viernes, 30 de enero de 2009

Secreto


Caminamos abrazados durante algunos minutos...los suficientes como para que yo tomara el impulso necesario para contarle la verdad de mi historia con Manuel.

Me detuve en pleno paseo y le dije que prefería un lugar tranquilo donde nadie pudiera distraernos.

- ¿ Tan grave es lo que tenés para decirme? - me preguntó

- A esta altura ya me estoy acostumbrando a que sea algo normal - respondí

- ¿Y antes no lo era?

- No.En un primer momento me pareció lo más horrible que podía pasarme - le contesté

- ¿Estás segura de que querés contármelo? - me preguntó

- Claro, será nuestro primer secreto - dije con certeza

- ¿Querés que vayamos para mi casa?

- Si, claro, va a ser lo mejor - dije

- ¿Y tu marido? - preguntó sorprendido ante la espontaneidad de mi respuesta.

- No importa él ahora - dije


Y así, casi al unísono, estiramos el brazo en el intento desesperado de conseguir un taxi que nos pusiera a salvo del mundo y nos regalara un espacio para Octavio y para mí, donde yo pudiera abrir mi alma y esparcir en su pecho todos mis miedos, mis secretos y mis frustraciones.

jueves, 22 de enero de 2009

El encuentro


Estuvimos casi dos meses encontrándonos con Octavio en un café, a las apuradas, sin tiempo más que para mirarnos y arrojar sobre la mesa las palabras que se acumulaban en nuestra garganta en el tiempo en que no nos veíamos.

Lentamente, como una ínfima gota que va cayendo sobre el suelo hasta formar un charco, nos fuimos volviendo imprescindibles, necesarios, nos fuimos queriendo.

Una noche, a la salida del teatro, Octavio me esperaba en la puerta, a la vista de todos, oculto apenas detrás de un inmenso ramo de flores.

Justo esa noche yo había arreglado que Clara me pasara a buscar para irnos a tomar algo por ahí, así que apenas la divisé, me acerqué a ella y le dije:

- Decile a Octavio que no quiero que nos vean.Que me espere en el café de siempre, pero que no se siente.Yo en cinco minutos voy a buscarlo.

Clara, como la buena amiga que era, no dudó en llevar mi mensaje ni en entender que nuestra salida iba a quedar para otro día.


Tomé un taxi, luego de despedir a Clara, y pasé por el Café a buscar a Octavio.Le hice señas desde el auto, y apenas me vio se subió, con una sonrisa inmensa que llenaba todo el espacio.

El taxista preguntó a dónde íbamos, y lo único que salió de mi boca fue "lejos".

Octavio me miró intentando decirme sólo con sus ojos que entendía mi respuesta, y agregó:

- Llévenos al Tigre por favor.

El Tigre era un lugar alejado, con calles arboladas , donde nadie podría vernos a esa hora.


Caminamos por sus calles durante bastante tiempo, hasta que muertos de hambre decidimos parar a cenar en el único restaurante que encontramos abierto, justo frente al río.
Yo no estaba preocupada por Manuel,ya que tenía la coartada de Clara.Eso hacía que estuviera totalmente distendida y a gusto.

- Creo que es la primera vez que me siento libre desde que nos vemos -le dije.


- Se te nota en la expresión - me respondió


Comimos en una mesa contigua a la ventana, como si fuéramos amores de siempre, que gritaban lo que sentían ante el mundo, sin que importara nada.


Tanta era la calma que me invadía, que por primera vez me nacieron las ganas de compartir con él todo lo que me pasaba.Necesitaba contarle sobre Manuel, sobre su engaño.No me importaba que me viera vulnerable, y extremadamente tolerante.Ni siquiera me preocupaba que me tomara por loca, o estúpida. Octavio me había demostrado de diferentes maneras que me quería, de una forma similar a la de Manuel en un principio, pero que a su vez, era totalmente diferente.

Octavio sustentaba con hechos y presencias sus palabras.
Manuel, en cambio, era un personaje creado por una seguidilla de frases de amor dichas en el pasado.

Cuando salimos del restaurante, caminamos otro rato junto al río, fumando un cigarrillo, envolviendo con el humo esas ansias de abrazarnos y detener el tiempo para siempre.

- Quiero contarte algo - le dije


- Tengo toda la noche - me respondió

Notó en mis ojos un dejo de tristeza, y sólo se acercó a darme ese abrazo que nos debíamos desde el primer día.

Músculos, entrañas, piel y huesos latiendo en ese abrazo postergado, que me invitaba a confiar en Octavio, a creerle y a volver a creer...

lunes, 19 de enero de 2009

Cómo nació el amor



La promesa de "dejemos todo acá" me duró demasiado poco.



Para el momento en que apareció Octavio en mi vida, yo había aumentado once kilos y tres talles, y no había maquillaje que pudiera tapar el dolor que se había adueñado de mis rasgos.

No soportaba mirarme al espejo, y por consiguiente, no podía entender que alguien como Octavio se fijara en mí.



Así y todo, con el correr de los días y la insistencia de sus llamadas, fui tratando de creerle, lentamente.Sus palabras iban venciendo de a poco mis miedos, y rastrillando mis rencores.



Octavio no me apuraba, no exigía, no reclamaba.Él sólo buscaba pasar tiempo conmigo, compartir un café de cinco minutos, contemplar mis ojos tristes y cargar los silencios que yo dejaba escapar.



Poco a poco nos fuimos viendo, transformándose el encuentro en lo mejor de mi día. Un espacio para mí, dónde no debía fingir , dónde no sostenía mentiras, dónde me reclinaba sobre la calma para permitirme ser yo misma por un rato.



Cada día, cada cita, había siempre una palabra de amor en la boca de Octavio dispuesta a salir buscando mis oídos.



Una tarde, en medio de un ensayo, me escapé al café de siempre para verlo.Corrí con la peluca gris y los lentes que me caracterizaban como una abuela.Al verme llegar me dijo:


- Verte así me hace imaginar lo lindo que debe ser envejecer a tu lado.


Esa fue la primera vez que tuve ganas de besarlo.

domingo, 18 de enero de 2009

El lugar de las lágrimas





Cuarenta y cinco días después, mi ilusión se terminaba.
Envuelta en sangre iba mi esperanza y teñida de rojo quedaba una Miranda con las manos vacías y el corazón hecho un ovillo.

Embarazo ectópico, fue el diagnóstico, pero para mí no importaba el nombre científico sino el silencio que invadía mi cuerpo.

Ni el abrazo eterno de Manuel podía consolarme, ni sus palabras sobre el futuro, ni el optimismo del médico.
Con el correr de los días, comencé a culpar a Manuel.Le reprochaba su falta de ganas de tener ese hijo, como si eso hubiera condicionado al destino.Necesitaba culparlo, transmitirle un poco de mi angustia, que sintiera parte de mi tristeza, que cargara con algo más que la tarea de acompañarme en el duelo.


Desde ese día, la palabra embarazo quedó velada, como si un conjuro la hubiera hecho desaparecer de nuestras vidas. Si bien tuve algunos atrasos que podían hacerme creer que había llegado una nueva oportunidad a mi vida, ninguno terminó convirtiéndose en un hijo, hasta hoy.

Si no era por un motivo, era por otro, y así me pasé recorriendo clínicas y escuchando a doctores entendidos en fertilidad.

Sé que a Manuel no le preocupa, y ahora entiendo el motivo.Ser padre no le genera ansiedad ni expectativa, porque para él no es novedoso.


Por las noches, cuando estoy por quedarme dormida, pienso en la cantidad de lágrimas que lloré en tan poco tiempo.Litros, mares, océanos de lágrimas que habrán ido a parar a algún lugar sin nombre, al mismo al que viajaron mis sonrisas.

sábado, 17 de enero de 2009

El sueño de ser madre



El día que Manuel y yo anunciamos nuestra boda, yo estaba embarazada.

La noche anterior había confirmado que mi atraso se debía a un bebé que estaba en camino.
Manuel y yo nos encerramos en el baño a esperar el resultado de un Evatest, que tardaba en mostrar las rayitas rosadas.

Cuando tuve la certeza, lo abracé llena de emoción y con una enorme sonrisa que iluminaba mi cara.Yo era toda felicidad, pero no Manuel.
En su cara se notaba el esfuerzo por estirar las comisuras de los labios impostando un rostro de complacencia.Yo sabía que la noticia no lo había alegrado, pero no entendía el por qué.

Con el transcurso de los días, intentando descifrar sus palabras, quise creer que lo que le molestaba de la noticia era que había sido demasiado pronto, que quedaban cosas sin disfrutar de nuestra relación, que hubiera sido mejor planearlo para más adelante.
Digo que quise creer, porque así fue.Hay momentos en que uno oye lo que quiere oír, que acomoda las letras para leer la frase que a uno le sirve, la que no duele tanto, la que no derrumba la imagen de la persona que amamos.
Eso hice.Creí en algo que no era la verdad, y con eso pude seguir mirando a Manuel a los ojos, sintiendo que lo amaba y hasta entendiendo sus razones.


Yo quería ser madre.
Quería ser la madre de un hijo de Manuel y la noticia del embarazo era tan fuerte que por más que él no sonriera a la par mía, yo me la rebuscaba para ser feliz a escondidas.

martes, 13 de enero de 2009

Nuestra propia mentira



Esa noche nos quedamos despiertas, reemplazando el alcohol por el café cuando nuestra cordura se fue perdiendo en el silencio de una ciudad dormida.

La mente de Clara iba mucho más rápido que la mía.Tal vez el hecho de ser soltera le permitía pensar libremente, sin estar condicionada por un anillo ajustado al dedo anular.Por momentos la veía tan entusiasmada como si se tratara de una venganza personal y de pronto algunas pausas que me dejaban la mente en blanco por unos segundos, hasta que la escuchaba pronunciar una nueva idea.

Su plan me parecía digno de una mente retorcida, y no de una cabeza como la de Clara, pero como desconfiaba de mi propia lucidez, empañada por el efecto que había dejado la noticia de la paternidad de Manuel, decidí seguir las instrucciones de mi amiga que no tenía otro interés que la motivara más que ayudarme.


La mañana nos sorprendió dormidas sobre el sillón, ovilladas una sobre la otra.Lo primero que hizo Clara al abrir los ojos, fue llamar a la oficina para avisar que estaba enferma y sentirse libre de estar conmigo.
Recién a las once de la mañana llamó Manuel.
Clara volvió a atenderlo.Le dijo que yo estaba mejor, pero que seguía enojada y que tal vez nos iríamos un par de días a la costa al departamento de su madrina.
Yo escuchaba sin emitir opinión.Creía en el plan de Clara.


- Vos no podés aparecerte ante Manuel sin un rasguño.Le dijiste que te habían golpeado - dijo - Vamos a ir a tu casa a buscar ropa ahora que él está trabajando, pero no nos vamos a ir a ningún lado. Él se va a mover con total libertad pensando que estás a varios kilómetros, y nosotras lo vamos a seguir de cerca.


- Bueno - fue lo único que respondí

- ¿Tenés cámara de fotos? - preguntó

- Sí, una nueva - dije

- Bueno, traela.Hay que sacar fotos para guardar evidencia del adulterio.Si decidís divorciarte esa va a ser tu carta fuerte para pelear en un juzgado. - agregó

- ¿Divorciarme de Manuel? - pregunté tímidamente, como si la palabra divorcio sonara ajena a mi propia vida.

- Y claro...¿O pensás seguir al lado de un tipo que tiene una familia armada pero que no la tiene con vos? - dijo segura

- No lo había pensado, no sé, primero quisiera entender que es lo que pasa - dije

- Yo te voy a ayudar a entender.Tengo contactos en el registro civil, vamos a averiguar todos los datos de las hijas, cuándo y dónde nacieron.Voy a llamar a mi madrina, pero no para pedirle el departamento prestado, sino para que me averigüe en el banco toda la información que pueda de los dos, de Manuel y de Laura y...

- Basta. Es mi vida y estoy pensándola como si fuera una película de espionaje.No me cuentes más, yo hago lo que me digas - la interrumpí.


- Está bien, pero antes quiero hacerte una pregunta - dijo- ¿En qué quedó el asunto de tu maternidad? ¿Volvieron a hablar del asunto después de aquella vez?


- No.No quiere tocar el tema - dije con las pestañas cargadas de tristeza

- Es un hijo de puta - dijo Clara


El silencio llenó la cocina y se coló por la bombilla del mate.
Permanecimos varios minutos calladas, hasta que Clara dijo:


- Vamos, no quiero perder más tiempo.


Y salimos.

viernes, 9 de enero de 2009

El abrazo de Clara



Llamé a Clara desde el taxi, y le avisé que iba para su casa.

Mi voz que sonaba a urgencia la hizo preocuparse y no me dejó cortar sin que antes le anticipara el por qué de esa visita inesperada.

- Manuel me mete los cuernos - dije

Pude imaginar el ceño fruncido de Clara al otro lado del teléfono mientras el ojo del taxista me observaba curioso por el espejo retrovisor.


- Vení, te voy preparando un cuba libre - me contestó antes de cortar.


Clara era mi amiga de la infancia.Nos conocíamos del barrio, de pegar figuritas en el álbum, de las tardes de carnaval y bombitas de agua, de las peleas por una muñeca, de las meriendas debajo de la parra de la casa de mi abuela, con chocolate y vainillas.


Apenas el taxi se detuvo, la vi parada en la puerta del edificio, fumando ansiosa a la espera de verme llegar.
Ni bien me acerqué me abrazó, con la misma intensidad que el día en que murió mi abuelo y en el que ella no se había movido de mi lado.

Subimos a su departamento y mientras yo me reclinaba en su sillón ella apoyaba sobre la mesa ratona dos vasos de cuba libre con mucho limón.

- Tomá, que esto es mejor que un antidepresivo - me dijo mientras sonreía - Y ahora contame.

Apoyó el rostro sobre sus manos, con la mirada atenta y el oído dispuesto a enterarse todo lo que tuviera para decirle, como si no tuviera nada más importante que hacer en esta vida que escucharme.

A medida que mi relato avanzaba podía notar como el rostro de Clara pasaba de la duda a la certeza, de la tranquilidad a la furia, de la indulgencia al deseo de venganza.

Cuando terminé de contarle todo, se despachó con su opinión que no se diferenciaba de la mía.
Lo que ella tampoco podía entender era el por qué se había casado conmigo.

- ¿Sería que en realidad estaba tan enamorado de vos que no quería perderte? - me preguntó

- Si tan enamorado estaba me hubiera contado la verdad en lugar de correr el riesgo de lastimarme de esta forma.¿No te parece? - dije con mi trago en la mano.


Le dimos vuelta a la historia, la pusimos del derecho y del revés, imaginamos a una Laura con demencia que había obligado a que Manuel se quedara con ella, a un suegro que lo hubiera amenazado, a un secreto que lo condenaba a mantener esa doble vida. Divagamos por efecto del alcohol y porque el fantasear nos distendía y nos daba permiso para sonreír.

De pronto recordé que había quedado en llamar a Manuel y cuando tomé el celular para marcar el número, la mano de Clara me detuvo.

- ¿Qué hacés? - preguntó

- Quedé en llamar a Manuel - dije

- Vos estás loca.Ese hijo de puta no es capaz de llamarte ni en el supuesto caso de que te hubieran golpeado por estar con esa mina.Que se curta.Tenés la posibilidad de enojarte, usala - dijo


Clara tenía razón.Por un momento, en su compañía, me había olvidado del dolor y como una autómata me entregaba a la vieja rutina del feliz llamado, del contarlo entre las personas que más se preocupan por mí.Lo cierto es que él no me había llamado y hacía ya dos horas desde que yo le había avisado sobre el supuesto asalto.

Al rato, mi celular sonó.
Clara me hizo señas de que atendía ella.


- Si Manuel, soy Clara.Miranda se quedó dormida.Es que estaba asustada y nerviosa.Si, si. Además se puso triste porque no la llamaste para saber como estaba.Bueno, en realidad estaba enojaba.

Me detuve a mirarla mientras hablaba.Se veía segura, como si en su mente ya hubiera diseñado un plan.

Cuando cortó me dijo:

- Listo.Tenés tiempo para pensar.Esta noche te quedás a dormir acá. Algo se nos va a ocurrir.


Y era cierto.
Algo se nos iba a ocurrir.

miércoles, 7 de enero de 2009

Sumar y restar



Lo vi entrar a la casa de Laura, o a su casa.

Sentí el mundo tambalear a mis pies, desprenderse el cielo sobre mi cabeza y desaparecer la ciudad que me veía llorar de rodillas en esa esquina.

Sentí pena de mí misma, ganas de creer que era una pesadilla y que al sonar el despertador me daría cuenta que todo había sido un mal sueño producto de alguna comida pesada ingerida en la cena.

Pero no. La sombra de Manuel podía verse desde donde yo estaba.Cargaba a la mayor de las hijas en los hombros mientras una luz se encendía a la altura de la cocina.Seguramente se sentarían a comer los cuatro juntos, sin recordar mi existencia.

En ese momento, una imagen se centró en mi mente: Las hijas.
Una calculadora imaginaria se ubicó al alcance de mi mano, y me obligó a hacer cuentas.
La mayor debía haber nacido mientras estábamos de novios, pero la menor, que rondaba los dos años, era la cruel fotografía que representaba el engaño en su máxima expresión.
Manuel mantenía dos vidas, dos amores, dos casas y dos hijas que no eran mías.


No tenía sentido seguir en esa calle, atormentándome con lo que veía, pero tampoco era justo que él disfrutara de esa vida a mis espaldas.

Tomé el celular y aprovechando la voz entrecortada y el estado en que me encontraba, marqué el número de Manuel.

Después de sonar cinco veces, atendió.Yo lo veía, pegado a la ventana, como si no quisiera que Laura escuchara, como hacía conmigo cuando ella llamaba.

- Hola - respondió

- Hola, te necesito - dije ahogada en lágrimas

- ¿Qué pasó? - dijo asustado

- Me golpearon para querer robarme.Me amenazaron con un arma.Estoy yendo a lo de Clara. Sólo quería avisarte. - dije

- ¿Pero estás bien? Voy para allá - respondió

- Dejá, voy a lo de Clara.Solo quería que lo supieras, me pareció que tenías que saberlo,¿no?

- Pero claro, voy a lo de Clara.En un ratito salgo para allá -contestó

- No.Yo te llamo desde su casa.Quiero disfrutar un rato de los mimos de mi amiga, me van a venir bien.

- Bueno, pero llamame apenas llegues, me quedo intranquilo -dijo

- Bueno, te llamo, chau.

- Chau, cuidate por favor.

Corté.Pidiendo que realmente se hubiera quedado lo suficientemente intranquilo como para arruinarle la cena.

Clara era mi amiga soltera, la única en quien podía confiar.
Ya era hora de compartir con mi amiga aquello que me pasaba.
Sentía que si no lo hacía, iba a volverme loca.

lunes, 5 de enero de 2009

El corazón en pedazos





Ese viernes llegó, y junto con él llegó el dolor, el más inmenso, el más letal.



Esa mañana Manuel se acercó a la mesa de la cocina donde yo desayunaba. Cuando lo vi asomarse por el marco de la puerta luciendo una inmensa sonrisa, supe que escucharía una mentira.


Abandoné sobre el plato mi tostada a medio comer y encendí un cigarrillo, intentando encontrar en el humo un aliado, un testigo.


- Amor - dijo - Esta noche hay cena de hombres.


- ...


- ¿Me escuchaste? Estás distraída últimamente - agregó ante mi silencio


- Si, te escuché.Yo arreglo algo con las chicas.No te preocupes.¿A qué hora se juntan? - quise saber


- A las nueve - dijo


- Andá tranquilo que yo me armo algún plan - contesté escondida detrás de una pitada.


- Bueno, me voy a bañar que se hace tarde -dijo antes de desaparecer por el pasillo.


Seguí con la mirada perdida, mientras oía a lo lejos el agua de la ducha que debía correr por el cuerpo de Manuel, sin poder lavar sus culpas.


Mientras bebía un sorbo de café, escuché el sonido del celular de Manuel que me devolvía a la realidad.Me acerqué a buscarlo y pude ver que en la pantalla se leía: Santiago llamando.

Hubiera querido atender y que ella escuchara mi voz.Me mordí las ganas con rabia, y lo dejé sonar.Después, el clásico timbre que anuncia que alguien ha dejado un mensaje de voz.


Corrí al teléfono de línea y marqué el número de Manuel.Cuando escuché el contestador automático presioné numeral, y la voz de la grabación me indicó que ingresara la clave.Probé con la fecha de nacimiento, pero no acerté.Intenté entonces con la clave del banco, y ahí la máquina respondió: Usted tiene un mensaje nuevo. Presioné el número uno para escuchar el mensaje:


" Hola amor, las nenas al final se quedan porque no tienen ganas de dormir allá.A esta altura seguro que ya inventaste alguna excusa para escaparte, así que venite igual.Tengo ganas de verte.Un beso."


Corté rápido, para que el mensaje le figurara como no escuchado.

Me senté nuevamente junto a mi taza de café que se enfriaba y tuve ganas de romper todo lo que veía cerca de mis manos.Hubiera querido entrar al baño y gritarle que lo había descubierto, que Santiago era Laura, que esa noche era a ella a quien vería y no a sus amigos, y que yo no era ninguna imbécil, pero me contuve, ahogando las lágrimas en esa taza de café frío.


Cuando estuvo listo, se acercó a saludarme con un beso que me recordó a Judas y su traición.Su perfume quedó merodeando en la cocina aún unos minutos después de que se fuera al estudio.





A las ocho y media de esa noche, estaba de pie frente a la casa de Yerbal.

Estudiaba las luces y las sombras que me regalaban las ventanas y me imaginaba la espera de Laura, enfundada en un lindo vestido,oliendo a jabón e infamia.


A las nueve y cuarto, vi acercarse el auto de Manuel y detenerse frente a la puerta.Dos bocinazos cortos le advirtieron a Laura que había llegado y vi como ella le abría la puerta y lo saludaba con un beso en la boca.


Después, el frío helado que congeló mi respiración, que me dejó sin latidos, que desmoronó las pequeñas certezas que había ido anotando en mi libreta, que fragmentó el suelo donde pisaba.

Detrás de Laura, corrieron las dos pequeñas rubias a saludar a Manuel.
Lo hicieron envueltas en gritos y sonrisas, mientras pronunciaban la pequeña palabra que aún retumba en mis oídos:





- ¡Papá, papá!

Insomnio


Los siguientes seis días fueron una suerte de calvario.

No toleraba compartir la vida con Manuel y mucho menos la cama. Era difícil impostar una sonrisa, y me daba cuenta que mis clases de actuación, mi vocación y las herramientas para evocar situaciones que me permitieran personificar a una esposa feliz habían quedado entre las bambalinas.En mi matrimonio no podía actuar.Al menos no en el estado de shock que me encontraba.


Varias veces tuve ganas de increparlo, de decirle lo que sabía, de gritarle que era un hijo de puta y enumerarle a viva voz todo lo que había averiguado.Cada vez que el impulso se hacía presente, un murmullo interior me detenía, advirtiéndome que llegaría el momento de hablar cuando tuviera todas las certezas.Yo sabía que aún quedaba mucho por descubrir.


Durante esos seis días siguientes, mi rutina se vio modificada.
Ya no concurría a mis clases de teatro ni a los ensayos, y aprovechaba ese tiempo para seguir buscando pruebas que dejaran a Manuel cada vez en mayor evidencia.

Por las noches, cada vez que me recostaba al lado de Manuel, encontraba una nueva excusa para volver a la cocina o al baño, y esperar a que se durmiera sin que pudiera tocarme.
En la madrugada, me sentaba junto a la ventana a repasar mentalmente los datos que había conseguido, como si se tratara de la lista del supermercado o de una plegaria que debía memorizar.

Después, me acercaba en busca de su celular y me encerraba en el baño.Abría las canillas para que el ruido camuflara el sonido del teléfono al ser encendido y revisaba los mensajes y las llamadas entrantes y salientes.

Allí estaba.El teléfono de la casa de Laura aparecía al menos una vez al día.
Además, un mensaje oculto bajo el nombre de Santiago decía:

"El viernes a la noche las nenas se quedan en la casa de su prima.¿Podrás escaparte?"

Escaparse.Como si yo fuera una cadena que lo sujetaba de pies y manos, un nylon asfixiando su respiración, una trampera atascada entre sus dedos.

Escaparse...de mí, de quien él había elegido como su gran amor y a quien él le había propuesto compartir el resto de su vida.

Ella le preguntaba si podía escaparse de mí.De mí.


Era domingo.
Seis días me separaban de la mentira que seguramente Manuel me regalaría envuelta en papel de seda y brillante moño para poder escapar ese viernes.

Seis días en que no dormí, a la espera...

jueves, 1 de enero de 2009

El doloroso camino de la verdad




Un olor a perfume barato me hizo volver a la triste realidad.

Abrí los ojos desde el piso, y pude ver la cara de una mujer que acercaba a mi nariz un frasco con extracto de flores que lograban devolverme a la vigilia.



Descubrí la mirada de la gente clavada sobre mi persona, con un dejo de preocupación.

Me había desmayado por primera vez en mi vida.El dolor había sido tan fuerte como para lograr dejarme inconsciente por un rato, pero yo debía seguir, era mi único propósito.Necesitaba más respuestas, todas las que pudieran caber en mi cabeza llena de dudas, de conjeturas, de puntos suspensivos.



Me levanté y me acerqué a la caja, luego de agradecer a la mujer que aún me preguntaba si estaba mejor.Pagué y salí.Necesitaba pararme frente al negocio de decoración, e imaginar qué sillón le había regalado a Laura, si habrían elegido juntos el color, si habrían compartido un café sobre alguna mesa de madera oscura, si habrían sostenido entre ambos un cuadro nuevo sobre alguna pared en blanco.

Necesitaba correr hacia esa juguetería, y detenerme frente a los caballos de madera en los que Manuel tal vez hubiera sentado a una de las hijas de Laura, o frente a las muñecas que quizás él les hubiera regalado para alguna navidad.



Eso hice.Me tomé mi tiempo como si fuera una sesión de tortura que quería grabar en cada rincón de mi memoria, para que dejara una huella tan fuerte que me impidiera perdonarlo algún día.



Cuando caía la tarde, me senté en un bar a compartir un café conmigo y mi odio.

Abrí despacio la libreta que dormía en mi cartera, y repasé con miedo cada nuevo elemento que reforzaba mi teoría de la infidelidad de Manuel.



Algo estaba claro.Si ella había estado alojada en ese hotel para el Congreso era colega de Manuel. Una abogada, tal vez compañera de la facultad, quizás competidora de algún otro estudio de renombre,quién sabe.


Me di cuenta que el café ya estaba frío, y que no lo había tomado.Mis pensamientos habían viajado a México una y otra vez, hasta la casa en el barrio de Flores, hasta esa vereda que me alojó de pie en la espera aquella anoche.Recordé su cara, su cabello rubio, sus hijas bajando del auto envueltas en risas.Las mismas que habrían recibido juguetes de las manos de Manuel y que se habrían colgado de su cuello para agradecerle ante la sonrisa de su madre.

Lo que más dolía, lo que se retorcía en la boca del estómago y que apretaba mis dientes era saber que ya no había posibilidad de que se tratara de una confusión, de un delirio de mi imaginación.

Manuel me engañaba.Yo compartía la cama con una mentira que usaba pantalones y perfume importado.Hacía el amor con alguien que tal vez pensaba en ella, que se dormía abrazándome por la espalda y acariciándome el pelo con manos impunes, impregnadas de otra piel.

No quería volver a casa.No quería que sonara mi celular, ni que Manuel volviera de ese asado.
Quería irme lejos.Desprenderme del dolor.Cambiar de nombre, de cuerpo.Nacer de nuevo.