domingo, 30 de noviembre de 2008

Cuando conocí a Manuel






Me casé enamorada, realmente enamorada.


Manuel era todo lo que yo no era y hacía todo lo que yo no hacía.


Yo era celosa, sin límites ni remedio. Caprichosa y rebelde como una adolescente, impulsiva, atolondrada, soñadora, bohemia.


Él era el cable a tierra que yo necesitaba.Tenía esa capacidad de conseguir todo lo que se proponía.Había llegado a tener su propio estudio de abogados, junto con Leandro, su socio y amigo de la facultad. Tenía el don de generar un espacio para sus placeres aunque el tiempo no le alcanzara.Jugaba al tenis dos veces por semana, una al fútbol, cenaba algún día con sus amigos de la vida, y los fines de semana trataba de irse a la costa o a comer un buen asado a la casa de sus padres.


Yo nunca podía organizarme.Si me sobraba el tiempo no sabía para qué utilizarlo, y si estaba escasa de horas libres terminaba corriendo de un lado a otro y suprimiendo la mitad de lo que había planificado.Trabajaba de lo que el destino me propusiera y sólo me tomaba en serio la actuación.




La noche que lo conocí, en esa cena improvisada por mi amiga, quedé deslumbrada ante cada uno de sus comentarios.Su forma de mirarme me hacía sentir desnuda, recién nacida, como si todo lo vivido hubiera servido sólo para conocerlo a él.
Estuvimos de gran sobremesa, hasta que nos pidieron sutilmente que abonáramos la cuenta porque tenían que cerrar.El tiempo había volado sin que nos diéramos cuenta, llenándonos de preguntas y prestando demasiada atención a cada respuesta.
El fastidio de mi amiga era notorio, y trataba de meter un bocadillo como para no quedarse dormida mientras nosotros nos deleitábamos, hipnotizados, ante las palabras del otro.
Cuando terminamos de cenar, él nos llevó en su auto a ambas, y aunque mi casa quedaba apocas cuadras del restaurante, terminó dejando a mi amiga primero, con la clara intención de quedarse a solas conmigo.


Apenas ella se bajó, me llevó a otro bar, donde nos quedamos hasta altas horas de la madrugada.
No podíamos dejar de hablarnos, de contarnos, de mirarnos.Nunca había tenido la certeza que tuve en ese momento, la seguridad de saber que a él le pasaba lo mismo que a mí.
En el auto, ya de regreso a mi casa (un pequeño departamento que alquilaba en Villa Crespo) empezó a decirme que yo le gustaba, que se sentía sorprendido por lo que le pasaba conmigo, y que sabía que a la mañana siguiente y el día después de mañana iba a querer verme.
Yo temblaba, entre sorprendida y extasiada.Estaba convencida de que era él, de que así era el amor que mostraban en las películas, de que ese nudo en el alma algo quería decirme.


En la puerta de mi casa me besó y me dijo:


- Siento que voy a querer estar siempre con vos.


Y aunque sabía que sonaba apresurado, le creí.

Olor a peligro



A esa altura de la noche y con litros de alcohol corriéndome por la sangre, no pude armar ninguna respuesta inteligente, y si abrí la boca fue sólo para beber otro trago del vaso que tenía en mi mano. A mi segundo intento, Octavio me frenó:

- Dije que venía a cambiarte la noche, eso incluye impedir que sigas tomando.Creo que ya por hoy tomaste suficiente.

- ¿Me estás controlando? - pregunté con palabras que resbalaban por efecto del alcohol

- No te controlo, sólo intento cuidarte si nadie lo hace - respondió sonriendo

- Ya tengo quien me cuide - le contesté mientras esgrimía mi anillo de casada frente a su nariz.

- Ya sé que estás casada, me lo dijo El Tano - contestó mirándome tan fijo a los ojos que me hacía sentir más mareada de lo que en realidad estaba.

- Llevame a mi casa, me estoy sintiendo mal - alcancé a decirle antes de apoyarme en su hombro con la intención de caminar.


Mientras nos acercábamos a la puerta de salida, recuerdo vagamente haber visto al Tano apoyado contra la pared hablando con alguien que no sé si era hombre o mujer.

Octavio me subió al auto y me pidió que le dijera adónde íbamos.Le hice señas de que bajara el volumen de la música porque me molestaba, y él, gentilmente, la apagó.Yo no hablaba, tan sólo intentaba respirar para evitar vomitar en su asiento y en ese intento desesperado por llevar una bocanada de aire a mis pulmones, su perfume se colaba y sin que me diera cuenta se convertía en un recuerdo para más adelante.

Manejó veinte minutos en un silencio que sólo interrumpía para preguntarme si me sentía mejor. Yo negaba con la cabeza, y él me miraba de reojo, como para verificar que fuera cierto.

Veinte minutos más tarde, frenaba en la puerta de mi casa, y yo, sin saludarlo siquiera, me bajaba del auto.Se ofreció a acompañarme hasta la puerta, pero alcancé a balbucearle:

- Gracias, puedo sola.

Recién cuando cerré la puerta del ascensor escuché el motor del auto que arrancaba.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Octavio, el fruto prohibido



















Hacía algunos día que Manuel estaba en cama con una terrible gripe, y había llegado el sábado en que mi grupo de teatro despedía el año en una fiesta llena de alcohol y algo más.
Le insistí a Manuel para que me acompañe, le dije que tres días para una gripe eran suficientes, que podíamos ir sólo un rato, que la noche estaba linda, pero no quiso.Tenía miedo de que el aire acondicionado le causara alguna recaída, o que yo estuviera divirtiéndome y que por su culpa tuviéramos que volver. Así que a regañadientes me puse el vestido negro que suelo usar para esas ocasiones en que hay que estar un poco más arreglada, me peiné con ambas manos mi pelo corto color chocolate y delineé apenas mis ojos verdes.Le di un beso a Manuel, que miraba en la televisión un partido de fútbol de la liga europea y me fui.

Me tomé un taxi hasta Vicente López que se detuvo al llegar frente a una enorme casona donde se realizaba la fiesta.
La primera cara conocida que me encontré al entrar fue la de Marcia, una adolescente de mala vida que vive fuera de sus cabales y con la que a pesar de nuestras diferencias, nos llevábamos muy bien.Fuimos directo a la barra que habían armado en el jardín.Recuerdo que me pedí un trago que me sugirió ella, que decía que "pegaba lindo". Al rato comenzaron a llegar los amigos de teatro: Luis con su novia nueva, Patricia con su pancita de cuatro meses, Richard con una amiga con pinta de "chica fácil", Mauro, el director y El Tano con un amigo, Octavio.

Octavio olía bien.Ese detalle y la forma en que me agarró delicadamente por la cintura para saludarme cuando El Tano nos presentó, son las imágenes más nítidas que conservo de esa noche.

Creo que fue después de que me tomara el quinto trago de nombre raro que Octavio se acercó a hablarme.Yo estaba fumando un cigarrillo, junto a la barra.Se acercó desde atrás y me dijo sonriendo:

- No parece que te estés divirtiendo mucho.Vengo a tratar de cambiar tu noche.


Y lo logró.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Pecado original














A los 25 decidí casarme con Manuel.
Él era amigo de una muy amiga mía por ese entonces.Fueron a verme al teatro donde yo actuaba, una sala under del barrio del Abasto.
Me esperaron a la salida y fuimos a cenar. Mi amiga se había cansado de repetirme que Manuel era para mi, que tenía todo lo que yo esperaba de un hombre y que era el indicado para escribir mi propia historia de amor.No se equivocaba, al menos en ese momento.


A los 26 me casé con Manuel, el día en que él cumplía 37.Nunca me habían atraído los hombres más grandes que yo, pero él era la excepción a la regla, y lo era en todo. Yo era desordenada en mis hábitos y él extremadamente meticuloso.Yo independiente, él posesivo.Yo una bohemia buscavidas y de gustos baratos, él talentoso y de placeres refinados.Polos opuestos que se atrayeron por esa magia que llamamos amor.

Mi vida de casada transcurría a la perfección, como una miniserie de televisión sin comerciales, donde la protagonista lo tiene todo y sonríe a la camara envuelta en un tapado de bisón.


Hasta que un día, hace dos años, mi destino se vio modificado.
Fue el día en que lo conocí a Octavio.