jueves, 9 de diciembre de 2010

Al margen



Sobre el final de mi blog, a la gente de Victoria Rolanda se les ocurrió nominarme como el mejor blog femenino del año.
Hay grandes mujeres que escriben que están entre los 17 blogs preseleccionados, por lo que me da hasta vergüenza que mi historia esté entre esos nombres.

Pero bueno, quizás sea un broche distinto para todo lo que me tocó atravesar este último tiempo...

Como sigo creyendo en que a veces las cosas buenas nos pueden pasar, o al menos rozarnos un poco, les dejo el link por si quieren darme un voto, al menos para no quedar en el último puesto.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La víspera del final



Pasé esa madruga y la siguiente desvelada.
Creía que la noche podía traerme respuestas que la vigilia diurna no me daba.
Durante el día, debía convivir con la preocupación de Javier, que agigantaba la mía sin que se lo hiciera saber.Ese tipo está loco, decía, me da miedo no saber cuál puede ser su próxima jugada.
Yo asentía con la cabeza, con la mirada fija en una pelusa sobre la alfombra, o en los zapatos de Javier prolijamente acomodados junto al placard.
Mientras él hablaba yo tejía planes que deshacía al instante. Ninguno era lo suficientemente contundente como para detener a un Manuel enfermo. Nada era lo bastante liberador.

Así, durante la noche, en el silencio que me regalaba el sueño de Javier y la quietud de una ciudad adormecida, me acariciaba la panza y diseñaba un escape definitivo de la vida de Manuel.
Había una sola alternativa posible: someterlo a un análisis de adn que derribara sus ilusiones como un viento que arranca el árbol de raíz.

Dos mañanas más tarde lo llamé.
Atendió con voz esperanzada, y me saludó con una hilera de elogios y palabras empalagosas.
Fui al punto, sin detenerme ni para respirar entre palabra y palabra.

- Manuel, quiero que te hagas un adn. Creo que es la única manera de que te convenzas de que este hijo que espero no es tuyo y puedas rehacer tu vida.


Hubo un enorme silencio del otro lado de la línea. Tuve que mirar dos veces el visor de mi teléfono para comprobar que la comunicación seguía activa.

- Manuel...¿estás ahí?

Lo oí llorar y después maldecir en un balbuseo, como si se hablara a sí mismo.

- Está bien -dijo - ¿Cuándo?



Esa misma tarde nos encontramos en la clínica.
Estaba aún más demacrado que la última vez que lo había visto. Las bolsas debajo de sus ojos denotaban más noches de insomnio que las mías; su paso ralentado simbolizaba el desgano que le provocaba la vida misma.

Yo no lo supe en ese entonces.
No pude descifrar las señales que todo su cuerpo enviaba como avioncitos de papel hacia todos los costados.
De haberme dado cuenta, me hubiera detenido a leer el mensaje desalentador que traían escrito.

Estaba frente a mi ex marido, acompañándolo en la víspera de su propio final y hasta impulsándolo, sin saberlo, a que no revirtiera su fatal destino.

martes, 21 de septiembre de 2010

Juntos



Ese fue el día en que volvió Javier y en que yo retomé la idea de que era posible tener una familia.

Le dimos tiempo al abrazo interminable, a su mano sobre la panza, a las miradas sostenidas y envueltas en lágrimas.
Sólo después del ritual del descubrimiento mutuo, pudimos hablar.
Y Javier entendió.
Y yo perdoné.
Y Javier perdonó.
Y yo entendí.

Por unos días, el silencio de Manuel me hizo pensar que se había rendido, que había dejado de lado la disparatada invención de su cerebro enfermo. O que tal vez había recobrado el sano juicio.

Hasta que un domingo, cuando salíamos de casa para ir a almorzar, se apareció en la puerta.
Estaba demacrado, como si el dolor le hubiera dejado surcos en el rostro y hubiera encorvado su espalda. Tenía los ojos raros, inyectados un poco de desesperanza y otro poco de rabia.

Se acercó a Javier y, sin que pudiera frenar su avance, le dijo:

- ¡Cornudo! ¿Te da placer hacer beneficencia haciéndote cargo de un hijo que no es tuyo?

- Pará, Manuel -interrumpí - No sabés lo que estás diciendo, estás enfermo.

- Acá los únicos enfermos son ustedes que evaden la realidad. Ese hijo es mío, Miranda, no van a negarme la satisfacción de ser padre.

- Mirá Manuel, Miranda me contó lo que te está pasando y permitime que sienta un poco de pena por vos - respondió Javier manteniendo la calma.

- ¿Ah, si? - rió - ¿Ya te llenó la cabeza la zorra ésta? - dijo sonando tan irónico como pudo.

- No te permito que le hables así a mi mujer. Andate o llamo a la policia.

- Soy abogado, ¿te olvidás? - dijo sin inmutarse.

- No me importa qué sos o qué dejás de ser. Esta es nuestra casa, ella es mi mujer y vos no tenés lugar acá.

- Andate, Manuel, haceme el favor - agregué - Cuando estés más calmado me llamás y hablamos.

Esas parecieron ser las palabras mágicas que devolvieron el rictus normal de Manuel y que lo hacía ver parecido al que alguna vez conocí.
La ilusión de una posible charla conmigo, la remota chance de que yo lo escuchara, tejía en su cabeza una red en la que podía descansar y olvidarse, por un momento, de aquello que lo había llevado hasta nuestra puerta.

- Te llamo entonces. Mañana te llamo, ¿si? -dijo
-Dale, llamame.

Y se alejó hasta su auto y se fue manejando.

Javier me miró. Sólo me miró.
Me había entendido y ya no dudaba de mi.


Sentí tranquilidad.
Sentí que a pesar de Manuel y de lo que pudiera venir no estaba sola.
Estábamos juntos para dar batalla.

sábado, 7 de agosto de 2010

Hilvanando mi historia


Luego de esta pausa voy a intentar retomar mi historia desde el punto en que la dejé.
Según mi terapeuta: "te va a hacer bien".
Veamos si es cierto.



Manuel estaba convencido de que el hijo que yo esperaba era suyo. No tenía pruebas, ni certezas, tan sólo la propia convicción que reinaba en su mente enferma.
No contento con mi huida de la clínica, después de dejarlo masticando mi nombre en la puerta, retomó el contacto por teléfono.
Llegó a llamar durante tres horas seguidas, y cuando digo seguidas me refiero a sin interrupción.
Finalmente, a las diez de la noche de un día que ya no recuerdo si era jueves o martes, lo atendí.

- Ay, mi amor - dijo con sensación de alivio - soy tan feliz de escucharte.

Hice silencio. No pensaba hablarle.

- Mirandita, vamos a tener un hijo. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelo?

Callé, tragué saliva y continué callada.

- Hablame, amor, ya no tenés que estar enojada conmigo. Ahora vamos a ser la familia que siempre debimos ser. ¡Viste que la vida siempre se ocupa de terminar lo que nosotros dejamos a medio hacer!

Y ahí hablé por primera vez, dispuesta a terminar con ese circo que se inventaba Manuel.

- No hay nada a medio hacer salvo el divorcio. Este hijo que espero es de Javier y con él tengo lo que yo llamo familia.

Cuando escuché que volvía a tejer una frase, le corté-.

Supe que había algo mal en mi discurso. Yo no tenía con Javier una familia. Tan sólo la intención de que lo fuera.
La proximidad de Manuel servía para obligarme a achicar distancias con lo único sano que había encontrado en mi vida. Su aparición, era el instrumento que me permitía contrastar el yin y el yan, los polos opuestos, el bien y el mal.

Tomé el celular y escribí, cobardemente.

- Javi, volvé.

Antes de la medianoche pude escuchar la llave en la cerradura.

martes, 13 de julio de 2010

Tragedia y dolor


Este post es en tiempo real. No porque quiera, sino porque no me queda opción. A ustedes que siguieron una gran parte de mi vida en este espacio, les debo respeto.

Vuelvo a dar una señal, aunque sin ganas de nada. Sin fuerzas, presa del desánimo y del espanto...


Intentaré, en los posteos siguientes, contarles como fue que llegamos a este instante. Mientras tanto, sólo seré capaz de contarles que mi ausencia se debió a la muerte de Manuel.
Fue una muerte drástica, aunque en el fondo intuída por mi sexto sentido y por los años compartidos que me habían permitido conocerlo.

Manuel se suicidó hace apenas cuatro domingos, después una sucesión de hechos inevitables que terminaron con su ilusión de ser el padre de mi hija.

Mi beba, Mía, es lo único que me mantiene conectada al mundo, que imprime una cuota de razón a todo esto y que me regala un poco de oxígeno como para seguir en pie.

Esto es todo lo que puedo vomitar hoy en este espacio.
La culpa no me permite encontrar la forma de retomar la historia en el punto en que la dejé.
De sólo pensar que deberé atravesar los acontecimientos que llevaron a Manuel a tomar la decisión de quitarse la vida, me llena de un dolor inexplicablemente grande.

Espero sepan entender.
No pido nada más.

domingo, 11 de abril de 2010

El principio del fin



El tiempo que siguió fue un túnel negro en el que no alcanzaba a distinguir ninguna salida posible.
Es difícil rebobinar las escenas y hacerme inmune al dolor cuando las veo pasar, una a una, sobre la pantalla de mi mente.

Manuel se volvió una sombra, una prolongación de mi existir.
Tuve que cambiar de teléfono dos veces y siempre se las ingeniaba para conseguir el nuevo número. Finalmente, opté por llevarlo apagado, pero al encenderlo, un mínimo de doce mensajes de voz y otro tanto de texto, aparecían en el visor del aparato.
Di de baja a mi antiguo mail para no tener que seguir leyendo sus cartas, algunas veces en forma de declaración de amor y otras en lenguaje de amenaza.
La única alternativa que logró devolverme un poco de paz fue la de quedarme en casa, aislada del mundo en el que existía Manuel.

Tres semanas después, un día domingo, Javier volvió.
Lloró como un chico abrazado a mi pierna, pidiéndome perdón hasta quedarse sin aliento.
No había ira ni bronca alguna que pudieran no flaquear ante semejante manifestación de amor.
No pude no perdonarlo.

Con él me animé a salir otra vez a la calle y a retomar poco a poco mi vida.
La panza crecía, la ilusión de que Manuel se hubiera evaporado también.

Pero la vida ya me tenía acostumbrada a que no podía elegir del menú todas las cosas que me hacían bien.
Si algo estaba en orden, el resto en cualquier momento podía derrumbarse.


Y así fue, dos meses después, mi vida estaría sepultada bajo los escombros.



domingo, 4 de abril de 2010

Primera Ecografía


A mi primera ecografía fui acompañada por Clara.
Javier había intentado pedirme perdón pero yo no había sido capaz de atender sus llamados o responder sus mensajes. El ruido de la puerta al cerrarse se había convertido en un eco que se agigantaba con el correr de los días. Mi amor mutaba a rabia, a bronca y no podía perdonarlo.
La única que siempre estaba, sin hacer mayores preguntas, era Clara.

Lamenté que el mal momento que atravesaba me impidiera disfrutar de ese acontecimiento como siempre había soñado. Pero la ausencia de Javier era, de pronto, una enorme presencia. Una nube gris sobre mi cabeza. Un pedacito de mí que se había ido.

Entramos a la clínica y atravesamos el pasillo para tomar el ascensor que llevaba al segundo piso.
Una vez ahí, nos anunciamos en la recepción. Nos indicaron que siguiéramos caminando hasta el fondo y que allí dobláramos hacia la derecha.
En medio del recorrido, sentí que Clara me apretaba el puño con fuerza, como si tratara de advertirme sobre algo. En el mismo instante, oí una voz que pronunciaba mi nombre.


- Miranda, qué sorpresa.¿Qué hacés acá?

- ¿Vos qué hacés acá? - respondí, pálida, como si me encontrara en presencia de un fantasma.

Enseguida identifiqué un yeso en la pierna izquierda de Manuel y supuse cual sería su respuesta.


- Una fractura- dijo - ¿Vos?

- Se intoxicó - mintió Clara.

- Espero que no haya sido culpa mía - río - Fue un chiste de mal gusto, lo sé.

- Fiel al resto de tu persona - atiné a decir- Siempre tan desagradable.

Empecé a caminar. A mi lado, Clara balbuceaba insultos. Al llegar al final del pasillo, doblamos tal como la recepcionista nos había indicado.

Por suerte no había nadie, así que apenas dos minutos después el médico nos hizo ingresar.


La sensación de ver a mi bebé por primera vez fue suficiente para hacer desaparecer de mi mente a los Javieres, Octavios y Manueles. Nada había más importante que esa pequeña personita a quien no conocía pero amaba.
Por unos quince minutos fui feliz. Completamente feliz.
Me sentí viva, radiante. Nueva.
Clara lloraba sin parar y trataba de disimularlo para no contagiarme. Yo hubiera querido llorar pero la emoción era tanta que llorar hubiera sido poco.


Al salir, Manuel estaba esperándome, sentado en los sillones de la recepción. Yo seguí de largo como si él no existiera.

- Miranda - dijo - esperame, quiero decirte algo.


No me detuve, ni lo miré siquiera. Manuel insistió.


-Miranda, escuchame - volvió a decir mientras se levantaba y caminaba detrás nuestro arrastrando su pierna enyesada.

- No quiere hablarte- le respondió Clara - ¿no entendés?


- ¡Miranda! - gritó fuerte.

Me detuve como si ese grito fuera la señal de algo peor que estaba por venir.

- Me mentiste. Viniste hacerte una ecografía porque estás embarazada. Y yo sé que ese hijo es nuestro - dijo.

- Estás enfermo - le respondí antes de seguir caminando hacia el ascensor.

- Voy a ser padre, Miranda. Vamos a ser una familia otra vez - dijo



Y sentí miedo.




domingo, 14 de marzo de 2010

Dulce espera



Ya en Buenos Aires fuimos tomando consciencia de que íbamos a ser padres.
No era algo que pudiera estudiarse o contagiarse de aquellos que ya lo eran, así que atravesamos el propio aprendizaje, con los miedos e inseguridades lógicas que la noticia nos generaba.

Al poco tiempo nos mudamos a un ph viejo, con tres habitaciones y un patio bastante grande.
Todos los días, al regreso del trabajo, nos dedicábamos a convertir esa vieja construcción en un hogar. Pintura, muebles, adornos, plantas... cada elección era meticulosamente analizada. El problema llegó al momento de definir la decoración del cuarto del bebé.
¿Rosa o celeste? ¿La pintamos de blanco y después vemos?¿ O mejor en un color neutro como el amarillito? Finalmente decidimos postergarla para cuando supiéramos el sexo de nuestro hijo, aunque mi sexto sentido me hubiera hecho acertar en el tono indicado...

Todo era perfecto. O más que perfecto.
Hasta que una noche, mientras estrenábamos el sillón nuevo viendo una película de amor, Javier apoyó su mano en mi panza apenas prominente y me hizo una pregunta que aún suena en mis oídos.


- Amor, ¿el hijo que esperamos es mío, no?


Dejé la mirada fija en la pantalla del televisor por miedo a mirarlo a los ojos. Quise hacer de cuenta que no había escuchado nada, que la voz de Javier había sido una alucinación.
Pensé que ese momento iba a convertirse en esos recuerdos que uno no puede extirpar ni aunque quiera, que a partir de esa pregunta, de mi posterior silencio y de mi futura respuesta, algo iba a romperse para siempre y que la magia y la perfección de nuestra vida cotidiana se convertiría, inevitablemente, en una cosa emparchada.


- ¿Tenés dudas? - pregunté con los ojos llenos de lágrimas - ¿De verdad dudás?

- Ey, no es para que te pongas así. Creo que es una pregunta lógica que se hacen los hombres en estos momentos, ¿no?

- No. Es una pregunta ilógica que te hacés vos.

- Bueno...no sé...me agarró la duda por un momento y te pregunté. Está bien, supongamos que es mío, perdón, che.

- ¿Supongamos? ¿Querés que supongamos que sos el padre? ¿Te conformás con suponer?

- Es una forma de decir, Miranda - hizo una pausa- Te creo, listo.

- No, no es "te creo" y listo, como si me dieras la razón como a los locos. Si no me creés, si no estás convencido, si tenés una mínima duda, andate. Yo no quiero estar al lado de mi idea de un hombre. Quiero estar al lado de un hombre de verdad.

El silencio entre mis palabras y su reacción se me hizo eterno. Las lágrimas me caían en racimos y una sensación cada vez más grande de desilusión y enojo iba ramificándose por mis entrañas.


- Está bien, va a ser mejor que me vaya a dar una vuelta.


La vuelta se convirtió en un tiempo prolongado que jamás hubiera imaginado.
Y la dulce espera se transformó en una amarga sensación de soledad.

sábado, 27 de febrero de 2010

Construir



La vida de casados era mejor que la de solteros. La convivencia con "título" nos tenía felices noche y día y parecía atraer cosas positivas a nuestras vidas.
Javier comenzó a tener más propuestas laborales y yo pocas pero con exclusividad para ciertas marcas lo que nos garantizaba una seguridad económica como para proyectar el futuro sin sobresaltos.

Lo mejor sucedió cuando a Javier le llegó una propuesta para radicarse en Buenos Aires. La tentación de aceptar y regresar a nuestros afectos nos hizo evaluar los pros y contras hasta altas horas de la madrugada. Todo indicaba que era la decisión correcta, salvo por mis contratos a los que debería renunciar.

Me puse en campaña para intentar lograr una oferta con alguna marca internacional que estuviera también en la Argentina. Me moví hasta lograr una segunda entrevista para una reconocida marca de cosméticos. Mientras tanto, Javier avanzaba con el proyecto que nos depositaría nuevamente en nuestra ciudad.

Una semana después me confirmaron el trabajo. Era menos dinero pero representaba la posibilidad de iniciar mi carrera como modelo publicitaria en Argentina y nos volvía a regalar tranquilidad. Tuve que llenar papeles, adjuntar fotos y hacerme análisis.

Dos días antes de que saliera nuestro vuelo con destino a Buenos Aires, me llamaron de la marca.

- Hay un problema con sus análisis. Bueno - la persona del otro lado de la línea hizo una pausa- no es necesariamente un problema.

- ¿Estoy enferma? - pregunté inquieta.

- No, está embarazada. ¿Puedo felicitarla?


Solté el teléfono y miré a Javier que estaba embalando algunos adornos del living. Mi mente se trasladó a ese jardín que había soñado aquella noche y pude recordar a esa nena que corría mariposas. Mi estómago trepó hasta mi garganta y el corazón me estalló en la palma de la mano.
Un hijo. Íbamos a tener un hijo.


- Puede felicitarme, claro - dije con la voz entrecortada.

- Perfecto, felicitaciones entonces. Esto no es un inconveniente para el trabajo, al menos no por ahora. Cuando llegue a Buenos Aires deberemos a acortar un poco el contrato, pero nada más. Buen viaje.


Corté y corrí a abrazar a Javier. Me miró extrañado, sin entender a que se debía mi alegría.

- ¿Qué pasa, Mir? ¿Te aumentaron el sueldo sin empezar?

- No, algo mejor.

- Bueno, contame, no seas mala.

- ¿La cuna la compramos en New York o esperamos a llegar a Buenos Aires? Vamos a ser papás- agregué.


De ese momento solo recuerdo recuerdo las lágrimas de felicidad en los tiernos ojos de Javier.







Pido disculpas por la demora en mis posteos, pero como imaginarán, mi vida cambió considerablemente este último tiempo. Espero que puedan entenderme y que sigan estando del otro lado como siempre.

lunes, 15 de febrero de 2010

Mi buena estrella


La luna de miel fue semejante a mi idea del paraíso.
Mar azul, desayunos inmensos debajo de un par de palmeras, camisola blanca, pies descalzos y nada más importante que hacer el amor en el resto del tiempo libre.

¿Podía pedir algo más?
Sí, que durara.


Fue una semana de intensas emociones.
No estaba acostumbrada a sentirme libre aunque alguien estuviera las veinticuatro horas pendientes de mi presencia. Mucho menos a que yo misma pudiera extrañarlo cuando se alejaba cinco minutos para ir hasta la barra en busca de otro martini.

El matrimonio nos quedaba bien.
Estábamos radiantes y de envidiable humor.

De la cama a la playa, de la playa al restaurante y del restaurante a la cama.
Amor, sexo. Sexo y amor.

¿Podía pedir algo más? Podía...
Pedí mi deseo a una estrella mientras cruzaba los dedos en secreto para que Javier no me viera.
Dicen que el problema de desear algo con intensidad es que a veces puede cumplirse.

Eso fue lo que pasó en mi caso.
Pedí un deseo y mi buena estrella se ocupó de concederlo.

lunes, 8 de febrero de 2010

La ceremonia


El camino al altar se me hizo interminable.Quería grabar en mi memoria cada imagen, cada pequeño detalle por más insignificante que fuera.
El sendero con flores sobre la arena, la sensación de mis tacos hundiéndose en la playa, la brisa con olor a mar acariciándome el pelo. Mis afectos, de pie frente al azul del paisaje, vestidos de blanco para respetar la consigna. El arco improvisando un altar sagrado, al menos para nosotros.
Y Javier. Hermoso, elegante, perfecto.

Un violín sonó marcando el inicio de la ceremonia y me acerqué hasta mi amor siguiendo la música como en los cuentos de hadas. Javier fue todo sonrisa y brillo en sus pupilas. Podía haberse desvanecido el mundo en ese instante y desaparecer a mis pies. Nada me importaba más que la mano de Javier sosteniendo la mía frente a ese inmenso mar.

El juez, que no era más que una persona que se ganaba la vida casando gente, pronunció unas palabras que se mezclaron con el sonido de las olas.
Clara leyó un poema, El Tano improvisó un deseo de felicidad eterna y el juez nos pidió las alianzas. Javier sacó de su bolsillo dos anillos y se los entregó antes de decirme:

- Miranda, sé que si volviera a vivir mil veces, mil veces volvería a elegirte. Lo supe desde el día en que te ví, cuando sentí que mi corazón ya no era mío. Por eso quiero pedirte que seas mi mujer, ahora y siempre.

El corazón me latía con tanta fuerza que pensé que iba a quedarme muda por el resto de mis días. Respiré hondo, contuve las lágrimas fruto de la emoción y dije:

- Javier, tuve que dar vueltas y tropezarme varias veces en esta vida hasta encontrarte. Cuando lo hice, descubrí que todo lo que me había pasado cobraba sentido. Sos la mejor recompensa para mis horas de tristeza y el hombre que elijo para envejecer juntos.



Nos colocamos las alianzas y el juez pronunció las palabras esperadas: Los declaro marido y mujer.

Sabíamos que esa frase carecía de valor frente al mundo, pero en nuestro interior, era todo lo que necesitábamos oír para sentirnos felices.

Nos besamos con aplausos de fondo y recorrimos el camino frente a nuestra familia y amigos bajo un cielo cubierto de pétalos de rosa.




Fue un almuerzo tranquilo frente a la pileta del hotel. Dos hawainas bailaron para nosotros y nos regalaron los típicos collares que aún conservo de recuerdo. Bebimos, reímos, bailamos, brillamos.
La boda perfecta, la postal soñada, el hombre de mi vida.

Al atardecer nos despedimos de todos escondiendo la emoción para no empañar la despedida y nos fuimos de luna de miel.


Cuando lo abracé a Javier, lejos de la mirada atenta de los invitados, entendí el significado de todo. Una sensación de paz me cubrió el alma. Todo lo que necesitaba para vivir estaba caminando a mi lado.

Y me sentí feliz.












lunes, 1 de febrero de 2010

Blanca y radiante

Y llegó el día.
Ya instalados en el hotel, no había más que pensar que en la boda.
Octavio quedaba atrás. Manuel, a un costado.
Delante, Javier y la posibilidad de un nuevo comienzo, recortado del pasado y de las malas experiencias.
Volver a cero, al purgatorio después de haber puesto los pies en el infierno.


Yo ultimaba detalles con el personal del hotel mientras Javier se ocupaba de recibir a la familia y los amigos. Pocos, nada más que un grupo reducido de afectos entre los que estaba mi fiel amiga Clara.


Ella subió para ayudarme con el vestido y para controlar que la maquilladora no me produjera como para un musical, ni el estilista convirtiera mi pelo lacio en un adoquín lleno de spray.
Entre medio, hubo tiempo para los abrazos y los chimentos de su luna de miel.
Nuestra felicidad hubiera sido motivo de envidia para cualquiera que nos observara a través de la cerradura.

La alegría se notaba en mis pupilas y en la comisura de mis labios. Me sentía adolescente en esa charla entre amigas y a la vez adulta cuando recuperaba la consciencia de saber dónde me encontraba.

Era el día esperado, con la gente anhelada, con la pareja soñada.

Clara subió el cierre de mi vestido y me acomodó por enésima vez las flores del tocado.
Me dio una pulsera nueva, un dije que ella había usado en su casamiento y una liga azul que cumplía con la tradición y me auguraba buena suerte.


Así, con mi solero claro, mis zapatos apenas caminados por la alfombra de un departamento en Nueva York y un amuleto improvisado por mi amiga del alma, salí al pasillo del hotel y empecé el largo recorrido hacia el altar.

Blanca.
Y radiante.
Más que nunca.
No para siempre.

viernes, 22 de enero de 2010

Los preparativos


Fueron setenta y dos horas de intensos preparativos.
Ponernos en contacto con el hotel de Bahamas para que se ocupara de adaptar un espacio en la playa para la ceremonia, avisar a nuestras familias, elegir la ropa, los zapatos, pedir otra vez permiso en la agencia para ausentarnos una semana y coordinar hasta el más mínimo detalle.

Nos quedábamos despiertos hasta que mediara la madrugada haciendo ajustes de último momento a nuestro manual de boda. Faltaba lo esencial:¿Quién iba a casarnos? Llamamos nuevamente al hotel en busca de una solución y la encontramos. Contaban con una empresa que proveía de jueces de paz para ceremonias no religiosas, justo lo que buscábamos.

La mejor parte de los preparativos fue que Javier me confesara que Clara y El Tano iban a estar presentes en el casamiento. Él se había ocupado de interrumpirlos en su luna de miel para darles la noticia y, considerando lo cerca que estaban de Nassau, no habían dudado en confirmar su asistencia.

Sólo faltaba la ropa. Elegir un vestido de novia para la boda de los sueños no es tarea fácil. Sobre todo,si la ceremonia no se realiza en un lugar tradicional. La playa me condicionaba a algo sencillo aunque me permitía jugar un poco con los accesorios. Después de un día entero de pensar y pensar, me decidí por un solero blanco, unas sandalias y un peinado semi recogido con flores.
Javier, en cambio, lo tuvo claro desde el primer momento: pantalón de lino en color arena y camisa blanca.

Dos días antes comenzaron a llenarse nuestras casillas de e-mail al borde del colapso. Confirmaciones que llegaban desde el hotel y los amigos que enviaban buenos deseos e intenciones de que tuviéramos una vida feliz.

Pero hubo un mail que no auguraba nada de eso. En su texto sólo se limitaba a cuestionarme sobre mi decisión y me acorralaba con preguntas del estilo:

- ¿Estás segura que es el hombre de tu vida?
- ¿Estás dispuesta a pasar el resto de tus días con él?
- ¿No debería ser yo ese hombre que te acompañe en el altar?


Respondí en voz baja cada pregunta y descubrí que no había un solo NO de mi parte.
Así que, antes de eliminar su mail de la bandeja de entrada,le respondí:

Octavio: Gracias por tu mail.Sin quererlo me hiciste dar cuenta que la decisión de casarme con Javier es la más acertada que tomé en toda mi vida.
Ojalá que vos también logres ser feliz.
Miranda.




Miré el vestido colgado en la puerta del placard, contemplé el cuerpo de Javier mientras salía de la ducha envuelto en una toalla, disfruté de su sonrisa al descubrir que yo lo miraba y me dejé caer en la cama con los brazos abiertos, extasiada de alegría.

lunes, 4 de enero de 2010

Un sobre misterioso


Esa tarde Javier se ofreció a preparar la cena.
Yo ahogué la risa en la garganta al recordar su imagen escondiendo el anillo en el brownie y le respondí que me parecía una gran idea que él incursionara en el arte culinario...


Supuse que mi presencia en el departamento debía incomodarle, así que mentí al decirle que tenía algunas compras pendientes y salí sin rumbo fijo.
Caminé por más de tres horas.Recorrí el Central Park con paso lento y después bajé por una callecita hermosa, con negocios llenos de pequeñeces tan caras como inútiles, aunque de lo más bonitas.


La oscuridad de la noche me sorprendió en plena caminata y decidí regresar.
Estaba nerviosa aunque ya supiera los planes de Javier.
Estaba nerviosa aunque no fuera la primera vez que alguien fuera a proponerme casamiento.



Abrí la puerta y vi la mesa bien dispuesta. Dos pequeñas velitas flotantes en un recipiente de vidrio, platos, cubiertos y hasta servilletas de tela en reemplazo de las habituales de papel.

Desde la cocina, con un delantal negro atado a la cintura, Javier sonrió.

- Nada mal, ¿no? - me dijo

- Para nada - respondí - ¿Ya puedo tomar asiento?

- Primero tiene que darle un beso al chef - agregó mientras se acercaba.

- Con todo gusto - le dije antes de besarlo.

- Ahora sí, puede tomar ubicación en la mesa.



Lo primero que noté al sentarme fue que un sobre misterioso me miraba desde el plato.

- Amor, - pregunté- ¿qué es este sobre en mi plato?

- No seas impaciente, ya vas a ver.

- ¿Me escribiste una carta?

- No precisamente - me contestó aumentando mi intriga.


Un pollo humeante rodeado de papas delicadamente cortadas apareció frente a mis ojos. Oí el ruido del corcho al abandonar la botella de vino tinto y me preparé para una noche inolvidable.


-Amor, si no saco el sobre del plato no voy a poder comer -dije

- Apartalo por un rato, más tarde lo abrís.


Quería comer rápido para menguar la ansiedad que me provocaba tener que esperar hasta el final de la cena para conocer la sorpresa. La incertidumbre encerrada en ese trozo de papel alargado era muy distinta a la certeza de saber que de postre me esperaba un anillo.

Por suerte, llegó el momento de la sobremesa.


- Estaba todo muy rico - dije - Gracias.

- Fue un placer. - respondió sonriente - Y hay más.



Fue a la cocina para regresar dos minutos más tarde con el postre en una bandeja.

Dos porciones de brownies cubiertos con crema y frutillas.



- Esta es la mejor parte -dijo

- Claro, siempre el postre es la mejor parte de la cena - dije tratando de disimular que conoc{ia su plan.

- Miranda - se puso serio al pronunciar mi nombre y yo contuve nuevamente mis ganas de reir - quiero que sepas que te amo y que quiero que estemos juntos para siempre.

- Yo también te amo y quiero lo mismo - respondí

- Ahora quiero que pruebes el postre y me digas si está rico - agregó.


Metí el tenedor en la crema y lo llevé a mi boca.

- Está muy rico, amor - dije mientras separaba un nuevo bocado.


Hizo un silencio cuando me vio llegar a la mitad del postre. Pude sentir sus ojos a la espera de mi gesto de emoción.


- ¿ Y esto ? - pregunté como si me encontrara desorientada al sostener un anillo con mi tenedor.

- Es la propuesta formal que acompaña mis palabras de amor - dijo


Me abalancé sobre él y lo llené de besos. La ternura con que Javier había planeado todo me sacaba el corazón de lugar.


- Esperá, te falta abrir el sobre -dijo interrumpiéndome.

- No me olvido, ya lo abro - respondí.


Tomé el sobre blanco con las dos manos. Lo giré en busca de un sello o una marca,pero no había nada.


- Abrilo, dale - me apuró Javier.


Dos pasajes de avión descansaban en el interior.


- ¿Qué es esto? ¿ Nos vamos? - pregunté

- Fijate bien, Mir.


Volví a mirar.
Los pasajes tenían fecha de salida dentro de una semana. ¿El destino? Bahamas.


-¿Vacaciones? - volví a preguntar.

- Nuestra boda - respondió - tal como la soñé.