sábado, 28 de noviembre de 2009

Volar



Recliné el asiento del avión lo más que pude y estiré las piernas por debajo del asiento de adelante. Ubiqué la pequeña almohada sobre la ventanilla y apoyé mi cabeza. Llamé al sueño, único remedio pasajero para el olvido.


De pronto estaba caminando por un paisaje lleno de flores. Mi pelo negro me rozaba la cintura y se enredaba con el viento que arrastraba mariposas en pleno vuelo. Un intenso aroma a jazmines se colaba por mi nariz y me impregnaba la piel. A lo lejos, un enorme árbol color rosa se recortaba del resto de la escena. Pude distinguir dos siluetas, borrosas, difusas. Me acerqué, pisando flores blancas y amarillas. Reconocí la imagen de Javier, recostado bajo el árbol junto a una niña rubia como el sol que intentaba atrapar mariposas. De sus bocas entreabiertas brotaron risas y pétalos azules que cubrieron mi cuerpo desnudo.


- ¿Dormís? - me preguntó Javier al oído.

- Soñaba - le respondí - Uno de los sueños más lindos que recuerdo haber tenido en mucho tiempo.

Javier sonrió como si pudiera imaginar el paisaje que yo había visto.

- La gente duerme, creo que debo ser el único que está despierto - agregó.

- Ajá - contesté sin entender para qué me había despertado.

- ¿Vos te animás a cumplir mi fantasía? - me preguntó con ojos pícaros.

- ¿ Cuál ? - pregunté como si desconociera la respuesta.

- La del baño del avión, Mir.



Como adolescentes en plena travesura, nos ingeniamos para encontrar el momento en que nadie nos viera.
El espacio era demasiado pequeño pero nos regalaba la comodidad de estar juntos. Cada movimiento, por pequeño que fuera, nos obligaba a un roce involuntario entre nuestros cuerpos.
Me besó con ansias, llenó de pasión, aferrándose a mi cuello. Acarició mi escote, se deslizó por mi cintura y más tarde recorrió mi espalda con sus manos.
Sentí el calor de sus dedos sobre mi ombligo y el movimiento del botón atravesando el ojal de mi pantalón. El casi imperceptible sonido del cierre me estremeció, paralizando mis gestos.
La imagen de Manuel reaparecía en flashes sobre mis pupilas.
Me detuve. Lo detuve.
Agaché mi cabeza, impulsada por el peso del recuerdo y la tristeza.


- ¿Qué pasa, amor? - me preguntó Javier tomando mi cara entre sus manos.


Un par de lágrimas surcaban mis mejillas y rodaban sin destino.


Hubo un silencio, una quietud extraña capaz de anteceder a un huracán.


- No me contaste todo, ¿no? - preguntó con enojo - ¡¿Qué te hizo ese hijo de puta?!

- ...

- ¡Contestame! ¿Me mentiste? ¿Te acostaste con él?



No pude responder.
El mutismo de mi voz fue una dolorosa duda que se adueñó del corazón de Javier.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Consuelo



La primera vez que pude contarle lo que había sucedido en el encuentro con Manuel fue mientras terminábamos de armar el equipaje.
Le hice señas a Javier para que dejara lo que estaba haciendo y se sentara a mi lado en el sillón.

Encendí un cigarrillo y, entre pitada y pitada, fui relatando la noche pasada con la intención de desecharla de mi mente una vez que Javier estuviera al tanto de todo. Quería ubicarla en el casillero del olvido, en un lugar apartado de lo cotidiano, desde el que no me pudiera dañar.

Escuchó con atención evitando interrumpirme.
Sólo habló para llenar el silencio que dejaba mi punto final.


- ¡Pero este tipo está loco! Hay que denunciarlo, es un hijo de puta - dijo mientras la rabia desfiguraba el contorno de sus labios.

- Lo sé, pero no es lo indicado. Manuel es un gran abogado, tiene demasiados contactos, mucha influencia en su ambiente y siempre, pero siempre, saldríamos perdiendo.

- No, Miranda, esto no puede quedar así. O voy y lo mato o hacemos la denuncia como corresponde. Yo no puedo permitir que te haga esto...o que haya querido hacerte algo peor, o que piense hacerte daño más adelante. ¡Si está enfermo que lo internen, carajo! - comenzó a caminar en círculos mientras hablaba - Algo tenemos que hacer. Algo tengo que hacer.

- Amor, ya está. Tenemos que aprender a convivir con esto. Tomemos ese avión y volvamos a pensar en nuestra vida juntos, lejos de él.

- Pero algún día vamos a querer volver, Miranda, ¿no te das cuenta? ¿Y si esto sigue?

- Javi, vení, sentate. Yo sólo necesito que vos me entiendas y me apoyes. No quiero vivir más atada al fantasma de Manuel. Hace tiempo que convivo con ese temor y no lo quiero más. Necesito empezar a pensar en mí, más allá de que él quiera impedírmelo. Esa es la única forma en que yo siento que gano la batalla: si puedo ser feliz.

Esas cuatro palabras quedaron dando vueltas en la habitación provocando un cambio de reacción en Javier.
Me abrazó y me pidió disculpas.


- Perdoname, fui egoísta. Sólo estaba pensando en sacarme a ese tipo de encima para no tener que convivir en un futuro con su presencia. Tenés razón, sólo tengo que pensar en lo que a vos te haga bien porque eso es lo que me importa.

- Gracias - fue todo lo que pude decirle.

- Terminemos de armar las valijas, no quiero que perdamos ese avión que es el pasaje a nuestra vida normal.

- Eso quiero, una vida normal.


Pura ilusión.
En mi interior sabía que Manuel jamás me dejaría tener lo que cualquiera consideraría una vida normal.
Por más que por un tiempo me rodeara una aparente calma.


lunes, 23 de noviembre de 2009

El después ( Lullaby)


Bajé del auto con mi ropa impregnada de impotencia. Los vestigios de un encuentro violento se rebobinaban una y otra vez en mi mente como una vieja película en blanco y negro que, de tan gastada, se deterioraba justo en el final dejándome sin saber qué le ocurría a la protagonista.

De pie en esa esquina volví a respirar mi libertad.
Rostros desdibujados por la madrugada y una ciudad que apenas amanecía fueron testigos del nacimiento de mi angustia. Un sentimiento nuevo me recorría el cuerpo. Una mezcla de odio y miedo por lo que Manuel planeara en un futuro para perjudicarme, se anudaban en mi garganta.
Recobré un poco de paz cuando hice espacio en mi cabeza para que el recuerdo de Javier pudiera colarse. Tenía que llamarlo.

- ¿Dónde estás? - dijo apenas atendió - Estoy manejando como un loco sin saber adonde voy.

- Estoy en el mismo lugar en que me dejaste - dije.

- ¿Estás bien? ¿Te hizo algo?

- Estoy mejor ahora que te escucho. Vení a buscarme.

- Voy para allá, esperame en la estación de servicio que llego en veinte minutos, quizás antes.


Caminé dos cuadras como una sombra hasta llegar a la estación de servicio. Le pedí un café a una empleada muy amable que me hizo reconocer mi incapacidad de sonreír. No tenía ganas, ni fuerzas. Sentía el alma estrujada como un trapo mojado antes de ser colgado al sol. Me dolían la piel, la voz y la memoria.Me asustaban el ahora y el después.

El tiempo de espera se alargó hasta el infinito. Veinte minutos que parecieron semanas, frente a un pocillo de café como única compañía.

- Amor, vamos - me dijo Javier rodeando mi cuerpo con sus brazos.

Dimos algunos pasos hasta el auto. Juntos, pegados.
Cuando me senté a su lado quise hablarle pero no pude. Sólo apoyé mi cabeza sobre su hombro mientras él manejaba en absoluto y discreto silencio.

Pude sentir su mirada curiosa todo el tiempo y su mano acariciándome con suavidad el pelo.
El calor de su presencia que me era tan familiar, el olor de su piel, su respiración.
Mi mejor canción de cuna...








- Javi, con vos siento que estoy otra vez en casa - fue lo único que pude decirle.


viernes, 13 de noviembre de 2009

La condena


Traté de explicarle que su manera de comportarse lo ubicaba en la vereda del abuso. Le dije que esa no era la forma de demostrarme su amor sino de robarme lo que de otra forma no podía conseguir.
Le hablé tratando de que entendiera, mientras intentaba separarme de su cuerpo que parecía no querer alejarse ni un milímetro de mí.


Sentí sus manos tibias deslizándose por mi contorno, colándose por cada espacio de piel. Me llenó de palabras de un amor rabioso y desquiciado que yo desconocía y que sólo lograban causarme nauseas y ganas de salir corriendo de ahí.

De espaldas a Manuel y con la pared como único refugio, pude oír el cierre de su pantalón deslizándose.
Cerré los ojos con impotencia al mismo tiempo que grité con toda la fuerza de mis pulmones y lo maldije de todas las formas posibles. Él sólo repetía que me iba a gustar, que sería como recuperar la pasión postergada por aquél tiempo...

Desde mi cartera, un sonido intermitente detuvo los movimientos de Manuel, como si el timbre estridente de mi celular lo hubiera devuelto por un momento a la realidad.

- ¿Es tu teléfono? - me preguntó

- Sí - contesté respirando nuevamente.

- No atiendas.

- Si no atiendo Javier se va a preocupar y va a salir a buscarme.

Manuel no tenía porqué saber que Javier no tendría la menor idea de por dónde comenzar a rastrearme y que desconocía la existencia de la casa de fin de semana. Mis palabras sonaron convincentes y por primera vez sentí que se alejaba de mi cuerpo.

- A ver, atendé, pero rápido.


Corrí a la cartera en busca del teléfono rogando que no dejara de sonar en el tiempo que me demorara en alcanzarlo.
Escuchar la voz de Javier fue como estar de regreso en nuestra cama, sintiéndome protegida y amada.

Lloré cuando me preguntó si todo estaba bien. "Vení a buscarme, pedile a mi mamá la dirección de la casa de fin de semana. Manuel se volvió loco", le dije entre sollozos. "Vení, por favor", alcancé a decirle antes de que Manuel me sacara el teléfono.

- Ay, Miranda, qué ganas de complicar las cosas- dijo mientras se acomodaba los pantalones - Ahora nos vamos a tener que ir. ¿Ves?, vos solita te buscás las cosas. Estás empecinada en dilatar nuestro encuentro y ya te dije que estamos destinados a estar juntos. Me vas a obligar a hacer cosas que no quiero.

- ¡Basta! ¡Te volviste loco! Lo de esta noche te convirtió en el ser más despreciable de este mundo. ¡Te detesto, me das asco!¡Asco!¡Asco! - le grité mirándolo a los ojos.

Fue apagando las pocas luces que había encendido al llegar y acomodando el vaso y la botella de whisky en su lugar.

- Vamos, dale - me dijo.

Tomé mi cartera y me alisé la pollera con ambas manos. Dos segundos más tarde estaba en la puerta, lista para salir.



No hablamos en todo el viaje. Tampoco hubo música. Todo era silencio y una plegaria en mi interior que rogaba que se mantuviera lúcido para manejar y que el efecto del alcohol no nos impidiera llegar a destino.

Cuarenta minutos después Manuel detenía el auto en la esquina en que me había levantado.
Abrí la puerta, dispuesta a salir del auto en una fracción de segundo pero me detuvo por el brazo.

- Andá, pero no pienses que esta va a ser la última vez que nos vamos a ver. Desde este instante empiezo a pensar la forma conservarte para siempre a mi lado.


Esa fue su sentencia.
Y mi condena.


lunes, 9 de noviembre de 2009

Acosada


Se sirvió el tercer vaso de whisky mientras repetía como un autómata "nada de divorcio".

Me incorporé del sillón de un solo movimiento y me acerqué hasta donde él estaba.

- ¿Qué decís? - le pregunté - Quiero el divorcio, ¿no entendés? Ya no te amo, no hay nada más entre nosotros. ¿Me escuchás?

- Epa, sí que te escucho, pero la que no entiende sos vos.

- ¿Qué es lo que pretendés que entienda?

- Que no pienso separarme de vos, ni hoy ni nunca. Así que va a ser más fácil que te saques de la cabeza esa idea ridícula - contestó.

- Mirá Manuel...

- Shh - me interrumpió - basta. Este es nuestro momento, disfrutemos - dijo.

- ¿Disfrutar? No hay nada para disfrutar, Manuel, sólo quiero que entres en razón.

- Bailemos, dale, como cuando éramos novios - dijo mientras colocaba un cd en el equipo.

- ¡Te volviste loco, Manuel! - lleve mis manos a la cara y me refregué los ojos sin entender lo que pasaba.

Manuel se acercó a mi lado e intentó tomarme de la mano para invitarme a bailar. Me solté y volví a sentarme en el sillón pero se sentó conmigo, demasiado cerca.

- Amor, basta de este juego - dijo - Volvamos a ser los de siempre, yo te amo.

- Ay, Manuel, por favor - se me llenaron los ojos de lágrimas ante la impotencia que me provocaba su parte más irracional - No quiero saber nada con vos. Te quiero lejos, ¿entendés? Le-jos - enfaticé.

Extendió su mano y me acarició los hombros sin importarle lo que le decía, como si un muro inmenso lo separara de la realidad de mi discurso y habitara en un mundo en el que sólo era válida su verdad.
Volví a levantarme para escapar de su incómodo roce. Él se levantó detrás de mí y se acercó otra vez sin soltar el vaso de whisky que volvió a recargar antes de decirme:

- Siempre vas a ser mía, eso está escrito.

Me pregunté en que parte de su cabeza estaría escrito que yo era de su propiedad. En qué espacio de su mente enferma la obsesión no lo dejaba razonar como un ser normal.

- Me quiero ir, llevame - dije mientras giraba para tomar mi cartera.

No me escuchó. O no le importó lo que decía.
Se acercó por la espalda y me tomó de la cintura. El olor a alcohol me envolvió hasta darme nauseas.
Sentí su boca junto a mi cuello y un balbuceo que repetía un te amo resbaladizo y pegajoso.
Intenté despegarlo de mi cuerpo pero su metro noventa me lo impedía.
Me empujó de un solo paso hacia la pared del living hasta sentir el frío de la pared junto a mis mejillas. Una mano me rozó las caderas hasta encontrar el final de mi pollera. Sentí entonces su piel recorriendo la desnudez de mis nalgas hasta llegar a mi intimidad.



Creo que grité.
Creo que mordí la mano que me acariciaba la cara.
Creo que lloré desde las entrañas sin saber si estaba despierta o presa de la peor pesadilla.


jueves, 5 de noviembre de 2009

¿Divorcio?



En medio de la noche oscura, llegamos.
Estacionó su auto frente a la entrada y silbando la música que aún sonaba, se bajó. Yo hice lo mismo, sin que me quedara otra opción más que seguirlo en sus movimientos.

Entró primero y encendió las luces de una casa llena de recuerdos, buenos y malos.
El lugar olía a encierro y supuse que hacía mucho que Manuel no la visitaba. Tal vez hubiera cambiado algunos hábitos desde que estaba sin mi compañía.

- ¿Qué te sirvo para tomar? - me preguntó mientras llenaba de whisky un vaso.

- Agua, por favor - dije sin querer que el alcohol se adueñara de mí una vez más.

- Bueno, un vaso de agua para la señora - repitió en voz alta - Estás muy callada, ¿no era que querías hablarme?

- Sí, claro, es que esto de que me traigas hasta acá me desconcertó bastante.

- No entiendo el desconcierto, es nuestra casa de fin de semana, ¿qué tiene de malo?

- Es que me parece que tenés otra expectativa con el encuentro. Sólo eso - respondí.

- Ajá, mirá vos. ¿ Y que se supone que yo espero de esta charla, según vos? - preguntó.

- No sé, una reconciliación tal vez - dije, mientras me sentaba al borde del sillón, como quien está dispuesto a irse en cinco minutos.

- ¿Acaso hay otra opción? - bebía grandes sorbos de whisky mientras hablaba - Miranda, está claro que lo nuestro es inevitable. Yo sabía que tarde o temprano querrías volver a casa para seguir con nuestra vida habitual.

- No, Manuel - hice una pausa - No es así. Yo ya no te amo, tenés que entenderlo. Pasaron demasiadas cosas entre nosotros, sobre todo, la incorporación de un tercero a tu vida.

- ¿Laura? - preguntó.

- Laura. Saber que hacía tiempo que estabas con ella, dudar de tu paternidad, presenciar tus extraños comportamientos, me desencantó por completo hasta el punto de darme cuenta que lo nuestro era algo enfermizo pero que el amor se había terminado.

Traté de medir mis palabras para evitar una escena de gritos o de violencia. Lo veía relajado y eso me hacía temer mucho más que si hubiera estado encolerizado.

- ¿Qué viniste a decirme, entonces? - preguntó mientras se servía el segundo vaso.

Hice otra pausa. Revolví en el casillero de mi memoria aquello que había ensayado en el camino. Ninguna frase diplomática aparecía en mi mente. Todo era un enorme vacío del que pendía una idea principal que giraba a gran velocidad por mi cabeza.

- Vine a pedirte el divorcio - dije finalmente.


Rió.
Rió como una hiena, sacudiendo el contenido del vaso, salpicando la alfombra.
Rió como si todo fuera una fiesta, como si presenciara una comedia en la que yo era la protagonista.

Sentí vergüenza por haber confiado en una reacción adulta de su parte.
Me sentí ingenua por haber creído que Manuel tenía una veta lúcida y humana que lo dejaría mirar más allá de su ego.


- Ni lo sueñes, mi amor - dijo - Nada de divorcio.


Y fue un látigo que hizo arder mis ilusiones dejándolas en carne viva.
Una sentencia que alertaba cual sería el desenlace.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un paso en falso




- Manuel, necesito verte para hablar - dije

- Necesitás verme, claro. Lo sabía - contestó.

- Sólo voy a estar un día más en Buenos Aires, ¿podremos encontrarnos un rato? - pregunté temiendo una negativa.

- Por supuesto, tengo ganas de verte. Dejame que piense... - hizo una pausa - Te paso a buscar en una hora por la esquina de teatro. ¿Estás cerca de ahí?

- Bastante, pero es tarde - miré a Javier buscando una aprobación y sólo encontré un rostro contemplativo y expectante.

- ¿No era que necesitabas hablar?

- Si, está bien. En una hora estoy ahí.


Sentí alivio por haber dado el primer paso frente a una situación postergada en el tiempo aunque no me gustaba la idea de tener que verlo a esa hora de la noche.
Javier no se opuso al encuentro y trató de convencerme de que tal vez era el único momento que él tenía disponible, así que me di un baño, me cambié y esperé a que llegara el taxi.


Javier me acompañó hasta el punto de encuentro y esperamos juntos, sentados en el asiento de atrás, mientras el reloj del taxi transformaba en pesos el tiempo de espera. Vimos estacionar el auto de Manuel a unos metros de donde estábamos y, después de un beso y un abrazo tierno, me bajé, prometiendo llamarlo para que viniera a buscarme.

Caminé temblorosa hasta la esquina. Abrí la puerta del acompañante y sólo atiné a subirme sin saludar. La presencia de Manuel me provocaba una mezcla de melancolía y resentimiento que se manifestaban como un dolor punzante en la boca del estómago.

- Hola, tanto tiempo - dijo sonriendo.

- Hola - contesté sin mirarlo a los ojos - ¿hablamos acá?

- No, no, este encuentro merece algo mejor - dijo - ya se a donde voy a llevarte.

- No vayamos lejos, estoy muy cansada y mañana a la noche viajo a Usa - agregué.

- Lo lamento, yo tengo pensado un lugar que te va a gustar -dijo.

- Manuel, este encuentro es sólo para que hablemos, no veo razón para que busques un lugar que me guste. Cualquier esquina o bar me da lo mismo.

-¡Mirandita, parece que te olvidaste con quien estás! Ya tengo decidido el lugar, así que vamos.


Puso en marcha su auto y aceleró por la avenida. Encendió el estereo y puso su disco de jazz favorito, mientras yo miraba a través de la ventanilla intentando descifrar el destino.
Con angustia, vi como tomaba el acceso a la autopista y tuve la certeza de que me llevaba al lugar al que jamás hubiera querido ir.

- ¿Estamos yendo a la casa de fin de semana? - pregunté rogando que respondiera que no.

- Siempre tan astuta -se limitó a decir.

- Pero...

- Nada de peros. Es el único lugar en el que podemos hablar tranquilos.


Intuí que su expectativa era otra, que por enésima vez se negaba a comprender la realidad.
Pensé miles de variables: Decirle que detuviera el auto y bajarme en medio de la autopista, explicarle que quería el divorcio mientras manejaba, callarme y aguantar hasta llegar a destino, llamar a Javier.
Tomé el celular de mi cartera y comencé a marcar el número cuando me interrumpió.

- Ni se te ocurra - dijo - en este auto no hay lugar para nadie más.

Tuve la certeza, entonces, de que cualquier opción que yo eligiera sería desacertada.
Manuel ya tenía un plan en su mente y nada ni nadie lo harían cambiar de rumbo.
Me limité a guardar el teléfono y a pensar la forma de decirle todo apenas hubiéramos llegado. Enumeré hipótesis de posibles respuestas y la forma de refutar cada una de ellas hasta lograr convencerlo. Imaginé un papel de víctima que apelara a su corazón de piedra, otro en el que no diera lugar a un no de su parte, en el que impusiera la única verdad que existía entre nosotros: un amor enfermizo de su parte que había terminado por contagiarme hasta dejarme durante años en terapia intensiva.

Lo único que no evalué era la posibilidad de que esa noche y ese encuentro se convirtieran en una gran paso en falso en mi camino con un único resultado: un nuevo(y gran) problema.




-

lunes, 2 de noviembre de 2009

Llamada postergada



Nos despedimos de Clara y del Tano con un abrazo eterno y la promesa de volver para el nacimiento de su hijo.
A ellos los esperaba la luna de miel y a nosotros el regreso a New York en 48 horas.
El salón quedó vacío y la fiesta comenzó a convertirse en recuerdo.




Javier y yo nos quedamos en la casa de Clara para poder disfrutar de dos días tranquilos, al menos en apariencia.
En las primeras 24 hs nos dedicamos a visitar a nuestras familias y amigos. Casi no dormimos en el afán de aprovechar el tiempo con nuestros afectos.
Al llegar la noche, recostados en la cama, la pregunta se hizo inevitable.


- ¿Vas a aceptar mi propuesta? - me preguntó Javier

- ¿Vos que creés? - respondí con otra pregunta.

- Creo que estás muerta de miedo - dijo - Tus experiencias pasadas me parece que te hacen dudar.

- ¡No, no dudo! Te amo, Javi, eso es una certeza, pero existe un problema grande llamado Manuel... no sé si va a darme el divorcio. Vos no lo conocés, está obsesionado conmigo y sé que es capaz de cualquier cosa para impedir mi felicidad si no es a su lado.

- Te entiendo, amor, sólo quiero saber si vos querés casarte conmigo, más allá de Manuel o de quien sea.

- Claro que quiero -dije

- Entonces decímelo.

- Me quiero casar con vos. ¡Sí, quiero! - bromeé.

- Entonces es necesario que hables con Manuel y que puedas sentirte libre, para que empecemos a vivir una vida juntos, con proyectos en común y sin fantasmas del pasado.

- Pero es difícil.

- No dije que sea fácil, pero más complicado va a ser intentarlo desde Estados Unidos. Tenés que aprovechar que estás acá y hablar personalmente. Sólo nos quedan 24 hs, Mir.


Javier tenía razón. Intentar dilatar el llamado y postergarlo para otra oportunidad no hacía que el problema desapareciera ni que encontrara solución mágicamente.
Era hora de desprenderme de ese chaleco de fuerza que me oprimía y que me restaba movilidad a la hora de proyectar mi futuro.

Eran los doce de la noche cuando decidí tomar el teléfono y marcar el número de la casa de Manuel, la que alguna vez había sido nuestra casa.
Javier me observaba sentado sobre la cama, pendiente de mis movimientos.

El sonido de la llamada llenó el espacio que me separaba de Manuel hasta que del otro lado, esa voz que hubiera querido no oír nunca más, atendió.

- Hola

- Hola, Manuel, necesito hablar con vos - dije con los nervios apretados en un puño.

- ¡Miranda! Sabía que volverías a buscarme.




Y ese fue el inicio de una llamada que hubiera querido postergar por siempre.