jueves, 29 de octubre de 2009

Después de la fiesta




Sentadas en un paisaje de vasos rotos, papel picado y pisos sucios, tuvimos un momento para estar tranquilas y hacer los comentarios post- fiesta, imprescindibles entre amigas.

- ¡Uf, qué fiesta!- dijo Clara mientras se desprendía la correa de las sandalias.

- Ni me lo digas. Demasiadas emociones, amiga.

- Contame, ¿qué pasó con Octavio? - me preguntó.

- De todo. Todo- le contesté sabiendo que Clara entendería.

- ¿Todo? - rió - Sos tremenda, Mir. ¿Por qué? ¿Cuándo? - quiso saber.

- Y...que se yo, estaba demasiado borracha, me viste. Fui al baño porque no me sentía bien y se metió conmigo. Cuando me di cuenta estábamos los dos revolcándonos y ahí fue cuando me sentí peor.

- No, Mir, no te culpes. Nadie tiene que enterarse. A veces uno mismo se castiga complicándose las cosas. Uno elige estar aliviado o complicado con una situación. Creo que en tu caso es normal que optes por la segunda opción, como si no te permitieras vivir tranquila... - dijo muy seria.

- Eso sonó fuerte - le respondí - supongo que un poco de razón tenés.

- Es que estando tan bien con Javier no tenías necesidad de rebobinar la historia con Octavio. ¿Entendés?

- Sí, lo entiendo. El punto es que yo no tenía intención de rebobinar, sino de ponerle punto final. Supongo que extrañaba su cercanía o que quise probar que todavía podía ser influenciable a mis encantos. No sé, una pavada, Clara...

- Ya fue, olvidate de él. Ahora concentrate en Javier y en la propuesta de matrimonio.

- Sí, pero todavía no le contesté - le dije con un dejo de tristeza.

- ¿Por? Yo pensé que le habías dicho un si rotundo.

- No, no pude. El fantasma de Manuel se me apareció cuando pretendía abrir mi boca - contesté.

- Y claro, no es fácil. Hay que entender que no sos libre y que plantearle a él tu libertad puede ser un momento complicado.

- ¿Complicado? - reí - Va a ser espantoso. Lo conozco, voy a tener que pensar bien la forma de hablarlo porque su primera respuesta seguro será un no.

- Bueno, Mir, creo que llegó el momento de que empieces a definir cosas en tu vida. Si querés empezar a ser feliz tenés que hacerlo desde ahora.


La palabra ahora hizo eco en mis oídos.
Ahora. Demasiado tiempo había pasado desde que había creído que sería feliz al lado de Manuel.
Mi vida había girado ciento ochenta grados y mi hoy era una fotografía distinta de una Miranda transformada, con ganas de intentar otra vez, pero con otro protagonista que me daba muestras de un amor sincero y leal.


- La pregunta es: ¿vos querés casarte con Javier?- me interrumpió Clara mientras yo pensaba.

- Sí. Creo que es el amor que siempre estuve esperando.



Vi a Javier caminar entre los restos de la fiesta, con un ramillete de flores improvisado con un centro de mesa. Llegó a mi lado y me los entregó como si fueran una ofrenda. No dijo nada, sólo me miró y yo supe lo que pasaba por su mente.
Era simple de comprender la mirada de Javier y cada uno de sus gestos.
Detrás de sus pupilas, un océano de agua transparente me regalaba tranquilidad y la seguridad de saber que nada turbio podía alojarse en un alma sincera.


Y sentí que estaba convencida como nunca antes lo había estado.

lunes, 26 de octubre de 2009

La boda- última parte



Parecíamos felices.
La sombra de Octavio era eso, una sombra que se veía solamente cuando los focos lo iluminaban, parado junto a la pared como un humilde espectador.

Clara sonreía, muerta de alegría y de amor en un día inolvidable que yo había estado a punto de empañar por culpa de mi estabilidad emocional.
El flash nos apuntó una y otra vez, a pedido de mi amiga, para inmortalizar el momento.

- Saco fotos para que miremos cuando seamos viejitas, con nuestros amores y tu sobrino en camino- decía.

Yo me limitaba a devolverle la sonrisa mientras cruzaba los dedos para que de una vez por todas el sueño de Clara se hiciera realidad. Por ella y por mí.


Llegó el momento de arrojar el ramo.

- ¡Vamos! ¡Vengan todas las solteras! - gritó Clara.

Yo me mantuve al margen, abrazando a Javier por la espalda mientras él le dedicaba su atención a una porción de cheese cake.

- ¡Dale, Mir! - dijo - ¡Vos estás separada, no casada!

Me tomó del brazo y me ubicó delante del grupo de mujeres que se empujaban como si estuvieran en medio de una rebaja de zapatos de marca.

- ¡A la una, a las dos y a las tres! - gritó.

El ramo inició su viaje por el aire, flameando sus cintas de raso en lo alto hasta emprender el descenso como un avioncito de papel.
Aterrizó justo entre mis manos, sin que me diera cuenta.
Las solteras me miraron con un dejo de desprecio como si les hubiera usurpado la posibilidad de conseguir una pareja para toda la vida.
Clara me abrazó, riendo a carcajadas, como si ese fuera el broche de oro para una fiesta memorable.

Posé junto a la feliz pareja, sosteniendo las flores algo aplastadas, en lo que imaginé que sería una postal para nuestra vejez.


Javier me llamó con un dedo y fui a su encuentro.

- Creo que valió la pena venir hasta acá - me dijo - Fui testigo del momento que, por tradición, puede simbolizar el inicio de nuestra vida juntos.

- Bueno, es sólo un ramo - le respondí muerta de miedo.

- Claro que es sólo un ramo aunque no deja de tentarme la idea.

- ¿Qué idea? - le pregunté.

- La de casarnos y formar una familia - respondió.

- Creo que vos también estuviste tomando en exceso.

- No, amor, estoy más lúcido que nunca. Me gustaría que nos casáramos.

- ¿Es una propuesta? - le pregunté.

- Sí, lo es.



Después de darle el beso más tierno, corrí hasta Clara y le dije:

- Me propuso matrimonio, pero yo ya estoy casada.

- Y eso que importa, te divorciás y listo- agregó feliz con la noticia.

- No va a ser fácil que Manuel acceda.

- Lo obligamos, no te preocupes - sentenció - que te deje vivir de una vez.


Clara se dio vuelta y comenzó a gritar:

- ¡Mi mejor amiga se casa! ¡Miranda se nos casa!

Los invitados aplaudieron mientras Javier me miraba lleno de amor.

A lo lejos, Octavio también me miraba pero con una extraña mezcla de tristeza y celos.


martes, 20 de octubre de 2009

La boda- parte 9



Comimos el postre en absoluto silencio.
Cada tanto se escuchaba una voz por lo bajo, la de Lucía que dialogaba con Gerardo, temerosa de interrumpir el mutismo reinante.
Todo era incómodo, hasta el mínimo sonido de la cuchara rozando el plato.

Por suerte, los parlantes vibraron otra vez con música de los años ochenta y el silencio se llenó de acordes que nos permitieron relajarnos, al menos por un rato.

Aproveché el bullicio para recargar energías y correr hacia el baño a retocarme el maquillaje.
Apliqué una brocha de rubor en las mejillas y un poco de brillo en los labios, antes de salir.
En el pasillo, recostado sobre la pared que no se veía desde el salón, estaba Octavio.


- Así que estabas de novia. No sé como interpretar entonces lo que pasó hoy entre nosotros - dijo.


Hice un minuto de silencio. Traté de pensar una respuesta sincera que no me condenara por el resto de mis días.

- Interpretalo como la conclusión de lo nuestro - respondí - y agradecele al alcohol. De otra manera no creo que hubiera ocurrido.

- Pero...yo pensé que... - comenzó a decir.

- Dejá - lo interrumpí- evitemos las frases que ilusionan en vano. Ya las dijimos una vez y acá estamos. Vos con la rubia, yo con Javier. Basta, tratemos de no lastimarnos.

- ¿Qué me querés decir? ¿Que lo nuestro está terminado? - me preguntó sorprendido.

- Creo que vos lo terminaste el día en que me pediste un tiempo ilimitado vía mail para después enterarme que ibas a ser padre. ¿No te parece motivo suficiente para interpretarse como un final?

- Pero nosotros nunca hablamos, yo no te pude explicar - agregó.

- Claro, ese fue el problema, que nunca hablaste.


Y lo dejé con la boca entreabierta, balbuceando excusas que me negué a oír mientras retomaba el camino a la mesa.


Tomé de la mano a Javier y lo invité a bailar junto a Clara y su flamante marido.
Los cuatro, por primera vez en la noche, podíamos disfrutar de un momento juntos sin que nada ni nadie lo opacara.



sábado, 17 de octubre de 2009

La boda- parte 8



- Hola, amor - escuché al oído.

Al darme vuelta lo vi a Javier, de impecable traje y amplia sonrisa.

- No pensarías que iba a ser tan mal novio como para no acompañarte en esta noche, ¿no?

No pude responderle. Solo lo abracé y me quedé pegada a su pecho, envuelta en su perfume.
Tomó mi cara entre sus manos y, después de decirme que estaba hermosa, me besó.
Confirmé que solo alguien realmente enamorado podía elogiarme en el estado en que me encontraba.

- ¿No te alegrás de verme? - me preguntó.
-¡Claro que sí! Es que estoy shockeada por la sorpresa, amor - le respondí.

En el fondo de mi ser creía ser sincera, aunque la culpa me carcomía por dentro.

Presencié los saludos pertinentes hacia Clara y El Tano y la complicidad en los ojos de Lucía, que había sido responsable de darle las indicaciones a Javier.

En medio de la pista, todos festejaban la llegada de mi novio, mientras yo buscaba con impaciencia a Octavio, para anticiparme al desastre que podía provocar un acercamiento de su parte en ese momento. Necesitaba hablarle, decirle que se mantuviera distante, que todo había sido un error.

La música se detuvo para que volviéramos a la mesa. Javier buscó una silla para sentarse a mi lado, cuando vi que Octavio regresaba para tomar ubicación.

- ¿Qué tal? Soy Octavio - se presentó.
- Hola, soy Javier, el novio de Miranda.

Un aire denso llenó el espacio que me separaba de Octavio, y yo bajé la mirada, muerta de vergüenza.

- Ah, mirá vos. No sabía que estuviera de novia - dijo.

- ¿No le contaste, amor? - me preguntó Javier.

Le hice señas de que no le diera importancia, para luego aclararle, por lo bajo, que era una relación pasada, que no debía hacerse problema.

Pero el problema ya estaba metido entre nosotros, no tanto por la desconfianza de Javier, que se mostraba celoso como cualquiera que debe enterarse que su novia no le aclaró a su ex de su existencia, sino porque las incómodas miradas se había adueñado de la fiesta.

Javier miraba con mala cara a Octavio, Octavio me miraba con desconcierto a mí. Lucía y Gerardo contemplaban la escena como espectadores de una miniserie de suspenso y yo fijaba la vista en mi helado con frutos rojos, imaginando lo lindo que sería que el plato se convirtiera en un túnel que me llevara lejos de allí.

jueves, 15 de octubre de 2009

La boda- parte 7



- Salgamos de acá antes de que alguien nos vea - dijo.


Fueron las primeras palabras de Octavio, las que me devolvieron a una realidad que incluía el pelo desaliñado y el maquillaje aún más corrido que antes.


- Andá vos, necesito arreglarme. ¿Dónde quedó mi carterita?


Me agaché para mirar por debajo de la puerta y alcancé a verla, apoyada junto al espejo. Cuando intenté levantarme, un malestar que no podía detectar de donde provenía se ocupó de recordarme que la mezcla de alcohol y sexo no traía buenas consecuencias.

- ¿Te sentís bien? - me preguntó Octavio - ¿Estás pálida?

- Hmm, no, la verdad es que no me siento para nada bien. Tengo una calesita instalada entre mi estómago y mi cabeza.

Me abrazó y me dio un beso en la frente que me obligó a cerrar los ojos y sentir como todo daba vueltas en mi interior.

- Andá, andá, dejame sola -dije

- Bueno, no tardes.

Se acomodó el pelo y alisó su camisa con ambas manos antes de atravesar la puerta. El ruido de la música se coló por la abertura y la imagen de Clara disfrutando de su fiesta fue lo único en lo que traté de pensar para intentar sentirme mejor.

Busqué en mi cartera el rubor y el brillo para labios aunque hubiera necesitado un producto capaz de borrar las ojeras y la culpa que me invadía en igual proporción.
Algo tan pesado como un montón de piedras se adueñó de la boca de mi estómago y no tuve otra alternativa que volver al baño para expulsarlo. Vomité litros de alcohol y otro tanto de preocupación y vergüenza.

Me mojé la cara y traté de retocar la palidez de mis mejillas. Después me ocupé de delinear lo morado de mis labios y de cubrirlos con un poco de color.
Aquella que veía frente al espejo era una Miranda confundida, desorientada, que maquillaba su cara y sus dudas como único recurso.

¿Qué había hecho? ¿Qué ganaba al revolcarme con Octavio en el baño de la fiesta de mi mejor amiga? ¿Cuál era el rumbo que pretendía que tomara mi vida a partir de ese hecho? ¿Qué lugar ocupaba Javier en la historia?

Miles de preguntas pulseaban buscando una respuesta que yo era incapaz de darme a mi misma.
Ni siquiera había podido hablar con Octavio para saber cuáles eran sus intenciones para conmigo.


Una señora entró al baño y fue la excusa perfecta que encontré para volver al salón. La música y las luces parecían empeorar mis sensaciones, hasta que la vi a Clara, haciéndome un gesto para que me acercara.
Me abrazó sin dejar de bailar y me dijo al oído:

- Te quiero, amiga. Perdoname por poner a Octavio en tu mesa. Creeme que no fue culpa mía.

- No te preocupes, tal vez mañana tenga que agradecértelo.

Me miró sin entender, esperando que completara mi respuesta.

- Nada - agregué - cuando termine la fiesta te cuento, ahora divertite que es tu momento.


Traté de mover los pies y de recobrar un poco de la gracia que la noche me había robado.
Mientras intentaba bailar con Clara y el resto de los invitados mis ojos sólo buscaban reconocer la silueta de Octavio entre la gente.
No lo veía por ningún lado. La mesa estaba vacía y en la pista de baile no podía encontrarlo.
Me tranquilicé cuando vi su saco colgado sobre el respaldo de la silla.

- Al menos no se fue - pensé - Ya encontraré un momento para hablar con él y aclarar todo.

Seguí bailando, esforzándome por lucir contenta, cuando alguien me abrazó desde atrás.

Me di vuelta, segura de que iba a sorprenderme la cara de Octavio, regalándome una sonrisa.

Lo que jamás hubiera imaginado es que la sorpresa llegaría, pero no precisamente de la mano de Octavio.

jueves, 8 de octubre de 2009

La Boda - parte 6





Me detuve unos segundos a contemplar su imagen en el reflejo, sin entender el sentido de su presencia.
Mi mente, perturbada por el efecto del alcohol, no era capaz de hilvanar una frase que sonara apropiada para el momento. Creía que preguntarle si se había equivocado de baño resultaría infantil y absurdo; hacerle un escándalo por seguirme era más ridículo todavía.

Esperé alguna reacción de su parte mientras la música llegaba desde lejos junto con los aplausos de la gente, recordándome el lugar en el que estaba.

Atiné a moverme, juntando fuerzas para avanzar hacia la puerta junto a la que se encontraba Octavio, con la única intención de volver al salón para estar cerca de Clara. La culpa de sentirme una mala amiga era el único indicio de cordura en mi persona.

Cuando estuve frente a él, intenté correrlo con un sólo gesto para que me dejara abrir la puerta, pero no se movía.

- Dejame pasar, quiero estar con Clara, es su casamiento - dije.

- Resulta raro que te acuerdes ahora, después de haberle restado protagonismo en lo que va de la noche- respondió con ironía.

- Dale, dejame ir.

- ¿Para qué creés que te seguí hasta el baño? - me preguntó.

- No tengo idea, pero si querés hablar conmigo no creo que sea el momento oportuno.

- Lo que menos tengo es ganas de hablar. Estás demasiado linda- dijo- y demasiado borracha.


Se hizo un silencio en el que sólo alcancé a mirarlo por un momento a los ojos.
Lo que siguió, pasó con tanta velocidad que no tuve tiempo de razonar.


Su respiración cerca, muy cerca, y la humedad de sus besos con los que había soñado apenas un tiempo atrás. Sus brazos guiándome hasta uno de los baños antes de que cerrara la puerta con desesperación y buscara con esmero la forma de desvestirme sin hacerlo.
Sentí el frío de los azulejos sobre mi espalda cuando mis manos, sin fuerzas, lucharon por alejarlo de mi lado.


El espacio se llenó de su presencia, de su perfume, de ese encanto que había extrañado.
Todo se tiñó de recuerdos, de planes del pasado, de espera y ausencias que creí saneadas por el efecto reparador de Javier.
Era Octavio, el asunto inconcluso, el tercer punto suspensivo que había quedado pendiente por culpa de otra mujer que esa noche no existía.


El impulso me ganó la pulseada y me dejé llevar por la inconsciencia.
Mis piernas se entrelazaron a las suyas con impaciencia, como si mi cuerpo implorara que fuera mío una vez más.
Lo escuché murmurar en mi oído palabras de amor y me quedé en silencio, dejando que el sonido de su respiración entrecortada marcara el ritmo del deseo.

Y fuimos uno, en un momento robado al destino, recortados de las miradas del mundo.
Dos siluetas, dos cuerpos tan desnudos como sus almas, saldando una deuda pendiente antes que la magia de la noche se extinguiera y nos dejara inmersos en la miseria de la duda y el desconcierto.






lunes, 5 de octubre de 2009

La Boda - parte 5


Lucía corrió al medio del salón a rescatarme y me pidió que me calmara. Con paciencia logró que entrara en una "temporaria" razón y que accediera a regresar a la mesa.


- Qué momento, ¿no? - escuché que decía Gerardo.


- Como se nota que sos hombre - le respondió Lucía - Si ustedes no resuelven los asuntos entonces no pretendan que nosotras nos comportemos como si nada hubiera pasado.


- Bueno, che, no te la agarres conmigo. Fue sólo un comentario...


- ¿No ves que la pobre Miranda está borracha? - la oí decir.


- Eh....naahh....sólo tomé un poqueteto de mash... - la interrumpí - Eshtoy bien, ¿vesh?



Cuando intenté incorporarme para demostrarles a ambos que podía pararme en una sola pierna y flexionar la otra como si fuera bailarina clásica, sentí que el piso se alejaba de la suela de mis zapatos y dejaba de sostenerme. Por suerte, Lucía estaba atenta y me acercaba la silla evitando que me cayera al piso.

- Quedate ahí sentada y no tomes más, es el casamiento de Clara, che, hacé un esfuercito - me dijo - Mirá, ahí te hace señas, decile que estás bien.

Creí notar un gesto de Clara desde la otra mesa que denotaba su preocupación. Le levanté un pulgar y le guiñé un ojo para que se quedara tranquila, aunque creo que mi cara en ese momento debía ser la radiografía perfecta de una persona con grandes dosis de alcohol en sangre, imposible de disimular.

Vi como la parejita regresaba a la mesa y sentí la mano de Lucía presionándome la rodilla mientra me decía por lo bajo: Tranquila, me lo prometiste por Clara.

Noté con alegría que no se hablaban entre ellos. Beatríz tenía parte del maquillaje corrido, lavado por las lágrimas y recordé las veces en que mis ojos se habían visto de igual manera.
Al rato, ella tomó el abrigo de su silla y dijo:

- Disculpen, me siento mal, me voy a ir.

Supuse que Octavio se iría con ella y una extraña mezcla de tristeza y fastidio me recorrió el cuerpo. Pero él ni se molestó en saludarla, como si estuvieran peleados a muerte. Ni la miró siquiera cuando se alejaba.

- ¿Contenta? - me dijo

-¡Uf! ¿No me vesh? Shoy la imagen de la felishidad.

- Sos la imagen de una patétita borracha - agregó - pero a vos todo te queda bien.

Mi mente reaccionó ante su mensaje. Me estaba halagando, aún en el estado miserable en que me encontraba.
Me pareció absurda y hasta incomprensible la situación. Su novia acababa de irse hecha una furia por su culpa y él no mostraba ningún reparo en tratar de agradarme.
Desconcertada, decidí alejarme un rato de su vista y le dije a Lucía:

- Sha vengo, voy al baño a arreglarme el make up.

Traté de mantenerme erguida y de sostener el equilibrio siguiendo una linea recta imaginaria. Caminé muy lentamente, con un notorio bamboleo que hacía que el resto de los invitados parecieran moverse de izquierda a derecha a cada paso.
Con paciencia, logré llegar al baño, justo en el momento en que comenzaba a sonar el vals. Las mujeres que estaban dentro, salieron corriendo para no perderse los primeros acordes de la noche. Quedé sola frente al espejo, observando mi cara desfigurada por el efecto del vino.

De pronto, el reflejo me devolvió la imagen de alguien más.
Era Octavio.