domingo, 31 de mayo de 2009

Reflexiones


Le dije a Lucía que no quería ni comer, ni hablar.

Entendió, y fue tan comprensiva que no me preguntó nada más.



Me encerré en el cuarto.

Me necesitaba sólo a mi.



Después de la ira había llegado la calma

Una calma rara, como atravesada por un dejo de inconsciencia, como si no tuviera noción concreta de lo sucedido.


Había una sola cosa que para mí estaba clara: Manuel era un hijo de puta, y Laura, lo más parecido que él había podido encontrar en este mundo.


Yo no quería tener ningún vínculo más con ellos. No quería enterarme de sus vidas, ni que supieran de la mía. Al final de cuentas, cada vez que yo había sacado apenas la cabeza fuera del agua, ellos se habían ocupado de devolverme al mar.


No era justo.


El tiempo invertido en descubrir sus mentiras, las de ambos, tenían que servirme para algo. Tenía que anotármelo en la frente, tatuármelo en el cuerpo…no podía volver a caer en ningún manejo de la mente retorcida de Manuel, y mucho menos de alguien mentalmente insano como Laura.


Necesitaba descansar. Dormir sin despertarme hasta el día siguiente.

Tenía que recuperar la cordura y la calma porque ese no sería un día más.

Era el día de la audición que tanto había esperado, y no podía permitir que el recuerdo de lo que había pasado con Manuel y Laura me arruinaran mi momento.


Bastante había tolerado hasta el momento.


Era tiempo de decir basta, con convicción, y focalizarme en lo que realmente quería:


. Cambiar de vida

. Volverme autosuficiente

. Recuperar a Octavio

viernes, 29 de mayo de 2009

Ira



- ¿Quién habla? – pregunté, aunque ya había reconocido su voz.

- Laura. Lamento que pensaras que era alguna amiga – rió

- No entiendo ni tu llamado ni tu risita- dije

- Sencillo, mi querida, tomé tu número del identificador de llamadas del celular de Manuel y decidí decirte unas palabritas, por si acaso te hubieras olvidado de mi existencia- me aclaró en todo irónico

- No creo que me interese escuchar nada que venga de tu persona.

- Yo creo que si. Una advertencia nunca viene mal a gente como vos que parece que no termina de entender las cosas –agregó, con ánimo de irritarme

- Decime de una vez, se me hace insoportable tener que escucharte- dije elevando apenas el tono de voz.

- Que no jodas más. Que te dejes de buscar a mi Manuel – hizo hincapié al pronunciar la palabra “mi”- Sobre todo, que entiendas de una vez que ya perdiste la batalla, y que tu figura sólo nos inspira pena, y mucha risa, a carcajadas, cuando estamos juntos.

Nada me había alterado realmente hasta el momento, hasta que imaginé la escena de ellos burlándose de mi llamada. Manuel cortando el teléfono, abrazando a Laura, y ella pidiendo que le relate mis palabras. Después las risas, la burla, la hipocresía de Manuel, el regodeo de Laura, victoriosa, mala.


- Morite – dije – por mi, morite. Quedate con la lacra de Manuel, si son tal para cual. Lamento haberme casado él, ojalá me hubieras evitado semejante chasco –dije, con toda la ira que venía acumulando durante meses.

- No quieras engañarme, que sé muy bien lo que te duele que él ya se haya olvidado de vos. Jamás vas a perdonarle que te haya hecho cornuda, sobre todo porque seguís enamorada de él. Pero asumilo, que así es más fácil…

- Mirá – la interrumpí- podés pensar lo que quieras. Yo estoy empezando una vida nueva, con alguien mejor que Manuel. Y acordate vos, que así como me engañó a mí te puede engañar a vos.Así que lo más probable es que seas la próxima cornuda de esta historia. Y eso, morite, me da lo mismo, todo lo de ustedes me da igual. Se acabó, se terminó, ¿me escuchás? Se a-ca-bó. ¡Matate infeliz!


Corté, abruptamente, sin darle tiempo a que respire, ni a que agregue ni un punto ni una coma.

La ira me había impulsado a ponerme a su altura.
Había gritado como una loca, resentida, furiosa, pero había dicho la verdad y me sentía increíblemente aliviada.

Otra vez su sombra


Quedé convertida en una estatua de piedra, sosteniendo el teléfono, sin emitir un sonido o expresar un gesto.

Muy dentro mío, como la lava de un volcán, sentía acumularse la ira en un rincón.

De pronto exploté.

Lloré y grité al mismo tiempo.
Grité y lloré.
Maldije en voz alta y otro tanto en silencio, con los puños apretados y el ceño fruncido.

Me sentía una completa idiota, cubierta por la burla de aquél a quien le estaba dando la posibilidad de enmendar su imagen.


Lucía subió corriendo para saber qué me pasaba, imaginando algo de lo acontecido.
Se limitó a abrazarme, las dos sentadas en el borde de la cama, y a repetirme que yo no era tonta, sino simplemente una mujer que no estaba acostumbrada a lidiar con gente hipócrita.

Tal vez era eso, mi necesidad de creer que detrás de un gran humo negro podía aparecer otra vez la nitidez de un horizonte.

Me había equivocado. Manuel no había cambiado. Su naturaleza permanecía inalterable, y sólo se había visto debilitada bajo los efectos del whisky, impulsándolo a un acto irracional, similar al mío, a mi llamada.

Nada más había, y ya no podía seguir escarbando en esa relación, ni en su persona.

Ahora me culpaba por haber corrido a llamarlo, sin determe a pensar un segundo en qué hubiera pasado si su perdón era cierto.¿Cuánto le habría durado? ¿Qué hubiera hecho con mi amor por Octavio? ¿Iba a dejarlo en el camino por darle una oportunidad a aquél que había traicionado mi absoluta confianza? ¿Tan débil era en el fondo?

Necesita pensar, buscar la punta del hilo y acomodarlo lentamente en la madeja otra vez.

Todo era cuestión de apretar el freno, desmenuzar lo sucedido y repartir la baraja una vez más.

Lucía me dejó sola, para que intentara descansar.




No sé cuánto tiempo había pasado cuando volvió a ingresar por la puerta del dormitorio y encendió la luz con el teléfono en la mano.

- Es una amiga tuya – me dijo


Medio dormida, pensé que si no era Clara nadie que dijera ser mi amiga podía llamarme a Estados Unidos, pero un impulso me obligó a atender.


- Hola – dije, mientras Lucía se alejaba

- Hola, Miranda. Tanto tiempo sin hablarnos.


Era la voz de Laura.

jueves, 28 de mayo de 2009

Un triste personaje


Mientras meditaba, regresó Lucía cargando bolsas del supermercado.

- Pensé que te habías vuelto a dormir - dijo - ¿qué quería Clara?

- Avisarme que la había llamado Manuel pidiendo el teléfono de acá - contesté

Le conté todo lo que había pasado, y se sintió culpable por haber salido de compras sin avisarme.

- Te compenso el mal momento invitándote con un paseo y un cafecito rico por ahí - me dijo.

- Dale, vamos.

Subí a cambiarme la remera y a ponerme un par de zapatillas. Mientras me ataba los cordones volvió la imagen de Manuel a mi mente. Se me aparecía ahora como una tarea pendiente, como cuando uno sabe que ese día no puede pasar sin pagar la luz o sin comprar café para el desayuno.
Lo sentía más como un compromiso moral que otra cosa, pero así y todo me molestaba.
Bajé las escaleras, y salimos, de paseo por New York.


Regresamos casi a las seis de la tarde, cansadas de tanto caminar y apenas mojadas por la reciente lluvia que nos había sorprendido a pocos metros de llegar.
Subí a darme una ducha, mientras Lucía acomodaba las compras del supermercado que habían quedado sobre la mesada desde el mediodía.

Envuelta en el vapor del agua caliente, lo que antes era un compromiso, ahora se convertía en una deuda. Sentía que le debía a Manuel ese llamado. Que su disculpa había sido un cheque en blanco que yo tenía que reintegrar de alguna forma. Al menos, pensaba, debía decir si lo aceptaba o no, pero no podía dejar que un silencio y kilómetros de distancia hablaran por mí.

Me anudé una toalla al pecho, y crucé a la habitación de Lucía, dejando una pequeña estela de mínimas gotas en el pasillo. Tomé el teléfono de al lado de su cama y me encerré en mi dormitorio.
Marqué el número de su celular.

- Hola.

- Manuel, soy yo.

- ¿Miranda? - preguntó sorprendido

- Sí, soy yo. Te llamo porque me quedé pensando en lo que hablamos hoy. Creo que no estuve bien en hablarte así, y te pido disculpas.

- Comprendo - dijo

- Me preocupa, y por eso te llamo. Quería saber si era cierto que habías cambiado, o que por lo menos había una voluntad de cambio concreta de tu parte. Tal vez yo soy injusta si no te doy una oportunidad de demostrármelo, no sé... me es difícil decirte esto, después de haber dicho que quería terminar con lo nuestro, pero a su vez, siento que tengo que hacerlo, que necesito decirte algunas cosas, o al menos escucharte a vos, que me repitas lo de hoy a la mañana y confirmar que esás volviendo a ser el que yo conocí. ¿Entendés?

- Entiendo, ajá - se limitó a decir.

- Manuel, ¿podrías decirme algo un poco menos escueto? - pregunté - Te estoy llamando para ver si vale la pena salvar nuestro matrimonio y vos me decís "comprendo, entiendo", como si fueras policía del destacamento.Te pido que me digas otra cosa, algo que me aclare el panorama, que me confirme si hubo una reflexión de tu parte, una autocrítica, no sé, algo.

- No puedo hablar ahora.Tengo que cortar - dijo

- ¡Esperá! - grité - Decime solamente si tengo que creerte lo que me dijiste hoy a la mañana totalmente borracho como estabas.

- No, mejor olvidate de ese llamado.


Antes de que cortara, en esos segundos antes del silencio que indican el final de la llamada, pude escuchar con claridad, la voz de una mujer.

Grandes dudas y pequeñas supersticiones



Junto al capuchino, decidí hacerme unas tostadas.

Tomé dos rodajas de pan integral y los coloqué en la tostadora eléctrica. Abrí la heladera para sacar la manteca, y ésta se me deslizó hasta golpear contra la cerámica reluciente del piso.

Pensé que la torpeza era producto de los nervios tras el llamado matutino de Manuel, y busqué un trapo para poder limpiar.
Abrí nuevamente la heladera, y tomé otro pan de manteca sin abrir. Unté las tostadas que estaban recién hechas.
Pensé que un toque de miel no le vendría nada mal a mi desayuno, y abrí la alacena en busca del envase, dejándolo caer segundos más tarde.

Al ver estrellarse el frasco contra el piso, recordé las palabras de mi abuela: “Cuando algo se te cae, Miranda, tenés que pensar el nombre de una persona que comience con la inicial del objeto que acaba de caerse. Significa que esa persona está pensando en vos.” Era una tradición hacer este juego en la familia, al igual que aquél que evoca rumores sobre uno, cuando nos zumba un oído.

-Manteca. Miel – pensé en voz alta – ¡Manuel!

De pronto, mi capuchino y mis tostadas hechas en una cocina en Nueva York, no eran suficientes para sentirme una mujer nueva, segura e independiente.

Me sentí débil, apenada, dubitativa.

¿Y si acaso Manuel realmente estaba arrepentido?

¿Y si yo estaba dejando escapar la posibilidad de reconstruir un matrimonio, con todo lo que había hecho para lograrlo, simplemente por ser incapaz de ver un real cambio en Manuel?

Me senté. Bebí varios sorbos de café, y sólo probé un bocado de una tostada, ante la miel pegajosa esparcida junto a los trozos de vidrio.
Así de roto estaba lo nuestro. Pequeños pedazos de aquello que había sido un entero y que hoy ya no sabían como darle forma al envase original de la relación.

Manuel se había desarmado en disculpas y promesas, ante una tibia Miranda en la que me había convertido. Por un momento sentí pena, y hasta un dejo de vergüenza.
De un amor pleno y un matrimonio para toda la vida, habíamos pasado a un juego patético, a una cacería absurda, a un remate de compromisos y afectos duraderos.
Perdíamos el tiempo buscando la forma de dañar al otro, detectando su talón de Aquiles para volverlo débil y vulnerable, pendiente de algo que le quitara el sueño.

El que había llamado seguía siendo mi marido y no podía fingir que no me importaba en absoluto.
Algo, en el fondo de mí, aún se veía afectada por esa súplica y ese pedido de perdón.
Algo, en el fondo de mí, sentía una pequeña duda.

Si mi abuela tenía razón, Manuel también estaría pensando en mí, justo en ese momento.

Con esa imagen me quedé, ahí sentada.
Y con una decisión.

La de llamarlo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Excesos y súplicas


Bajé corriendo los escalones que me quedaban y busqué a Lucía por la planta principal de la casa.

No había rastro de ella.

- Lucía - grité, mientras el teléfono continuaba sonando.

Nada. Sólo silencio. Pensé un segundo, y atendí.

- Hola - dije.

Del otro lado, como era de esperarse, la voz de Manuel,casi irreconocible.

- Te extraño Miranda - balbuceó -Soy un idiota, un perfecto idiota. ¿Te perdí? Decime que no te perdí, por favor decímelo.

- ¿Qué es esta escenita Manuel? ¿Qué hacés tomando a esta hora de la mañana? - pregunté

- Es que ya no sé qué hacer - hizo una pausa en la que lo imaginé tratando de sostenerse e hilvanando alguna frase medianamente lógica para decirme
- Pensé que si te cortaba el crédito vendrías a casa otra vez conmigo, pero no.... Yo te perdono lo del flacucho ese, ¿sabés? Te perdono, te perdono, Mirandita.

- ¿De qué flacucho me hablás? ¿De Octavio? Mirá Manuel, no es momento para hablar, y me parece patético de tu parte que te aferres a una botella de whisky para pedirme disculpas y decirme que me perdonás. Ya hablamos todo, ya no hay más.No insistas por favor y dejame hacer mi vida - dije, demasiado seria para el estado en que él se encontraba.

- No, no quiero.No puedo estar sin vos. ¡Soy un idiota! - gritó

- Sí, lo sos - lo interrumpí- pero eso ahora no importa. Dejá de comportarte como un adolescente y asumí las cosas como son. En algún momento te vas a sentir mejor.

- Si querés las tarjetas de crédito te las habilito de nuevo, eh. Te lo juro. ¿Qué más querés? Decime, amor, decime.

- Quiero que no me digas más amor, por empezar. Y después, quiero que no me llames más.

- Miranda.... - hizo otro breve silencio.De fondo sólo se escuchaba la radio - no me voy a dar por vencido. Sos lo que más amo en este mundo. Voy a luchar por nuestro amor, lo prometo. Voy a cambiar, voy a cambiar.

- Manuel ....

El "tu, tu" de la línea ahogó las palabras que iba a decirle.

Manuel había cortado, después de un ataque de sinceridad que sólo se lograba con una alta dosis de whisky.

Yo sólo podía preguntarme si en algún momento Manuel sería capaz de entender que lo nuestro había llegado a su fin.

Apoyé el teléfono y fui a la cocina a prepararme una enorme taza de capuchino.

domingo, 24 de mayo de 2009

Cerca de la meta



- El casting es pasado mañana, así que te espero en el teatro a las 14 hs - dijo Laurie con una amplia sonrisa.

- Allí estaré - respondí - Muchas gracias.

- Nada que agradecer - agregó.

Era pasada la medianoche cuando comenzaron a despedirse, contentos por la agradable cena que habíamos disfrutado.

Apenas se cerró la puerta, todo fueron abrazos y risas entre Lucía y yo, mientras Gerardo sólo repetía que sería mi representante.

En ese hogar de Nueva York, de a poco encontraba la calma y me acercaba a mi nueva meta, casi sin proponérmelo.


A la mañana siguiente, un tironeo en mi brazo izquierdo me obligó a escaparme de esa ciudad imaginaria en la que me encontraba en el sueño.
Abrí los ojos y la vi a Lucía, de pie junto a mi cama, sosteniendo el teléfono.

- Es Clara. Dice que es urgente.


Me senté de un sólo movimiento y la atendí.

- Hola Clar, ¿estás bien?

- Hola Mir, sí, sí - hablaba rápido, acelerada, como si quisiera decirme todo al mismo tiempo - Yo estoy muy bien. Lo que pasa es que me llamó Manuel para preguntarme si sabía algo de vos, bueno, le dije que no sabía nada, imaginate, pero siguió hablando y hablando y me terminó pidiendo el teléfono de Lucía. En realidad me dijo "de tu prima la hippie", y yo en un primer momento le dije que no lo tenía, pero después me acordé que me habías contado que esa vez cuando te llamó y vos estabas con Octavio en Nueva York le habías dicho que estabas con mi prima, así que pensé que si le mentía iba a ser peor. ¡Ay, Miru! ¿Metí la pata, no?

- ¿ Se lo diste? - pregunté cuando hizo un breve espacio para poder respirar.

- Si.

- Bueno, ya está. Dejame que piense que voy a hacer ahora que ya sé que lo tiene. Tampoco es tan grave, al menos está en Buenos Aires - dije para tranquilizarla.

- Si, pero me siento culpable.

- No te preocupes, vos no tenés la culpa de nada. ¿Cuándo fue esto? - pregunté

- Recién. Acaba de cortar.

- Listo. Voy a hablar con Lucía. Beso enorme, amiga.

- Otro Miru - dijo antes de cortar



Me levanté dispuesta a buscar a Lucía y explicarle la situación para que mintiera en caso de que Manuel llamara.

Cuando estaba bajando el segundo peldaño de la escalera, el teléfono sonó en mi mano.

Supe que era él.

sábado, 23 de mayo de 2009

Cena de negocios


Con las provisiones sobre la mesada de la cocina, que habíamos ido a comprar con Lucía apenas Gerardo confirmaba el evento de la noche, nos atamos el delantal a la cintura y comenzamos a preparar los ingredientes.

Mi menú no era demasiado elaborado.

Pequeñas tartas individuales de diferentes sabores y variedad de ensaladas para la entrada.

Como plato principal, un lomo a la cerveza con papas a la crema y de postre, tiramisú.
Recetas por demás ensayadas en la intimidad de mi matrimonio y que habían logrado más de un elogio por parte de Manuel y hasta de su exigente familia.

Mientras una supervisaba que nada fuera a quemarse, la otra aprovechaba para bañarse.Así nos alternamos para llegar a estar listas ,y sin que se notara nuestro esfuerzo, para las nueve y media de la noche en que Laurie y su mujer llegaron.


Laurie era un hombre de unos cincuenta años, con el pelo algo canoso, pequeños ojos grises y nariz prominente.Elegante al vestir y ameno al hablar. Se lo notaba culto y viajado. Había estado viviendo un tiempo en Madrid, unos quince años atrás, en el intento de dedicarse a la gastronomía con una novia española de aquel entonces.Luego del fracaso de la relación y del negocio, había regresado a Estados Unidos y conocido a Diane, con quien se casó a los cinco meses de conocerla."Cosas del amor"- decía al llegar a esta parte de su relato - "aparece cuando uno ya no lo espera".

Desde ese entonces producía obras de teatro, además de ser dueño de algunas salas del Off-Broadway junto a dos socios.


Durante la cena, intentó hablar conmigo un poco en español para comprobar que aún recordaba el idioma.Sonrió al recordar ciertas expresiones lo que imprimió de cierta cordialidad extra la noche y nos acercó de un modo especial.

Mi comida le parecía exquisita, y Diane no dejaba de pedirme que le pasara la receta de mi salsa hecha a base cerveza.


Nadie había hablado de los motivos que me tenían de huésped en casa de Lucía y Gerardo, hasta que llegó el postre.

Cuando Laurie estaba por llevarse a la boca el primer bocado de tiramisú, Gerardo soltó la esperada frase y la dejó flotar en el aire.


- Miranda es actriz, y de la buenas. No estaría mal que le dieras un papel en tu próxima obra.


Sentí como si la escena se congelara de golpe y comenzara a reproducirse nuevamente pero en cámara lenta.

Mi plato intacto, con mi porción de postre esperando a ser probada y mi taza de café humeante a un costado. La cara de Gerardo, despreocupado, junto a una Lucía atenta y ansiosa.
Diane concentrada en su propio mundo de recetas que ella no prepara, y Laurie con un gesto de quien medita una respuesta apropiada.

En el medio yo, sintiendo que me debatía entre lo que podía haber sido y lo que era.

- Creo que sería una buena idea. Si es tan buena actuando como cocinando, seguramente tendré un lugar para ella.

Sonrió, y todos reímos.

Yo reí, cruzando una mirada cómplice con Gerardo y con Lucía, reí mucho.

Actuaba mejor de lo que cocinaba, así que mi último item de la lista podía tacharse de una buena vez.

viernes, 22 de mayo de 2009

Nuevos rumbos


A las diez de la mañana Lucía me pasó a buscar por la puerta del hotel.
Mi valija y yo aguardábamos desde hacía diez minutos, intentando ser puntuales.

Su casa era grande y blanca, muy blanca, por dentro y por fuera.Los detalles de color los daban las exquisitas pinturas que decoraban las paredes y algunos tapices rústicos que me obligaban a pensar en el sur, dónde Lucía había vivido por un tiempo.

Gerardo no estaba.Era dueño de dos galerías de arte y además dictaba clases de pintura, destreza que desempeñaba con talento desde su juventud.
Lucía me acompañó hasta mi cuarto, en el piso de arriba, para que pudiera acomodar mis cosas, y después me orientó por el resto de las habitaciones para que pudiera moverme sin necesidad de estar preguntando como suelen hacer las visitas.
Realmente se la notaba contenta con mi presencia y en su entusiasmo al explicarme la rutina de sus días interpreté que contemplaba la idea de que me quedara un buen tiempo.


A las seis de la tarde llegó Gerardo.Había cambiado bastante desde la última vez que lo había visto.Estaba mucho más delgado, y su pelo largo había sido reemplazado por un corte moderno que resaltaba sus grandes ojos negros.Sonrió al verme.

- Mirandita, qué bueno tener visitas.Me dijo Lu que sos buena cocinera.

- Bueno, me ponés en un compromiso, después de tanta fama me voy a tener que esmerar - le contesté

- Siempre linda vos, eh - rió - ¿Así que todo mal con tu marido?

- ¿Ya te contó Lucía? Y sí, se terminó todo, se portó muy mal conmigo, es una larga historia que te iré contando en mi estadía. Tenemos tiempo por delante - dije sin ánimos de recordar lo que había pasado.

- Bueno, pero tenés otro merodeando - agregó

- ¡Gera! - interrumpió Lucía - dejala en paz a la pobre, que ya no tiene ni ganas de pensar en esos dos.Más bien fijate si podés conseguirle un trabajito para que tenga su cabeza ocupada.

- ¿Un trabajo? Hmm.... - se llevó dos dedos al mentón como si pensara entre sus conocidos dónde poder ubicarme o a quien pedirle un favor - ¿Trabajo de qué?

- Y....yo soy actriz. Es lo único que sé hacer bien.Y sé hablar bien inglés- dije.

- Ah, bueno, se acortan los contactos.Dejame pensar.Alguien de teatro, algún director o algún guionista... - dijo

-Dale Gera, conocés a medio Broadway, y si no tu papá, él debe conocer- agregó Lucía.

- Ya sé quien.Laurie, el productor, el marido de Diane.Los que vinieron a cenar ese día que nevaba tanto que no podíamos abrir la puerta amor- dijo tratando de que Lucía recordara.

- Ah, si, si. Llamalo, llamalo - le dijo Lucía pasándole el teléfono.

- Dame la agenda que está en el portafolio.Lo dejé en el sillón - le indicó.


Yo miraba los movimientos de ambos, mientras tomaba Coca Cola y fumaba un cigarrillo mentolado de los de Lucía.


- Hola Laurie....


Gerardo habló con Laurie, que estaba por comenzar el casting para una obra de teatro que empezaría a ensayarse el mes siguiente.Los actores principales ya estaban seleccionados, pero quedaban vacantes algunos papeles secundarios.

Laurie vendría a cenar esa noche, con su esposa Diane.
Gerardo no le había dicho nada de mí por teléfono, se lo diría personalmente.

Mientras con Lucía pensábamos en la cocina qué menú diseñar, Gerardo se asomó por la puerta y me dijo:

- Preparate para estar en las tablas del Astor Place Theater.

Sonreí, llena de ansiedad.

jueves, 21 de mayo de 2009

Manojo de ideas


Después de una corta espera vi ingresar a Lucía por la doble puerta de acceso del hotel. Se acercó sonriente a mi encuentro, y me abrazó.

-Miranda, qué lindo verte- dijo

- No sabés lo que significa para mi ver una cara amiga- dije intentando lo más parecido a una sonrisa.

-Contame qué es lo que pasa, te escucho.

Nos sentamos en los sillones de la recepción, junto a la vidriera que daba hacia a la noche de Nueva York.
Relaté los hechos desde el comienzo, desde Laura, desde el loquero y mis averiguaciones junto a Clara. Ubiqué a Octavio en la historia, continué con Miami, con Nueva York, el regreso a Miami, la sorpresa de Manuel en nuestra habitación, la despedida de Octavio y el final, con la venta de mi alianza y la poca plata que tenía en la billetera.

Se quedó callada por un breve instante.

Yo conocía a Lucía desde hacía muchísimo tiempo. Habíamos compartido cumpleaños, vacaciones, clases de teatro y anécdotas de todo tipo.Era una persona práctica, liberal, de mente abierta, que le había valido la etiqueta de hippie por gente conservadora como Manuel, pero que simplemente basaba su vida en la búsqueda de su propio bienestar, lo que no se limitaba exclusivamente a lo económico.

- Bueno, vayamos por parte. Con la plata que te queda, ¿para qué te alcanza?-preguntó

- Para comer, uno o dos días a lo sumo – respondí

- ¿Tenés pago el hotel?

- Sólo esta noche.

- ¿Querés volver a Buenos Aires o quedarte en Usa?

- No puedo volver.No quiero enfrentar a Manuel, ni ver a Octavio todavía.No así.

- Perfecto.

- ¿Perfecto?- pregunté. No veía nada que se acercara a la perfección en el asunto.

- Bueno, mi casa no es una mansión, pero hay lugar, así que podés quedarte con nosotros un tiempo. Ese tema estaría solucionado.

- Gracias – dije, y esbocé la primera sonrisa sincera de la noche.

- Comida no te va a faltar. Eso sí, si sabés cocinar me harías un gran favor porque nunca fue mi fuerte – se rió.

- Ningún problema, yo cocino – dije contenta

- Y listo – agregó – Se acabaron tus problemas en New York.

- No, faltan – dije – Me queda cambiar el pasaje a Miami para no perderlo. ¿Me podrás llevar al aeropuerto?

- ¡Seguro! Lo tomamos como un paseo – dijo muy relajada.

- Y hay algo más – dije recordando mi lista – quería preguntarte si Gerardo no tiene algún contacto en los teatros, como para conseguir algo, aunque sea chico….Sabés que lo único que sé hacer es actuar, no me imagino haciendo otra cosa.

- No te preocupes, que por el trabajo de él, conoce a medio Broadway. Mañana le preguntamos. Algo te vamos a conseguir – respondió.


Lucía me acompañó al aeropuerto a cambiar el pasaje y después me dejó nuevamente en el hotel, para que aprovechara mi última noche paga. A la mañana siguiente, me estaría mudando con ellos.

Antes de dormirme, en mi habitación, tomé del bolsillo de mi pantalón la lista que había improvisado horas antes. Pude tachar aquello que se refería al alojamiento y al pasaje. Detrás de la frase que incluía conseguir un contacto en el ambiente teatral ubiqué un signo de pregunta.

Todavía mi esperanza seguía intacta.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Una cárcel cinco estrellas- parte final




Salí del hotel,con algo de cambio y mis cigarrillos.

Una nueva idea rondaba mi mente.


Marqué el número de Clara.


- Hola amiga, no tengo mucho tiempo para hablarte, pero necesito que me hagas un favor.


- Si, Miru,decime.¿Estás bien?


-Complicada, Manuel me cortó los víveres.Necesito que me pases el teléfono de tu prima- dije


- Ok, esperá que ya te lo doy- dijo.


Escuché los pasos de Clara y la imaginé buscando su agenda en el interior de alguna cartera.

De pronto la extrañé tanto que hubiera sido capaz de llorar, de no ser porque justo su voz me interumpió nuevamente.


- Anotá.

Me dió su celular, el teléfono particular, y su mail, para que pudiera ubicarla.


- Gracias amiga. ¿Tu relación nueva bien?-pregunté


- Sí, viento en popa, no digamos nada- se rió, y por un momento su alegría llegó a contagiarme.


-Me pone feliz que me digas eso.Te extraño-dije


- Y yo a vos, Mir.


- Tengo que cortar, en cuanto pueda te llamo.Gracias, besos.


- Otro enorme. Cuidate y no hagas locuras- dijo antes de cortar.


Sin soltar el tubo, marqué el número de Lucía.Del otro lado, una voz en inglés me respondía.


- Hola


- Hola Lu, soy Miranda, la amiga de Clara.


- Hola, Miru.¡Qué sorpresa!-dijo


-Perdoname que te llame a esta hora, es que estoy en New York- agregué


-¡Cómo no avisaste qué venías!¿Estás de vacaciones con Manu?



- No, no, estoy sola, él ya se fue, y necesito verte- dije sin dar demasiado detalle.


- Uh, parece grave el asunto.¿Querés venir o que vaya a verte? - preguntó


- Estoy en el Millennium Broadway,te espero en la recepción, ¿dale?


- Dale, ya salgo-dijo


- Beso y gracias


- No es nada, un beso- dijo



Caminé media cuadra hasta el hotel.
Al llegar, le pedí a la recepcionista un papel y un lápiz y anoté:


Preguntarle a Lucía:


1. Si puedo quedarme unos días en su casa

2.Si conoce a alguien vinculado al teatro

3.Si me lleva al aeropuerto a cambiar el pasaje



Si lograba tachar estos items antes de que finalizara la noche, mi vida se encontraría nuevamente encaminada.

martes, 19 de mayo de 2009

Una cárcel cinco estrellas- parte uno


Llamé entonces al hotel de Miami.

La recepcionista me informó que durante mi ausencia se habían recibido veintitrés llamados y que se habían dejado seis mensajes. Uno era de Clara, otro de mi mamá y los otros cuatro eran de Manuel.Me leyó todos, con absoluta paciencia.Sólo el último me preocupaba:

"Te dije que ibas a volver conmigo, y sabés que no estoy acostumbrado a perder".

Entendí sus palabras, y lo que había detrás de ellas.
Detrás de ese corte en el crédito de las tarjetas, había un corte aún mayor, el de mi libertad.


Mi situación era la siguiente:

-Un pasaje de regreso a Miami
-147 dólares y un puñado de monedas
- Una deuda por consumos en el hotel de Nueva York
- Una valija
- Sin pasaje de regreso a Buenos Aires


Eso Manuel lo sabía, y por eso se las había ingeniado para que tuviera que recurrir a él.

Bajé hasta la recepción y pedí la cuenta, ya que esa era mi última noche en esa ciudad.
Noventa dólares, que le pagué de contado a la rubia de pelo recogido que sonreía detrás del mostrador.


Sentada en mi cama, conté el poco dinero que me quedaba y recordé las veces en que durante mi adolescencia me había visto en la misma situación.Siempre había usado el ingenio para seguir remando con el viento en contra, y esa no iba a ser la excepción.
Miré mi mano, y noté que algo que siempre había estado allí podía darme un poco de oxígeno en los próximos días.
La alianza.

Llamé a la recepción y pregunté si a esa hora podía encontrar algún lugar dónde vender algo de oro.La misma recepcionista de antes me indicó que en el hotel se ocupaban de esas transacciones,así que al rato estaba bajando otra vez, con mi anillo de casamiento, una cadenita que me había regalado Manuel en el primer aniversario, mis aros,y dos pulseras que yo misma me había comprado.

Con eso al menos podría comer, mientras pensaba como escapar de los deseos de Manuel.

lunes, 18 de mayo de 2009

El corte



Decidí que para que nadie pudiera encontrarme lo mejor era salir de ahí.
Sabía que Manuel podía regresar cuando quisiera, sobre todo, cuando no atendiera sus llamados.

Así que fui hasta el aeropuerto y tomé el primer avión a New York.

Me instalé en el Millennium Broadway, en un piso siete.

Tomé un taxi hasta el Soho.

Caminé, miré vidrieras, y después, dejé de mirar.
Si bien no necesitaba comprarme nada, sentí de pronto una imperiosa necesidad de que mi tarjeta de crédito fuera acariciada por las empleadas de todos los locales.Imaginaba la cara de Manuel al recibir el resumen con el detalle de mi gastos, y me sentía en cierta forma aliviada y feliz.

Compré carteras, zapatos, perfumes,ropa de diseñadores exclusivos y regalos para Clara sin medirme en gastos.Cargué tantas bolsas como pude, hasta que la sangre se me acumulaba en la yema de los dedos quejándose de tanto peso.Recién ahí me detuve en un bar que estallaba en música a tomar un cuba libre, cuando se me acercó un negro muy simpático a la mesa.

En un inglés bastante raro me ofreció una tarjeta de un lugar de tatuajes, y después de escuchar un argumento convincente, tomé lo que quedaba en mi vaso y lo seguí por las calles del Soho hasta el local de tatuajes.

A las dos horas, un dibujo de dos alas simbolizando la libertad, decoraban mi omóplato derecho.



Los seis días que siguieron fueron bastante similares, sólo que alternaba largas horas tirada sin hacer nada, con otras tantas comprando en los mejores lugares para después terminar cenando en algún lugar que me recomendaban en el hotel.

Conocí gente, fui a bailar, me emborraché, hice excursiones como una novata turista y aprendiz de soltera, y para cuando me di cuenta me encontraba en pleno disfrute de una vida conmigo.

No sabía lo que era pensar en Manuel o en Octavio, aunque del segundo me acordaba a diario, pero con una sonrisa que reflejaba mi seguridad interior y la certeza de saber que nada había terminado.

Una extraña felicidad flotaba en el aire, hasta ese sábado en que todo se complicó de golpe.

La vendedora me estaba envolviendo un hermoso vestido que había elegido, cuando la cajera me miró seria y me dijo: Esta tarjeta está rechazada.

Enseguida le entregué otra, igual de dorada que la anterior, que corrió la misma suerte.

Probé con tres más, y tampoco.

Salí del local, dejando mi vestido y parte de mi vergüenza, y regresé al hotel.

Desde la habitación llamé a los números de emergencia de las tarjetas de crédito.
Para mi asombro, la respuesta de los operadores fue siempre la misma:

- El titular ha decidido suspender su tarjeta,señora.


Sólo un nombre ocupaba mi cabeza: Manuel...

domingo, 17 de mayo de 2009

El mar y yo


Después de la conversación con Clara entendí que mi presente me obligaba a estar sola, como si en esa soledad se escondieran las miles de respuestas que necesitaba encontrar.

Decidí entonces armarme de coraje.
Recurrí a los mismos métodos que me habían ayudado a conservar el temple en medio de mis averiguaciones sobre la doble vida de Manuel, y que me habían permitido compartir la misma cama aún sabiendo que me engañaba.Ese coraje que vivía en mi interior y que me hacía fuerte en los momentos de necesidad.

Apagué el celular y lo escondí en el fondo de la valija.
Llamé a la recepción del hotel y avisé que prolongaría mi estadía por tiempo indeterminado, y que durante ese tiempo no quería ser interrumpida por ninguna llamada.Eso sí, le indiqué que tomara nota de quién llamaba, sólo por si algún día llegaba a arrepentirme de mi decisión.

Me di un baño, con la radio encendida en una emisora de jazz.Encendí un cigarrillo, y tomé del frigobar una botella de vino blanco bien helado.Contemplé durante horas el mar desde el balcón, bebiendo y fumando,descalza, y apenas cubierta con la bata de toalla y el pelo mojado,aún sin peinar.

Poca gente caminaba por la playa, como suele ocurrir los días nublados.
Vi parejas perdiéndose en el horizonte, y gente sola, como yo.
La soledad tal vez no era tan mala si uno podía obtener de ella un beneficio, pero me costaba saber cuál era la ventaja de estar en ese cuarto de hotel, rellenando el silencio con una radio, bebiendo para no estar tan cuerda y mirando el mar sin nada mejor que hacer.


Octavio.

Octavio llenó de pronto mi espacio.Su cara, su voz, su todo.

Sabía que su amor era sincero.Lo sabía.
Y si lo sabía ¿por qué temía?
No tenía que preocuparme por él, ya se le pasaría.Sus promesas no habían sido pasajeras.No.

Me amaba tanto o más que yo a él, y cuando yo volviera a Buenos Aires, él estaría lo suficientemente calmado como para intentarlo otra vez.

Me peiné.Elegí un par de jeans y una remera blanca para vestirme, y salí.

Hacía mucho tiempo que no tenía un cita conmigo,y ésta era la oportunidad ideal de despedirme de la soledad.

viernes, 15 de mayo de 2009

¿A dónde se va el amor?




Me quedé de golpe con las manos vacías, en medio de un hall que recibía turistas de reluciente sonrisa, en busca de emoción.

Yo había perdido todas las emociones en la kermesse de los afectos.Un solo disparo que había ido directo al corazón y me había dejado sin premio consuelo.

Estaba sola, con mis lágrimas y una sensación de derrota que se aferraba a mis tobillos y me obligaba a quedarme inerte, de pie donde estaba.

Quería un abrazo que nadie podía darme, una explicación que no podía encontrar y un bálsamo para mi pena que se agigantaba.

Como pude llegué a mi habitación, y sin encender la luz me recosté sobre la cama, inventando ese abrazo que pudiera contenerme.

No podía dejar de repasar las palabras de Octavio.

¿A dónde había ido a parar el amor?
¿En que curva del camino lo habíamos perdido?
¿Cómo no me había dado cuenta a tiempo que todo tiene un límite, hasta el mismo Octavio?

Tenía sus motivos y yo los conocía.Había tirado de la soga pensando que resistiría el peso de mi abandono esporádico, de mi indecisión, de mi inmadurez, pero la soga se había cortado en el preciso instante en que yo iba a soltarla.

De pronto todo perdía sentido.Mi apuesta a lo nuevo, mi certeza tardía de que a su lado estaba mi felicidad, mi estúpida convicción de que Octavio era el hombre para mi.

La soledad me invadía de una forma extraña,con un dolor novedoso que me cegaba y que me impedía decidir el próximo paso.
Ya no había tablero dónde moverme, ni fichas para jugar.Sólo estaba la necesidad de Octavio, su pedido, su adiós, que se convertía en un cruel verdugo ofreciéndome su castigo.

Nada. No había nada más allá de intentar un absurdo olvido...

Necesité el oído de una amiga, de esas que callan para que se oiga sólo nuestro llanto.La única era Clara.

Marqué el número de su celular, que sonaba en algún lugar de Buenos Aires.


- Hola

- Hola Clara, soy yo- dije apenas atendió.

- Hola Miru, que voz tenés.¿Pasó algo? - preguntó

- Necesito que vengas, te pago el pasaje con la tarjeta- respondí

- Miru, pará...¿qué pasó?Contame.

- Octavio me dejó, se cansó de mi, de Manuel, de esperarme....justo cuando pude ponerle fin a mi matrimonio.Estoy mal, te necesito- dije sin pausa.

-Pero volvé vos, acá estamos los que te queremos, dale- dijo con voz calma.

- No puedo...no sé adónde ir, ni con quien...está Manuel, no quiero verlo.No quiero nada.

-Mir, sabés que no puedo ir, están a punto de ascenderme en el laburo y además,bueno, es que tengo que contarte algo,pero no viene al caso- agregó.

- Contame. Me había olvidado lo de tu trabajo, perdoname-dije intentando sonar menos egoísta.

- Nada, es que empecé una relación con alguien- dijo feliz

- Ah, ¡me alegro tanto! Entiendo, entiendo, no te preocupes.Igual prefiero quedarme, lejos, para poder pensar. Pero decime quién es.¿Lo conozco?- pregunté

- Si, lo conocés. Estoy saliendo con El Tano- dijo

- ¿El Tano? ¿El amigo de Octavio?- pregunté sin querer escuchar la respuesta.

- Si, con él- dijo Clara.


Y ahí supe que estaría condenada a enterarme de la vida de Octavio, aunque pusiera toda mi voluntad para querer olvidarlo.

jueves, 14 de mayo de 2009

Antes del adiós- última parte


No podía creer que Octavio hablara en serio.

Necesitaba asegurarme que sus palabras eran producto de un enojo pasajero y que no tenían fundamento.

- Amor, no hablás en serio, ¿no? - pregunté

- Sí, Miranda, hablo muy en serio- respondió sin modificar la expresión de su rostro.

- No puede ser. Te tomaste un avión para venir hasta acá, eso no lo hace alguien que no esté enamorado- agregué tratando de inducir su respuesta.

- Yo no dije que no estuviera enamorado.Sólo digo que no se puede sostener una historia así, en la que nunca me voy a sentir protagonista, en la que siempre habrá un motivo de sobresalto que lleve el sello de Manuel.Basta.Me dije basta a mí mismo.Aunque te ame con locura y aunque haya pensado que sería capaz de tolerar cualquier cosa con tal de estar con vos, hasta acá llego.

- Imposible.Me estás mintiendo.Te conozco, sé lo que sentís- hice una pausa para secarme las lágrimas y calmar los nervios que empezaban a aflorar
- No podés dejarme, no podés, ni te creo...Octavio....no.

- Miranda, me voy.No quiero verte así vos sos fuerte, inteligente, sé que me vas a entender cuando tengas tiempo de meditar sobre esta charla- dijo mientras agarraba el bolso que yo le había preparado.

- Señorita Miranda, su taxi está en la puerta- interrumpió el conserje con su mano en alto detrás del mostrador, señalando el auto amarillo que se veía detrás del vidrio.

- Gracias- respondió Octavio por mí- soy yo el que lo va a usar.

- Dejame que al menos vaya con vos hasta el aeropuerto - dije apretando su brazo.

- No, prefiero que sea así- contestó- Chau.


Acercó su mejilla hasta mi cara, negándome con su gesto el beso de despedida.

- Octavio...no sos vos.¿Qué te pasa?- pregunté con un tono casi de desesperación.

- Soy yo, soy yo... lo que pasa es que jamás pensaste que yo podría pensar en mi alguna vez, por eso te resulta extraño lo que ves- respondió- Chau, Miranda.


Y mientras yo caminaba detrás de él, con los ojos nublados de tantas lágrimas, lo vi subirse al taxi e indicarle al chofer que lo llevara al aeropuerto.

Se alejó, hasta convertirse en un punto en el horizonte.

Lejano, inalcanzable.

lunes, 11 de mayo de 2009

Antes del adiós- parte uno



Los minutos corrían con desgano, sin lamentarse de mi espera.

Fueron tres los cafés que tomé, veinte las veces que contemplé el mar desde la ventana y cientas las que imploré que volviera.

Cansada de esperar sentada sobre mi propia indecisión, decidí cambiarme para ir a esperarlo al aeropuerto. Sin duda lo encontraría despachando el equipaje, y con tiempo suficiente para mantener una charla que aclarara el asunto.

Abrí su bolso y guardé dentro la ropa que me había hecho extrañarlo un poco menos en su ausencia.Lo cargué sobre mi hombro, y salí de la habitación.

En la recepción del hotel, le pedí al conserje que me enviara un taxi con destino al aeropuerto.La demora era de quince minutos, el tiempo justo para fumar un cigarrillo.

Me estaba acomodando en el sillón del lobby, justo cuando lo vi entrar por la puerta principal.

Corrí a abrazarlo, pero su mano puso un freno a mi cuerpo que pretendía alcanzarlo.

-No, Miranda- dijo, y bajó su cabeza.

- Ya sé lo que pasó.Manuel me llamó para contarme. ¡No puedo pensar que le creíste! - dije

- No pasa porque crea o no la historia de Manuel.Es que siento que esta situación es demasiado para mí.Es demasiado para vos, Miranda, pero no estás dispuesta a alejarte.

- Claro que sí.Este fue el final de mi historia con Manuel, te lo juro- dije con las palabras anudadas en la garganta, intentado esquivar las lágrimas para que mi voz sonara nítida.

- Es que Manuel no se va a dar por vencido, me lo dijo, y yo sé que vamos a estar condenados a entrar en su juego.Vos vas a entrar, te conozco.Hay algo que no te permite despegarte de él.Lo peor de todo es que yo nunca voy a tener la certeza de que realmente dejaste de amarlo, y eso es lo que me hace dudar de lo nuestro.No me siento capaz de tolerar lo que viene.Ya aguanté bastante- dijo sonando seguro.

- Pero... - balbuceé- no entiendo.Pensé que no habías vuelto por el tema del embarazo.

- No, Miranda.Sé que no esperás un hijo de él.Lo que no sé es si vale la pena que sigamos.


Y así, mirándome a los ojos, sentenciaba el final de lo nuestro.

jueves, 7 de mayo de 2009

No todo es lo que parece


- Te convertiste en un monstruo, Manuel -le dije- no sé dónde quedó aquél de quien me enamoré una vez.

- No soy un monstruo Miranda, sólo peleo por lo que quiero- respondió sin culpas

- ¿A eso llamás pelear? No hay nada que te aleje más de mí que la mentira, y seguís insistiendo en el método.

- No exageres, ya me vas a entender- agregó

-Jamás, y no pienso seguir perdiendo el tiempo hablando con vos, quiero encontrar a Octavio- dije

- No creo que tengas suerte, debe estar bastante enojado como para verte- rió- Pobre Octavio, hasta me dio un poquito de pena cuando se levantó de la mesa del bar para irse.

- Sos un hijo de puta - dije antes de cortarle.


Me quedé sentada al borde de la cama, imaginando la cara de Octavio que describía Manuel.

Mis pies golpeaban contra el suelo haciéndose eco de mi rabia, mientras mi mente trataba de organizar las ideas para poder accionar.

Tenía que encontrarlo, decirle que era una maniobra más de Manuel para alejarnos, pero no sabía dónde.

Pensé un rato, hasta que una mínima lucidez me dejó encontrar una respuesta coherente.


- Hola, quería confirmar una reserva a nombre de Octavio XXXX - dije a la operadora

- ¿Para qué vuelo? - preguntó la empleada

- No lo recuerdo, pero podría darle el número de documento.¿Puede ser? - pregunté

- Sí, dígame.


El vuelo de Octavio salía esa misma noche y no había hecho ninguna modificación.

Abrí el placard y vi sus camisas prolijamente colgadas, su bolso al costado de los zapatos y sus remeras apiladas junto a las mías.
Mi vista se detuvo un largo rato en esa imagen , como si de alguna forma me permitieran estar cerca de él.


Miré el reloj y descubrí que aún faltaban varias horas para que saliera el vuelo, así que decidí pedirme un café lo suficientemente grande como para que me acompañe en la espera.


Octavio debía llegar de un momento a otro.

lunes, 4 de mayo de 2009

A la orilla de su verdad




Escuché la risa de Manuel, que atravesaba el tubo del teléfono.

- Contestame.¿Qué sabés de Octavio? -pregunté ansiosa por escuchar su respuesta.

- No te alteres Mirandita, que no me convertí en un loco.

- ¿Podés decirme dónde está? -pregunté insistente

- Donde está no sé, pero puedo decirte dónde estuvo si querés- respondió

- Decime todo lo que sepas, y mejor que no me mientas- agregué

- Cuando salí de tu habitación me estaba esperando en el lobby.Cuando avancé hacia la salida me detuvo, con cara de pocos amigos- dijo

- ¿Y?Le pegaste, sos capaz....- dije

- No, jamás me pondría a la altura de ese pobre tipo, pero creo que a él le sobraban las ganas de dejarme la nariz partida en dos- siguió- La cosa es que nos fuimos juntos del hotel, le dije que lo invitaba a tomar un wisky o una cerveza, para que se tranquilizara.

- ¿Qué sentido tenía? ¿Para qué hiciste eso?- pregunté

- Supongo que me daba curiosidad ver con quién te acostabas....

- Manuel, eso es ua estupidez- dije- No ganabas nada con saber cómo habla o qué piensa.

- Bueno, vos tuviste el derecho de hablar con Laura, yo quise lo mismo.¿Cuál es el problema?

- Seguí, contame qué pasó después

- Fuimos a un bar, que está en la 45, y ahí me despaché con un interrogatorio.Parece que el pibe este está enamorado, pero se le está acabando la paciencia- se rió- Yo que vos saldría a buscarlo Mirandita, antes de que sea tarde.No sea cosa que termines volviendo a mi lado tal como te lo anticipé

- No te entiendo Manuel. Hay algo que no me estás diciendo.Quiero saberlo.Te conozco, por algo me llamaste-dije

- Sí, claro.Lo que iba a decirte es que no creo que te haya ayudado con lo que yo le dije.La verdad que no me dieron ganas de darte una manito con tu amante,así que se me ocurrió decirle que vos siempre ibas a estar enamorada de mí, a pesar de todo.Que lo de ustedes no iba a durar, que yo te conocía y que sólo buscabas darme un escarmiento.¿Hice mal?- preguntó

- Supongo que era lo único que estaba a tu alcance, considerando que no querés reconocer que yo quiera hacer mi vida con él.Parece que no me creés capaz- dije

- Bueno, eso está por verse.Ya te dije que estoy seguro que vas a volver.

- Basta Manuel, lo nuestro está ter-mi-na-do. ¿Oiste? Terminado -agregué

-Lo dudo.No creo que Octavio quiera verte otra vez- dijo seguro.

-No me hagas reir.Octavio me ama- contesté en medio de una risa irónica.

- ¿Pensarías lo mismo si supieras que le dije que estábamos esperando un bebé? - dijo Manuel, antes de que yo me quedara sin aliento.