domingo, 11 de abril de 2010

El principio del fin



El tiempo que siguió fue un túnel negro en el que no alcanzaba a distinguir ninguna salida posible.
Es difícil rebobinar las escenas y hacerme inmune al dolor cuando las veo pasar, una a una, sobre la pantalla de mi mente.

Manuel se volvió una sombra, una prolongación de mi existir.
Tuve que cambiar de teléfono dos veces y siempre se las ingeniaba para conseguir el nuevo número. Finalmente, opté por llevarlo apagado, pero al encenderlo, un mínimo de doce mensajes de voz y otro tanto de texto, aparecían en el visor del aparato.
Di de baja a mi antiguo mail para no tener que seguir leyendo sus cartas, algunas veces en forma de declaración de amor y otras en lenguaje de amenaza.
La única alternativa que logró devolverme un poco de paz fue la de quedarme en casa, aislada del mundo en el que existía Manuel.

Tres semanas después, un día domingo, Javier volvió.
Lloró como un chico abrazado a mi pierna, pidiéndome perdón hasta quedarse sin aliento.
No había ira ni bronca alguna que pudieran no flaquear ante semejante manifestación de amor.
No pude no perdonarlo.

Con él me animé a salir otra vez a la calle y a retomar poco a poco mi vida.
La panza crecía, la ilusión de que Manuel se hubiera evaporado también.

Pero la vida ya me tenía acostumbrada a que no podía elegir del menú todas las cosas que me hacían bien.
Si algo estaba en orden, el resto en cualquier momento podía derrumbarse.


Y así fue, dos meses después, mi vida estaría sepultada bajo los escombros.



domingo, 4 de abril de 2010

Primera Ecografía


A mi primera ecografía fui acompañada por Clara.
Javier había intentado pedirme perdón pero yo no había sido capaz de atender sus llamados o responder sus mensajes. El ruido de la puerta al cerrarse se había convertido en un eco que se agigantaba con el correr de los días. Mi amor mutaba a rabia, a bronca y no podía perdonarlo.
La única que siempre estaba, sin hacer mayores preguntas, era Clara.

Lamenté que el mal momento que atravesaba me impidiera disfrutar de ese acontecimiento como siempre había soñado. Pero la ausencia de Javier era, de pronto, una enorme presencia. Una nube gris sobre mi cabeza. Un pedacito de mí que se había ido.

Entramos a la clínica y atravesamos el pasillo para tomar el ascensor que llevaba al segundo piso.
Una vez ahí, nos anunciamos en la recepción. Nos indicaron que siguiéramos caminando hasta el fondo y que allí dobláramos hacia la derecha.
En medio del recorrido, sentí que Clara me apretaba el puño con fuerza, como si tratara de advertirme sobre algo. En el mismo instante, oí una voz que pronunciaba mi nombre.


- Miranda, qué sorpresa.¿Qué hacés acá?

- ¿Vos qué hacés acá? - respondí, pálida, como si me encontrara en presencia de un fantasma.

Enseguida identifiqué un yeso en la pierna izquierda de Manuel y supuse cual sería su respuesta.


- Una fractura- dijo - ¿Vos?

- Se intoxicó - mintió Clara.

- Espero que no haya sido culpa mía - río - Fue un chiste de mal gusto, lo sé.

- Fiel al resto de tu persona - atiné a decir- Siempre tan desagradable.

Empecé a caminar. A mi lado, Clara balbuceaba insultos. Al llegar al final del pasillo, doblamos tal como la recepcionista nos había indicado.

Por suerte no había nadie, así que apenas dos minutos después el médico nos hizo ingresar.


La sensación de ver a mi bebé por primera vez fue suficiente para hacer desaparecer de mi mente a los Javieres, Octavios y Manueles. Nada había más importante que esa pequeña personita a quien no conocía pero amaba.
Por unos quince minutos fui feliz. Completamente feliz.
Me sentí viva, radiante. Nueva.
Clara lloraba sin parar y trataba de disimularlo para no contagiarme. Yo hubiera querido llorar pero la emoción era tanta que llorar hubiera sido poco.


Al salir, Manuel estaba esperándome, sentado en los sillones de la recepción. Yo seguí de largo como si él no existiera.

- Miranda - dijo - esperame, quiero decirte algo.


No me detuve, ni lo miré siquiera. Manuel insistió.


-Miranda, escuchame - volvió a decir mientras se levantaba y caminaba detrás nuestro arrastrando su pierna enyesada.

- No quiere hablarte- le respondió Clara - ¿no entendés?


- ¡Miranda! - gritó fuerte.

Me detuve como si ese grito fuera la señal de algo peor que estaba por venir.

- Me mentiste. Viniste hacerte una ecografía porque estás embarazada. Y yo sé que ese hijo es nuestro - dijo.

- Estás enfermo - le respondí antes de seguir caminando hacia el ascensor.

- Voy a ser padre, Miranda. Vamos a ser una familia otra vez - dijo



Y sentí miedo.