sábado, 7 de agosto de 2010

Hilvanando mi historia


Luego de esta pausa voy a intentar retomar mi historia desde el punto en que la dejé.
Según mi terapeuta: "te va a hacer bien".
Veamos si es cierto.



Manuel estaba convencido de que el hijo que yo esperaba era suyo. No tenía pruebas, ni certezas, tan sólo la propia convicción que reinaba en su mente enferma.
No contento con mi huida de la clínica, después de dejarlo masticando mi nombre en la puerta, retomó el contacto por teléfono.
Llegó a llamar durante tres horas seguidas, y cuando digo seguidas me refiero a sin interrupción.
Finalmente, a las diez de la noche de un día que ya no recuerdo si era jueves o martes, lo atendí.

- Ay, mi amor - dijo con sensación de alivio - soy tan feliz de escucharte.

Hice silencio. No pensaba hablarle.

- Mirandita, vamos a tener un hijo. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelo?

Callé, tragué saliva y continué callada.

- Hablame, amor, ya no tenés que estar enojada conmigo. Ahora vamos a ser la familia que siempre debimos ser. ¡Viste que la vida siempre se ocupa de terminar lo que nosotros dejamos a medio hacer!

Y ahí hablé por primera vez, dispuesta a terminar con ese circo que se inventaba Manuel.

- No hay nada a medio hacer salvo el divorcio. Este hijo que espero es de Javier y con él tengo lo que yo llamo familia.

Cuando escuché que volvía a tejer una frase, le corté-.

Supe que había algo mal en mi discurso. Yo no tenía con Javier una familia. Tan sólo la intención de que lo fuera.
La proximidad de Manuel servía para obligarme a achicar distancias con lo único sano que había encontrado en mi vida. Su aparición, era el instrumento que me permitía contrastar el yin y el yan, los polos opuestos, el bien y el mal.

Tomé el celular y escribí, cobardemente.

- Javi, volvé.

Antes de la medianoche pude escuchar la llave en la cerradura.