domingo, 14 de marzo de 2010

Dulce espera



Ya en Buenos Aires fuimos tomando consciencia de que íbamos a ser padres.
No era algo que pudiera estudiarse o contagiarse de aquellos que ya lo eran, así que atravesamos el propio aprendizaje, con los miedos e inseguridades lógicas que la noticia nos generaba.

Al poco tiempo nos mudamos a un ph viejo, con tres habitaciones y un patio bastante grande.
Todos los días, al regreso del trabajo, nos dedicábamos a convertir esa vieja construcción en un hogar. Pintura, muebles, adornos, plantas... cada elección era meticulosamente analizada. El problema llegó al momento de definir la decoración del cuarto del bebé.
¿Rosa o celeste? ¿La pintamos de blanco y después vemos?¿ O mejor en un color neutro como el amarillito? Finalmente decidimos postergarla para cuando supiéramos el sexo de nuestro hijo, aunque mi sexto sentido me hubiera hecho acertar en el tono indicado...

Todo era perfecto. O más que perfecto.
Hasta que una noche, mientras estrenábamos el sillón nuevo viendo una película de amor, Javier apoyó su mano en mi panza apenas prominente y me hizo una pregunta que aún suena en mis oídos.


- Amor, ¿el hijo que esperamos es mío, no?


Dejé la mirada fija en la pantalla del televisor por miedo a mirarlo a los ojos. Quise hacer de cuenta que no había escuchado nada, que la voz de Javier había sido una alucinación.
Pensé que ese momento iba a convertirse en esos recuerdos que uno no puede extirpar ni aunque quiera, que a partir de esa pregunta, de mi posterior silencio y de mi futura respuesta, algo iba a romperse para siempre y que la magia y la perfección de nuestra vida cotidiana se convertiría, inevitablemente, en una cosa emparchada.


- ¿Tenés dudas? - pregunté con los ojos llenos de lágrimas - ¿De verdad dudás?

- Ey, no es para que te pongas así. Creo que es una pregunta lógica que se hacen los hombres en estos momentos, ¿no?

- No. Es una pregunta ilógica que te hacés vos.

- Bueno...no sé...me agarró la duda por un momento y te pregunté. Está bien, supongamos que es mío, perdón, che.

- ¿Supongamos? ¿Querés que supongamos que sos el padre? ¿Te conformás con suponer?

- Es una forma de decir, Miranda - hizo una pausa- Te creo, listo.

- No, no es "te creo" y listo, como si me dieras la razón como a los locos. Si no me creés, si no estás convencido, si tenés una mínima duda, andate. Yo no quiero estar al lado de mi idea de un hombre. Quiero estar al lado de un hombre de verdad.

El silencio entre mis palabras y su reacción se me hizo eterno. Las lágrimas me caían en racimos y una sensación cada vez más grande de desilusión y enojo iba ramificándose por mis entrañas.


- Está bien, va a ser mejor que me vaya a dar una vuelta.


La vuelta se convirtió en un tiempo prolongado que jamás hubiera imaginado.
Y la dulce espera se transformó en una amarga sensación de soledad.