lo que me une a ella.

Miranda
- Yo no sé nada. Hace tiempo que dejé de entender.

Manuel
- ¿Cuándo viajo entonces?

Miranda
- Tengo cosas importantes que hacer, Manuel, como fumarme un cigarrillo en la vereda. Hasta luego.



Lo dejé hablando solo y yo me quedé hablando conmigo misma.

Algunas cosas podían leerse entrelíneas.
-Manuel no sabía del embarazo, pero los había visto juntos.
-Se empecinaba en recalcar, una vez más, que Laura no era el amor de su vida.
-Quería venir a verme.

Temí que mi desilusión con Octavio me estuviera volviendo vulnerable cuando se me atravesó un extraño pensamiento: ¿Qué pasaría realmente si volviera a ver a Manuel?


jueves, 13 de agosto de 2009

Desconsolada



En esos minutos en que abracé a Clara sentí el doble de mi propio peso en cada párpado.
La tristeza, la duda y la indignación se habían apoderado por completo de mi mente y no quedaba lugar para un mínimo de razonamiento.

Cuando Clara me alejó de su lado, para acomodarme el pelo y secarme las lágrimas en un gesto de ternura, se encontró con mi mirada perdida, viajando a miles de kilómetros de donde estábamos.

Insistió en que le prestara atención a lo que estaba por decirme. Juraría que tuvo que repetirlo varias veces aunque no podría precisar cuántas.

- Mir, escuchame. Tenés que ser fuerte, que no se acaba el mundo - dijo - Tal vez era algo que estaba en tu destino. Quien sabe lo que viene sea mejor para vos, ¿entendés?


Ni un gesto de mi parte. No podía asimilar lo que ella me decía ni aunque hubiera sabido que sus palabras eran un mantra divino.
Mi cuerpo estaba frente a Clara pero mi mente buscaba oxígeno en alguna verdad que no estaba en condiciones de suponer, ni con fuerza suficiente como para averiguar.

- Miranda, basta. Mañana tenés función, vos no podés estar así. Está tu carrera en juego, tu sueño, tu oportunidad - volvió a decirme - Entremos, dale. Te hago un tecito y nos sentamos juntas a charlar de otras cosas, ¿querés?

Yo no quería, pero me obligó a entrar.

No lo supe en ese momento, pero más tarde Clara me contaría que mi cara de desilusión era tan notoria que apenas atravesamos la puerta El Tano le hizo un gesto de advertencia, indicándole que después hablarían.
Cuando me lo contó sentí culpa pero a ella no pareció importarle. Vos sos mi amiga, me dijo, él llegó después. Y con eso dio por sentado lo que yo ya sabía, que su amistad era incondicional.


Cuando recobré el mínimo de lucidez, después de fumar casi medio atado y tomar un té sin azúcar, me senté frente a la computadora y escribí:

Octavio, sin duda no te imaginabas este mail.
Te aseguro que yo tampoco.
Cuando me pediste que respetara tu decisión de alejarte un tiempo, lo primero que hice fue bloquearte porque no quería enterarme nada de vos. Claro que en mi interior sabía que si tenías ganas de ubicarme encontrarías la forma. Después de todo no hubiera sido tan difícil, ¿no? Ahora entiendo porqué no diste señales...

Por más que decidí mantenerme fuera de tu alcance, hoy las noticias vinieron a mí. Me cayeron encima con todo el peso de lo que habíamos construido y proyectado para los dos, sin aviso.

Así, inerte y desconsolada como estoy ante la novedad, decidí escribirte.
Sólo quiero decirte que me decepcionaste más que el mismísimo Manuel, y eso es decir demasiado. ¿Y sabés por qué? Porque de vos jamás, pero jamás, hubiera esperado semejante acto irracional. Mucho menos que me lastimaras de esta forma.

De nada sirve lo que te escribo ahora, lo sé.
No puede borrarse lo que pasó y hacer de cuenta que nunca existió. Qué fácil sería ¿no?

Sólo me quedaría desearte suerte, si acaso pudiera.
Pero ni eso me sale decirte.

Miranda.



Apreté enviar y me quedé contemplando un rato la copia en el buzón de salida, dándole voz a mis propias palabras, intentando convencerme del final.


Estaba con la mente ausente y los ojos fijos en el monitor, cuando sonó mi celular.

Era Manuel.

viernes, 7 de agosto de 2009

Rimmel




Encendí un cigarrillo antes de que Clara comenzara a hablar.


Clara
- Hablé con en El Tano. Le dije que me contara por qué motivo te había mandado un mail pidiéndote tiempo.

Miranda
- Bueno, decime. No des tanta vuelta. Si es malo prefiero saberlo de una sola vez.

Clara
- Y... es malo, amiga. No sé cómo decírtelo.

Miranda
- Clara, ¡por favor! Ya está, tarde o temprano me lo vas a decir, entonces hablá.

Clara
- ¿Viste que él andaba con la rubia?

Miranda
- Sí, eso lo sabemos. ¿Qué pasa con la rubia?

Clara
- Está embarazada.

Miranda
- ¿Qué? ¿Cómo embarazada? ¿De Octavio?

Clara
- Sí, Mir, de Octavio. Si fuera de otro no te lo contaría como algo malo...

Miranda
- No puede ser, no. Si Octavio es un tipo inteligente...no pudo descuidarse así. Es imposible Clara, ¿estás segura?

Clara
- Me lo dijo El Tano y es su mejor amigo. Yo creo que...

Miranda
- Que me tengo que olvidar, ¿no? ¿Eso me ibas a decir?

Clara
- Sí, es lo mejor.

Miranda
- ¿Me decís vos cómo hago para olvidarme del tipo del que me enamoré y por el cual dejé mi matrimonio? Por él estoy acá, ¿entendés?

Clara
- No, Mir. No mezcles las cosas. Vos dejaste a Manuel porque era una basura que te cagaba con una loca, y vos estás acá porque era tu destino. Acá pudiste intentar ser algo más corriéndote de la mirada de tu entorno. ¿ O no lo ves?

Miranda
- No veo nada, Clara. No puedo ver nada.



Realmente no podía ver.
Las lágrimas me nublaban la vista y la tristeza me apretaba la garganta.

Apagué el cigarrillo con el taco, presionando con rabia las baldosas.
Tenía la mente en blanco cuando Clara me abrazó.
Apoyé mi cabeza en su hombro y dejé que mis lágrimas cargadas de rimmel corrieran sobre el blanco de su camisa.

martes, 4 de agosto de 2009

La mala hora



Mi sexto sentido me torturaba.
Desde que me levantaba, hasta la hora de dormir, sentía el peso de un nubarrón cargado de tormenta sobre la nuca y una piedra del tamaño de un pomelo en la boca del estómago.
Algo andaba mal.

Lo único que me hacía olvidar de a ratos el sentimiento premonitorio, era Clara.
Paseamos todo lo que pudimos y hablamos hasta quedar afónicas.

Por supuesto, fue ella la que me contuvo cuando los medios se ocuparon de la obra.
Después de haber rescatado mi persona - conste que no mi talento - se dedicaron a criticar la puesta en escena, la dirección, la pobre interpretación y hasta la coreografía.

El ánimo en el teatro no se parecía en nada al del estreno, cuando las carcajadas y las miradas esperanzadas se asomaban entre las bambalinas. Ahora todo era silencio en los camarines, interrumpido por algún rumoreo en voz baja que sin duda tenía que ver con las noticias.

La cara de Laurie evidenciaba preocupación y eso se trasladaba a todos los que conservábamos la ilusión de protagonizar un éxito. A la prensa no le había gustado. Era una realidad y había que asumirlo.

La sensación de que algo malo estaba por ocurrir seguía latente, acompañándome por donde fuera. Había algo más, que no tenía que ver con el hecho de estar protagonizando un fracaso, y que aún no podía descifrar qué era.

Hasta que llegué a casa después de la función y vi las señas de Clara, alertándome de que tenía algo para decirme.
Le pregunté si me acompañaba a la puerta a fumar, aprovechando que la noche estaba linda. Por la mirada del Tano, que nos atravesó la espalda, supongo que intuía que ella iba a contarme lo que él había revelado sobre Octavio. Su cara de resignación fue lo último que recuerdo haber visto antes de concentrarme en las palabras de Clara.

La verdad que tenía para decirme confirmaba que mi sexto sentido funcionaba como un reloj.
Ese reloj marcaba el inicio de la mala hora.