lunes, 29 de diciembre de 2008

Bajo la lupa





Un cenicero lleno de colillas marcaba el paso del tiempo.



Había analizado todos los resúmenes de su tarjeta de crédito y había anotado en mi libreta nombres de hoteles en México y de negocios donde Manuel había efectuado gastos importantes en fechas que no me parecían significativas.





Salí de su estudio con la sensación de estar cada vez más cerca de confirmar mi intuición y cada paso que me separaba del locutorio, retumbaba en mi mente como si fuera al compás de mis ansias, de mi imperiosa necesidad de constatar supuestos contra verdades.





Le pedí al señor que estaba detrás del mostrador que me facilitara una computadora.

Tipeé el nombre del hotel: Embassy Suites.

Husmeé las comodidades, la piscina, el restaurante.Pude imaginar a Manuel transitando los pasillos, tomando una copa de vino en la cena, fumando un cigarrillo en el balcón contemplando la ciudad.

Tomé nota del teléfono.



Volví a tipear los nombres de los comercios que me generaban sospechas.

Dos de ellos aparecieron como intrusos en el monitor.Uno era de un negocio de decoración en Zona Norte, donde la compra acusaba un gasto de casi dos mil pesos.La otra, correspondía a una juguetería de Capital, y la suma gastada se acercaba a los mil.

Tomé nota de ambas direcciones y teléfonos, y pedí una cabina que estuviera disponible.



Marqué el número del hotel de México.

Una voz de tonada simpática atendió del otro lado.



- Embassy Suites, buenas tardes.¿En qué puedo ayudarle?



- Buenas tardes,señorita. Quisiera saber si usted podría hacerme un favor.



- Si está en mis posibilidades, con todo gusto.



- Quisiera saber si podría chequear el nombre de dos pasajeros de procedencia argentina que se alojaron en el mes de abril.



- Eso sería demasiado complicado.No la estoy entendiendo.¿Usted conoce a los pasajeros?



- Sí, a uno sí.



- Pues bien, dígame entonces el nombre de aquél que conoce.



- Manuel XXX



- Un segundo





Ese segundo caía como la arena del reloj, a ritmo aletargado y con su uñas arañándome la lucidez.

De pronto, contestó.





- Aquí está.Alojado el 4 de Abril. - hizo una pausa - ¿Usted es de la organización del Congreso?



- Exacto.



- Me imaginaba.



- No recuerdo el nombre de algunos participantes y debo reinscribirlos para el del próximo año.En lugar de asumir mi falta de memoria decidí acudir a su buena voluntad.



- (risas) Está bien, suele ocurrir.A mí me ocurre todo el tiempo.



- ¿Podría entonces decirme el resto de los participantes que concurrieron desde Argentina?



- Claro.¿Tiene para anotar?



- Si, la escucho.



- Manuel XXX, Ricardo Mazzuchelli, Augusto Beltrán, Natalia Lima, Laura XXX, Francisco Estevez.



- ...



- ¿Está usted ahí?



- Sí, lo siento.Estaba anotando.Fue usted muy gentil, debo cortar.Adiós.



- No ha sido nada.Ad....



Dejé caer el auricular antes de que terminara de hablar.

El nombre de Laura en esa lista se convertía en un elemento de tortura.

Sentí el peso de la angustia en los párpados, el llanto convertido en impotencia, el dolor agarrotando los músculos de mi cuerpo.
Un punto negro me devoraba a través de mis pupilas mientras las paredes de alrededor caían sobre mí igual que lo hace la noche.

De pronto, todo fue oscuridad y me di cuenta que caía sobre el frío inhóspito de esas baldosas, frente a la mirada de algunos extraños que acaso me eran más confiables que mi propio marido.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ventana a la realidad





Mi cuaderno lleno de anotaciones se había convertido en la voz que guiaba mis actos.

Esa mañana, apenas desperté, me di cuenta que era hora de revolver ciertos detalles que antes habían pasado desapercibidos. Sentía la obligación de constatar mis percepciones, de descartarlas por absurdas o de aferrarme a ellas como a la verdad absoluta.

Lo concreto es que no podía quedarme así.La angustia me corroía por dentro.La ansiedad de encontrar una respuesta se adueñaba de mis horas, de mis gestos.Me había transformado en un ente disfrazado de esposa confiada cuya mente se veía atravesada constantemente por conjeturas y cavilaciones que me devoraban en el sueño y la vigilia.

Ese sábado,Manuel había programado un asado de amigos y esposas al que decidí no concurrir por culpa de un malestar estomacal inventado.Mientras él se bañaba, saqué de su manojo de llaves las dos que pertenecían al estudio y las guardé en mi cartera.

Apenas cerró la puerta, me cambié y salí a la calle en busca de un taxi con un sólo propósito: Averiguar.



Llegué al estudio, y con las manos temblando tanto como mis ideas, abrí la puerta de entrada y luego la de su despacho. Me senté en su silla, con el escritorio frente a mí e intentando ubicarme en la piel de Manuel.¿ Dónde guardaría sus cosas personales?
Miré con detenimiento la sala, la biblioteca llena de papeles apropiadamente archivados, de libros almacenando leyes que condenaban aquello que no debe hacerse, los diplomas enmarcados colgando de las paredes blancas, el cuadro que le regalé alguna vez.

La verdad estaba mucho más cerca.A mi lado, una hilera de cuatro cajones me estiraban su mano invisible para que los abriera.
En el tercero, estaban los resúmenes de su tarjeta de crédito minuciosamente ordenados en una carpeta azul.Puse la carpeta sobre el escritorio, y me sumergí en ese mundo detallado de compras, viajes y regalos.Busqué la fecha de su viaje a Puerto Rico y leí.
Para mi sorpresa, algunos comercios aclaraban la procedencia.Ninguno decía San Juan, ni ninguna ciudad de ese destino.En su lugar encontré la siguiente sigla: Mex DF.

Jerónimo, su primo, no se había equivocado al preguntar sobre el Congreso de México, por más que Manuel hubiera intentando hacerlo pasar por alguien confundido.Por algún motivo, Manuel había mentido.

Tenía por delante unos cien resúmenes para analizar. Esos gastos hechos en un tiempo pasado, se convertían de pronto en una ventana a la realidad por la que yo estaba dispuesta a saltar.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Palabras que desnudan


Me quedé en silencio.
Cualquier cosa que hubiera dicho después de semejante expresión de Octavio hubiera estado de más, así que tan sólo opté por bajar la mirada mientras sentía como sus ojos seguían el recorrido de mis movimientos.

El mozo interrumpió el silencio al traer mi café cortado.
Recién entonces volví a escuchar la voz de Octavio:

- Estás muy linda

- Gracias - dije y sonreí

- No pensé que fueras a venir

- Yo tampoco pensé que fuera a hacerlo - dije sincerándome

- Me hace feliz que estés acá - dijo intentando alcanzar mi mano que descansaba frente al pocillo de café

- No hagas eso, me haría sentir incómoda - dije mirándolo fijo a los ojos

- Y vos no me mires así, que me siento desnudo, sin secretos ni pasado- respondió

- Tengo poco tiempo - dije tratando de cambiar el rumbo de la conversación

- Me imagino, así que voy a decirte algo antes de que te levantes y te vayas - respondió

- Decime

- Quiero que sepas que desde la vez que nos vimos,no sé cómo ni por qué, te convertiste en el motivo que me impulsa a sonreír cada mañana. Muchas noches me sorprendo cuestionándome por qué la vida no me dejó conocerte antes.Tal vez no estarías casada con él y estarías durmiendo a mi lado.Supongo que el destino lo quiso de esta forma y por eso es que no voy a darme por vencido.Sólo quería que supieras que tengo la esperanza de convencerte, de que un día decidas intentar algo conmigo.

- Yo estoy casada Octavio - dije

- Lo sé.También sé por El Tano que tus cosas no andan bien- respondió

- Sí, es una larga historia, pero así y todo estoy casada, y no me considero una mujer infiel.

- No podría considerar una historia entre nosotros como una infidelidad.No puedo. Creo que lo nuestro puede ser algo mucho más grande que eso - dijo convencido

- Entiendo que pienses así, pero lamentablemente a mí no me pasa lo mismo - respondí

- Son las reglas del juego y tengo en claro que toda regla puede cambiar en algún momento - dijo

- Me voy yendo.Creo que es mejor dejar todo acá - dije


De un sorbo terminé el café que me quedaba y tomé mi cartera al mismo tiempo que me levantaba de la silla.
Me incliné a saludarlo y pude sentir su mano sosteniendo mi cintura y el roce suave de sus labios en mi mejilla.
Después, su voz.

- No tengo apuro, pero sí la certeza de que vamos a estar juntos.Sería injusto que la vida me privara de este amor.


Me separé de su lado, sin mirarlo y empecé a caminar.

Por un momento no supe dónde estaba.Las calles que recorría hacía más de cinco años me resultaban extrañas, la gente que pasaba a mi lado me parecía invisible y todo se resumía en el eco de mis pasos y la rara sensación de que sus últimas palabras me habían hecho sentir desnuda.Tan desnuda como él ante mi mirada.

Sentí miedo y al mismo tiempo, una débil sonrisa se dibujaba en mi cara.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Un café improvisado





Al día siguiente, cuando salía de mi clase de teatro, escuché sonar el celular dentro de mi cartera.



Supuse que era Manuel para avisarme que estaba cerca y que podía pasarme a buscar, pero al abrirlo descubrí que era un mensaje de Octavio que decía:



"A dos cuadras de donde estás hay un bar, justo en la entrada de la galería.Ahí te espero."



Me quedé paralizada.En un primer instante lo que me sorprendió era el momento en que llegaba su mensaje, como si supiera mis movimientos con exactitud.
En una segunda mirada, lo que me detenía justo frente a la puerta de salida era mi indecisión.La duda me abrazaba por la espalda y hasta podía sentir como una suerte de fuerzas encontradas se peleaban intentando empujarme hacia el encuentro y a la vez evitando que me moviera de mi lugar.

En ese momento llamó Manuel:

- Hola

- Hola

- Estoy en el estudio, se complicó la tarde, así que te veo a la noche en casa.

- No te preocupes, voy a ver si tomo algo con las chicas y después ya me voy.

- Beso

- Otro


Manuel se había ocupado de darme la respuesta que necesitaba, como si con su llamado hubiera cambiado el color del semáforo, dándome vía libre, como un permiso tácito que yo usaba para combatir la culpa.

Sin darme cuenta me encontré caminando en dirección a la galería, retocando el rubor de mis mejillas con el espejo en la mano mientras andaba, revolviéndome el pelo, acomodándome la remera. Al doblar la última esquina pude verlo desde donde estaba. Sentado en una mesa sobre la vereda, con la mirada perdida y un cigarrillo en la mano que se consumía junto con la espera.
Cuando me vio, su cara se convirtió en sonrisa y su inquietud en certeza.

Lo saludé con un beso en la mejilla y me senté junto a mis miedos en la silla vacía que estaba frente a él.

Fue entonces cuando dijo:

- ¿Te pido un café?

- Si, dale, cortado por favor.

- ¿Y puedo pedirte algo más?

- No, con eso estoy bien - respondí sin entender

- No.Digo si yo puedo pedirte algo más. A vos - Preguntó

- Ah, no te había entendido.Decime - contesté

- Que no te vayas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Sutiles pasos


Sólo un día duró el silencio de Octavio, en el que por un instante pude sentir un aire de alivio.
Al rato, se convertía en fastidio.
No quería que esa sensación de haber causado un impacto sorpresivo y repentino en la vida de alguien se evaporara tan rápido como el vapor de una ducha.Necesitaba esa herramienta invisible que Octavio podía regalarme, ese pincel que le daba color a mis mejillas y ese as en la manga que me brindaba el sólo hecho de fantasear con que la vida me regalaba la oportunidad de equiparar las cosas con Manuel.
En mi interior sabía que no quería venganza, pero la posibilidad de poder hacerlo era algo que bastaba para hacerme sentir mejor.
El miércoles, a la salida de mi ensayo, sonó el celular.Vi que era Octavio que llamaba, y sin dudar, atendí.

- Hola

- Hola,pensé que no me ibas a atender - dijo

- Si pensabas eso ¿Qué sentido tendría llamarme? - pregunté

- Arriesgarme ,supongo - respondió

- Parece que es tu día de suerte- dije

- Así es.¿Y el tuyo? - me preguntó

- Quién sabe, no soy supersticiosa - contesté intentando evadir su pregunta

- Lo que preguntaba era si mi llamado convertía tu día en un día de suerte - Insistió

- No lo creo, no habría motivos - Respondí

- No, por el momento... - Dijo

- ....

- ¿Si te digo que nos veamos me vas a decir que no te llame más como hiciste la última vez? - preguntó

- Adivinaste - dije

- Una pena, me obligás a que siga insistiendo, y lamentándome del tiempo que estamos separados - respondió de manera convincente.

- Estoy llegando a mi casa, tengo que cortar - Dije interrumpiéndolo

- Cortá entonces, no me des explicaciones - dijo

- ...

- Es bueno saber que no te da lo mismo cortarme que no hacerlo.Lo tomo como un avance, gracias - Dijo

- No seas tonto, querés.Entre nosotros no va a pasar nunca nada - dije

- Yo que vos no estaría tan segura.Los vientos pueden cambiar y quizás alguno sople a mi favor. Te mando un beso, hablamos - dijo

- Chau - Contesté antes de cortar.


No estaba cerca de mi casa, ni tampoco estaba convencida de que no fuera a pasar nada entre nosotros.

Hay ciertas certezas, pequeñas, mínimas, que se tienen de pronto. Son como esos diminutos relámpagos que a veces divisamos desde la ventana, o como ese acorde de una canción que creemos escuchar de fondo en medio de un griterío.Están ahí, imperceptibles, pero no por eso menos reales.Yo sentía que Octavio no ocuparía el rol de extra en la novela de mi vida, lo que no sabía en ese momento era que llegaría a tener un papel protagónico.

Sutiles pasos, débiles huellas, palabras elegidas minuciosamente en su afán de conquista, que lentamente se iban acumulando en el registro de mi mente, cobrando forma, obteniendo vida propia, hasta devorar lo poco que quedaba de mi inocencia.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Un sueño revelador



Esa noche no sólo el sueño de Manuel se vería afectado, sino también el mío.

Hay cosas de esta vida que no son gratuitas, y la sospecha de que Manuel me engañara era una de ellas.
Me acosté cuando él ya estaba dormido, al menos en apariencia.Quería evitar cualquier tipo de encuentro sexual, y la única forma de hacerlo era inventando el repaso de un libreto de una nueva obra que debíamos ensayar.

Al despertarme a la mañana siguiente, me di cuenta de que el sueño que había tenido se me presentaba a modo de imágenes durante el desayuno, mientras me bañaba, mientras organizaba mi día.

Una extraña sensación de angustia me ajustaba a la altura de la garganta como si quisiera obligarme a vomitar una realidad que había permanecido oculta ante mis ojos de enamorada.
Durante el tiempo que llevábamos casados, Manuel había asistido a conferencias en el interior del país, a congresos en el extranjero y se había ausentado varias veces de nuestra casa por uno u otro motivo.Nunca habían sido viajes de más de cinco días, y jamás se me había cruzado la idea de cuestionar el destino o la compañía.Pero en mi sueño, había habido una especie de alerta, como si mi otro yo más astuto hubiera abierto los cajones y hurgado en los detalles del pasado, aquellos que nos pasan por el costado cuando no hay razones para sospechar. Lo cierto es que cada vez que había viajado en avión me había avisado a último momento que el vuelo venía con demora o que había surgido una escala inesperada y que por ese motivo yo debía despreocuparme de ir a buscarlo al aeropuerto.Jamás lo había visto bajar de un avión.Nunca.

Otra imagen aparecía recurrentemente en mi sueño: la de las tarjetas de crédito.Manuel recibía el resumen en su estudio, y yo jamás había tenido la necesidad de constatar sus compras, hasta hoy.


Mientras me ponía los zapatos, recordé que en el cumpleaños de su madre, su primo Jerónimo le había preguntado por el congreso en México, y Manuel lo había corregido rápidamente diciéndole que había sido en Puerto Rico y marcándole su confusión.Jerónimo y Manuel tenían una relación que excedía el parentesco, y eran más amigos que primos, por lo cual, en el momento no me había llamado la atención, pero era tiempo de que sí lo hiciera.

Esperé a que Manuel se marchara, y decidida a confirmar cuánto de verdad encerraba mi sueño, me dispuse a anotar todo lo que de pronto había aparecido en mi mente.

Releyendo las notas, me sentí una completa imbécil.La mentira estaba ahí, desde hacía varios meses, y era la primera vez que yo podía verla con tanta nitidez.

sábado, 13 de diciembre de 2008

La duda




Lo vi estacionar y descender del auto luego de tocar dos bocinazos a modo de señal para que ella acudiera a abrirle.

Se saludaron con un beso en la mejilla y un abrazo, y me quedé inmóvil, paralizada por la duda, hipnotizada por el efecto de la mentira, acorralada entre mi intuición y la realidad que apreciaban mis ojos cansados.

No había existido el beso apasionado en ese recibimiento, y me mente analizaba los por qué. Quizás Laura fuera una vieja amiga que necesitaba contarle algo importante o tal vez fuera la mujer de un amigo al que yo no conocía.Pero también podía ser una amante de mucho tiempo que por eso lo saludaba sin tanta pasión como en el comienzo de una historia.
La única verdad era que Laura no era la mujer de Lautaro, a quien yo conocía bien y que Manuel me había mentido para ir corriendo a la casa de una mujer en la calle Yerbal, de quien yo nunca había escuchado hablar.

Traté de calmarme, de poner en frío mis emociones, de disminuir la velocidad de mis pensamientos.Encendí el décimo cigarrillo de la noche, y llevé mis manos a la frente.Me sentía afiebrada, supuse que por efecto de la ira que se alojaba en cada rincón de mi cuerpo.

Me senté nuevamente en el cordón de la vereda a observar y a esperar.Entre el pequeño espacio que dejaban las cortinas del living podían verse las siluetas de ambos cuando pasaban cerca de la ventana.Las luces continuaban encendidas y eso me daba una cierta tranquilidad.

A la una menos cuarto de la madrugada, decidí ponerme en acción y disqué el número de celular de Manuel.Atendió:

- Hola - respondió, sin decir amor como hacía siempre, lo que aumentó mi sospecha.

- Hola Manu, te llamaba para avisarte que estoy volviendo a casa en un taxi.Estoy cerca de la casa de Lautaro, así que pensé que podíamos encontrarnos para volver juntos - dije intuyendo su respuesta.


- No, imposible, me parece que esto viene para largo.Lautaro no está bien, así que me gustaría quedarme un rato más con él.Calculá que a las dos llegaré a casa - dijo mintiendo una vez más


- Bueno, amor, nos vemos en casa entonces - respondí con total frialdad

- Besos

- Chau


No me quedaba otra alternativa que emprender el regreso para llegar antes que Manuel, por lo cual debía sacrificar el hecho de observar la despedida entre ambos.No había sido acertada mi elección y tal vez hubiera convenido que irrumpiera en medio del encuentro con Laura, increpándolo por haberme mentido. Ya no había vuelta atrás, así que caminé hasta la avenida y tomé el primer taxi que encontré disponible.


Lo esperé despierta, mientras en mi agenda anotaba todos los datos que había obtenido esa noche.Improvisé una lista como lo hubiera hecho Sherlock Holmes, y resalté los datos relevantes.
Escribí:

- Llamado incómodo el domingo por la noche - dice que es un cliente - 1ra mentira

- Yerbal XXX - casa de dos plantas

- Auto marca Peugeot 206 gris, vidrios polarizados. Averiguar patente.

- Dos hijas de 6 y 5 años aproximadamente.

- Contestador automático con su voz

- Manuel dice que va a ver a Lautaro pero ve a Laura - 2da mentira

- Regreso cerca de las 2 de la mañana


Cuando llegó Manuel le pregunté por Lautaro. Me dijo que había tenido una fuerte pelea con Carla, su mujer.Inventó detalles y un par de cervezas que tomaron en un lugar también inventado.

Se dio una ducha, dándome el tiempo necesario para revisar su celular.En los últimos números marcados estaba en primer lugar el de Lautaro y con una diferencia de diez minutos, el de la casa de Laura.Agregué en mi lista:

- Cuando yo le aviso que no vuelvo a casa, Manuel llama a Lautaro (supongo que para crear su coartada)

- Luego llama a Laura para verla.


Al repasar la lista, mi ira mutó a un extraño sentimiento, mezcla de fuerza, de necesidad de llegar hasta el fin, de demostrarle que yo podía ser más inteligente que él, de ganarle la pulseada.
Pensé el segundo paso en el camino hacia la verdad.Analicé en detalle lo que había descubierto hasta el momento y cuando salió del baño me acerqué y le dije:

- Me quedé pensando en lo que me contaste de Lautaro...Supongo que Carla no debe estar bien tampoco, así que mañana la voy a llamar para que tomemos un café.Creo que es lo menos que puedo hacer, ¿no?


- .....



Hasta el día de hoy recuerdo la cara que puso Manuel al escuchar mi brillante idea.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Culpable





Disqué una y otra vez, sin detenerme, impulsada por los demonios de la intriga y la desesperación que aumentaban con cada sonrisa de ella mientras hablaba por teléfono.

Esa imagen de sus pasos, andando y retrocediendo, mientras jugaba con un mechón de cabello entre sus dedos, me olían a charla de amor, de conquista, de seducción.


Manuel seguía hablando, y yo discaba, esperando que atendiera su voz del otro lado.Hubiera dado todo por escuchar el hola de Manuel que pusiera fin a mis miedos.



No sé cuanto tiempo habré pasado en esa espera, hasta que finalmente la vi a Laura que cortaba y entraba a su casa.

Disqué una vez más, esta vez con la esperanza de que Manuel siguiera hablando, pero escuché el tono de llamado, y se me heló el alma.


- ¿Hola? -contestó Manuel


Junté fuerzas, apelé a mis dotes de buena actriz, ahogué el llanto en un puño y contesté:

- Hola amor, te llamaba para ver si habías cenado -dije

- No gorda, todavía no.Justo pensaba llamarte - respondió

- Yo intenté comunicarme pero estabas hablando - dije preparada para oír una mentira

- Sí, era Lautaro, me llamó para contarme que se peleó con Carla y quería saber si lo bancaba a tomar una cerveza.Como vos no estabas le dije que lo pasaba a buscar en un rato.No te enojás, ¿no? Si querés puedo pasar a buscarte cuando estoy volviendo- dijo

- ¿Pero no es tarde ya? - pregunté

- Bueno, si está mal está mal.Es mi amigo - contestó

- Andá tranquilo, yo te llamo cuando termino para que me pases a buscar. Vemos - respondí

- Beso amor

- Otro


Intuía que mentía.La certeza de que no había llegado hasta esa puerta de pura casualidad se agigantaba con cada palabra de Manuel, y se enredaba en cada poro, impregnándome de una convicción que jamás había sentido.



Decidí esperar, observar los movimientos de Laura, si salía arreglada a su encuentro o si apagaba las luces y se iba a dormir.No me importaba que me salieran ampollas en los pies de tanto recorrer esa vereda, ni que tuviera que correr descalza para seguirla adonde fuera.Quería llegar a una conclusión que me permitiera recobrar la calma, a cualquier precio.








El tránsito empezaba a disminuir y la noche a hacerse cada vez más noche.Algunas luces de las viviendas cercanas se extinguían tanto como mi fuerza.El tiempo devoraba mi razón y dejaba ver mi lado más vulnerable y más intolerante.


Me senté en el cordón de la vereda y fumé, dando pitadas temblorosas y exhalando dudas blancas. Sólo un gato callejero era testigo de mi espera y compañero de mi angustia, que sigilosamente se acercaba como si quiera consolarme.
Fue ese gato el que salió corriendo cuando escuchó el motor de un auto que ralentaba su marcha frente a la casa de Laura.


Era el auto de Manuel, y no tuve más remedio que declararlo culpable.





jueves, 11 de diciembre de 2008

Al acecho



El taxi se detuvo sobre la calle Yerbal, junto a las vías del tren.Me bajé y comencé a buscar la altura exacta hasta que distinguí una casa de dos plantas, con varias ventanas, una gran entrada, un garage vacío y muchas flores ubicadas en bonitos maceteros justo detrás de las rejas que la separaban de la vereda.
Esa era la casa de Laura, pero aún no sabía quién era ella ni qué relación tenía con Manuel que lo había obligado a mentirme.

Recorrí la cuadra, de un lado al otro, pensando qué sentido tenía estar jugando al detective cuando ya empezaba a ocultarse el sol.No tenía un plan delineado y mientras pasaban los minutos me convencía de que estar allí como un turista en un país desconocido no tenía ningún sentido.
Caminé entonces por el costado de la vía.Estaba oscuro, pero había un ir y venir de automóviles que alejaba mi inseguridad.Encendí un cigarrillo.En lo negro de la noche podía percibirse la ausencia de alguna persona dentro de la casa.Ninguna luz encendida.Silencio.

Había pasado casi una hora desde mi llegada cuando un auto con vidrios polarizados se detuvo frente a la entrada.De su interior descendió una mujer.Debía rondar los cuarenta años, rubia, de pelo ondulado, alta, delgada, atractiva.Abrió la reja que conducía al garage y regresó al auto para poder estacionarlo.
Mi corazón latía tan fuerte que podía sentir las palpitaciones en cada rincón de mi cuerpo.Era Laura, la misma que había llamado al celular de Manuel y que lo había alejado de mí para hablarle en privado.Era la dueña del mensaje en el contestador y verla me provocaba un odio con olor a nuevo, raro, ajeno a mi.

Volvió a bajar para cerrar la reja, regalándome su mejor perfil, para que pudiera registrar su imagen en el fondo de mi retina.
Al volver al auto, abrió las puertas traseras y ayudó a bajar a dos nenas,tan rubias como ella.La mayor debería rondar los seis años, la menor arañaba los dos.

Sentí que nuevamente volvía a respirar.Manuel sería incapaz de involucrarse con una mujer casada y con hijos.Pensé que debía ser alguna amiga de la infancia y que temiendo por mis celos había preferido ocultarme la verdad.
Pero algo me había impulsado hasta su puerta, y recordé que mi sexto sentido jamás me había fallado con mis novios anteriores.Así como los ciegos distinguen el terreno, hay algo que las mujeres sabemos reconocer en el nuestro.La espina no había desaparecido, y aunque mi mente se empecinaba en resaltar la idea de que Manuel no se involucraría en una infidelidad tan complicada, mi voz interior me repetía que no debía irme de allí, que había algo más.

Me quedé.Caminé cada baldosa hasta gastarla, dejándole la huella de mi espera.En el interior de la casa, las luces encendidas me señalaban que esa visión era cierta y no un sueño, ni una escena de una película.Yo estaba ahí, como un lobo al acecho.

De pronto, la vi salir en dirección al auto, cargando carpetas y papeles.Las acomodó en el baúl con dedicación y paciencia.La nena más grande salió a los cinco minutos, cargando un teléfono en su manito, y acercándoselo a ella.Laura llevó el teléfono a su oído y le hizo señas a su hija de que entrara.Caminaba mientras hablaba y sonreía, cerca de la reja, pegada a las flores.

Fue entonces cuando sentí un impulso, como un rayo que me atravesaba la consciencia.
Tomé el celular y disqué restringido el número del celular de Manuel.

Mis piernas temblaron como un niño abandonado en medio de la noche cuando del otro lado escuché el mensaje que me indicaba que Manuel estaba hablando, en ese mismo momento...

martes, 9 de diciembre de 2008

El origen de la sospecha


El número correspondía a un teléfono de línea, y desde que lo había anotado había fantaseado con mil y una hipótesis.
Si realmente era un cliente ¿cómo saberlo con un simple hola del otro lado?, si en realidad era una amante, ¿cómo lo detectaría?
Sabía que una llamada no iba a darme las respuestas que necesitaba, y así, por miedo a la frustración, anduve paseando el papel en mi cartera durante casi todo el día.Cada vez que la abría para sacar un cigarrillo o para buscar las llaves de casa, lo veía que asomaba desde el bolsillo interior y no podía más que contemplarlo por unos minutos.
Finalmente me decidí y entré a un locutorio.Me sentía actuando como un delincuente previo a cometer un crimen, intentando no dejar huella.Eran las siete de la tarde del lunes.Disqué mientras oía como el corazón se aceleraba con cada ring en la línea.Los pocos segundos que transcurrieron antes de que contestaran parecían una eternidad.

- Hola, te comunicaste con la casa de Laura.En este momento no estoy así que dejame tu mensaje después de la señal .

Eso era todo, un contestador y una Laura.
Laura. Cinco letras que se me pegaban en la frente, que me ardían, que desdibujaban mis facciones y me transformaban en una autómata.

¿Quién era Laura?¿Una clienta?Recordaba que Manuel se había referido a un cliente, como si fuera de sexo masculino, y eso agigantaba mi sospecha y el temblequeo de mis piernas.
Pedí una computadora, me senté y busqué en internet una página de direcciones.Allí escribí el teléfono de Laura y apareció una dirección del barrio de Flores.
La anoté en el papel, debajo de su número, y salí del locutorio poseída por la desconfianza y la duda.

Disqué el número de celular de Manuel:

- Amor - dije tratando de sonar normal - nos vamos a cenar con las chicas de teatro, surgió de pronto, por eso no te avisé antes.No te enojás, ¿no?

- Andá tranquila, trato de esperarte despierto.¿Hay algo listo en casa para comer?- preguntó

- Sí, tenés pollo en el freezer -contesté - Un beso,amor.

- Otro,gordi. Te amo -respondió.


Con el "te amo" sostenido entre la punta de mis dedos, paré el primer taxi que pasaba, decidida a saber quién era Laura.

lunes, 8 de diciembre de 2008

La espina



Entró del jardín, dejando el celular sobre su portafolios y caminado directo hacia la cocina.
Lo seguí, esperando que dijera algo, que se anticipara a mi inevitable pregunta, pero no habló.
Tomó una lata de cerveza de la heladera y encendió un cigarrillo. Yo lo miraba recostada sobre el marco de la puerta con los ojos inyectados de desconcierto.

Cuando levantó la mirada me vio y esbozó una sonrisa.Estaba tan nervioso que hasta creo que noté un temblor en su párpado, similar al de la mano que sostenía la cerveza.
Entonces le pregunté:

- ¿Quién te llamó?

- Un cliente - respondió desviándome la mirada

- ¿Y por qué te fuiste a hablar al jardín apenas viste el número? - pregunté

- Porque era una conversación complicada, no quería molestarte con mis temas laborales - dijo

- Me resulta raro, porque nunca me privaste de oír tus conversaciones con clientes - respondí

- Bueno, siempre hay una primera vez, ¿no? - dijo al mismo tiempo que se acercaba y me tomaba por la cintura en un intento de dar por finalizada la conversación.

Me besó apasionadamente mientras dejaba la cerveza sobre la mesada.Con su mano todavía fría me acarició la espalda hasta llegar a mi pantalón.Me sacó la remera y me llevó al cuarto sin dejar de besarme.Hicimos el amor hasta quedar exhaustos, con la mente en blanco y mi corazón lleno de dudas.

Se levantó a buscar otro cigarrillo, y quedé sola en la habitación, escuchando las voces de mi interior. No iba a decirle nada, no iba a preguntar más, pero estaba claro que ese llamado no era de un cliente y la espina ya se había clavado en mi memoria.Esa espina exigía una respuesta y Manuel no era quien iba a dármela.


Esa noche, cuando se quedó dormido, me levanté y fui hasta al living.
En plena oscuridad abrí su maletín y tomé su celular.Busqué el registro de las llamadas recibidas hasta encontrar la última.
Allí estaba, un número sin nombre, un ser anónimo que perturbaba mi momento.
Lo memoricé , repitiéndolo cientos de veces hasta llegar a la cocina.Encendí la luz, tomé un trozo de papel y lo anoté.

Desde el cuarto, la voz de Manuel:

- ¿Qué hacés despierta , amor?

- Vine a tomar agua, ya voy.

Abrí la heladera en busca de agua fría, me serví y bebí de un sorbo.
Al tragar, pude sentir la espina atravesada en mi garganta y supe que allí iba a quedarse a menos que me pusiera en acción para encontrar una respuesta.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Una piedra en el camino


Estaba en el ascensor, escuchando como el auto de Octavio acelaraba por la avenida y se alejaba.

Recién ahí abrí la puerta y me bajé.

Esa no era mi casa, sino la de mis padres, y por algún motivo, ebria como estaba, le había dado esa dirección en lugar de la real.

Tal vez porque Octavio dejaba traslucir un cierto interés en mí, o quizás porque no quería que Manuel me viera llegar en el auto de un hombre que no fuera él.


Salí y tomé un taxi hasta mi casa.
De a poco volvía a sentirme una persona normal, alejándome de los efectos del alcohol.
Para mi tranquilidad,Manuel dormía cuando llegué.Me recosté junto a él, pero esa noche no lo abracé.



El domingo, mientras regresábamos del asado habitual con la familia de Manuel, sentí vibrar mi celular en la cartera.

Un mensaje nuevo asomaba en la pantalla, y el número de origen era desconocido.Lo abrí, sin imaginarme su procedencia:


- Me dio tu teléfono El Tano.Quería saber si habías amanecido sobria.Un beso, Octavio.


Arrojé el celular de vuelta a mi cartera, como si quemara.


Por supuesto que Manuel me preguntó de quien era el mensaje, y yo mentí.


-Mamá -le dije.


- ¿Y no le contestás? - preguntó


- No, ahora la llamo cuando lleguemos.



Apenas entramos, me metí en el baño, y en la privacidad de esas cuatro paredes, le respondí:


- Estoy bien, gracias, pero no me llames.No quiero problemas.


A los pocos minutos, su respuesta:


- Es que no puedo alejar tu imagen de mi cabeza.


No le contesté, pero sabía que eso no modificaría las cosas.Octavio iba a seguir llamando, se leía claramente en su último mensaje.


Me lavé la cara, intentado que el agua se llevara la noche anterior y que borrara lo que vendría.



Mi sexto sentido femenino intuía el peligro y eso implicaba que algo dentro mío era sensible a sus palabras.Octavio no había pasado inadvertido y no podía descubrir si era sólo el sentirme deseada por otros ojos que no fueran los de mi marido, o si la inercia de mis últimos meses reclamaba un poco de emoción.Tal vez , era una lógica consecuencia al caos en el que venía metida, al quiebre que se había producido en la pareja.


Al terminar el domingo sólo tenía una certeza: Octavio se había convertido en una pequeña piedra en el camino, en ese camino al que Manuel me había empujado.


viernes, 5 de diciembre de 2008

Las dos caras de la luna



El tiempo de convivencia nos regala algo más que buenos momentos, nos brinda una herramienta extra.

Cuando me casé no lo veía de esa forma, y si alguien me lo hubiera dicho me hubiera mostrado en desacuerdo.Lo cierto es que los trescientos sesenta y cinco días de compartir un mismo techo antes de casarnos, más el doble de días que siguieron a la boda, me permitieron conocer de memoria sus gestos, sus miradas, sus hábitos.
Muchas veces, cuando le comentaba algo cotidiano, podía adivinar su respuesta antes de escucharla en su propia voz. Eso me regalaba una alegría extra, una especie de satisfacción extraordinaria a la que no estaba acostumbrada: Conocía a mi compañero casi como a mí misma.

Dudo que Manuel me conociera tanto, y no por falta de amor, sino porque era mucho menos observador que yo.Tal vez mi vocación de actriz me hubieran dotado con un plus de capacidad que me permitía analizar en detalle las relaciones entre los hombres, sus comportamientos, sus reacciones y su sentir.
Él era más analítico y pragmático.Yo más sensible y perceptiva.

Hubo un día en que ese conocimiento se transformó en instrumento.El día en que descubrí que había algo raro en su actitud después de esa llamada que lo había hecho caminar hacia el jardín para no ser alcanzado por mi vista ni mi oído.
Ese instante en que lo vi regresar con el celular en la mano, cargando una sonrisa forzada, sudando incomodidad y oliendo a mentira, se grabó en mi retina más que cualquier otra fotografía.

De pronto me encontré frente a una versión de Manuel desconocida.Su figura se fragmentaba en mil pedazos y se desarmaba frente a mis ojos...tristes ojos que lentamente irían viendo una realidad que nunca hubieran imaginado.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Esa feliz rutina que no dura para siempre




Camino a casa me detenía a comprar jazmines y fresias para colocar en el living.Llevaba en mi mente una lista invisible con todas sus comidas preferidas y me esmeraba por prepararlas cada noche, para evitar que recordara los manjares que cocinaba su madre.Estrené al menos una vez por semana un nuevo conjunto de lencería y adopté como amuleto afrodisíaco el perfume de la noche en que nos conocimos y que tanto le gustaba.Vi por televisión cientos de partidos de tenis, de golf y de fútbol abrazada a su cuerpo y enredada en sus pies. Me calcé una enorme sonrisa cada mañana, de esposa enamorada y agradecida al destino por la fortuna de mi hallazgo.

Manuel rozaba la perfección.Recordaba cada fecha especial para nosotros y tenía la delicadeza de traerme un regalo y llevarme a cenar a un restaurante distinto cada mes que pasaba desde nuestro casamiento.Llegaba oculto detrás de un ramo inmenso de flores para San Valentín y cada Navidad se comportaba como el Papá Noel más memorioso de la historia, trayéndome exactamente lo que yo quería y acertando el talle y el color.


Funcionábamos como el motor de un auto alemán y nos entendíamos como el sol entiende a la luna, cediendo su espacio, pero valorando su presencia sin la cual su propia existencia pierde sentido.
Dos años perfectos, extraídos de la mejor película de amor que nos tenía como protagonistas.

Hubo un día, una hora, un segundo, en que la historia cambió, y sucedió sin darnos cuenta, como si al beber esa copa de vino estuviera picado y perdiera el sabor.
Así de simple y repentino, como un cristal empañado, como la lluvia amontonada en un balde, como el maquillaje corrido.

El cuadro pintado por Rembrandt de pronto dejó de ser auténtico, y fue una mala imitación comprada en el remate de la vida, ante los ojos ciegos de quien busca enamorarse del arte.

Ese cuadro , era Manuel.
Mi Manuel.

Yo, Miranda



Nací actriz, como parida de una película de Almodóvar. Mi hermana en cambio, nació vaga.Era más inteligente que yo y pudo terminar el colegio sin estudiar demasiado.A mí, en cambio, me costó, pero a base de esfuerzo y vacaciones perdidas, me recibí. De ahí, corrí al conservatorio, y me subí a las tablas, de las que nunca más me bajé.

Mi mamá es una cantante frustrada, devenida en empleada administrativa, con la sonrisa desdibujada por los años que perdió en una oficina, sin que nunca sobrara un billete para ahorrar. Mi papá, un loco lindo y con mala suerte, que con su título secundario terminó graduándose de buscavida, saltando de empleo en empleo, atado siempre a la incertidumbre de no sentirse imprescindible para nadie.


Me criaron con carencias materiales, pero no afectivas, y ese mismo amor que recibí anduve derrochándolo por lugares en que no fue valorado.
Mis novios siempre me dejaron, salvo uno, Alejandro, que por más que intenté amarlo siempre lo sentí como un hermano.

No eran muchos los hombres dispuestos a tolerar una relación seria con una bohemia, y los bohemios no estaban dispuestos a soportar a una de su raza que anduviera en busca de algo serio.


Yo perseguía la ilusión de encontrar a mi mitad, olfateándola entre rostros al pasar, entre miradas recién amanecidas, en historias que no me pertenecían pero me hacían imaginarlo.

No pude nunca definir su cara, ni el largo de sus pestañas, ni sus gestos al hablar, pero su existencia era mi credo, lo que me impulsaba a andar.

Lo busqué entre bambalinas y palabras de Cortázar, en la soledad de un camarín después de la función, en la estela de las luces, en el aplauso final.

El amor iba a llegar, nunca, siempre.
Yo lo buscaba.


El día que cumplí veinte años mi hermana me regaló un apodo:


- Vos sos Miranda, la chica que mira al infinito - me dijo


De tanto mirar al horizonte, un día lo vi llegar.Se llamaba Manuel.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La boda



Al mes de estar de novios, nos fuimos a vivir juntos.

Esa decisión implicaba un gran desafío, pero estábamos dispuestos a enfrentarlo.

Él tenía un muy buen pasar económico y hacía años que vivía en un Ph de Palermo, completamente reciclado con muy buen gusto.Apenas acepté mudarme, me dio vía libre para modificar la decoración a mi antojo.Al principio pensé que ese gesto era la forma que tenía de demostrarme que quería que me sintiera a gusto, después descubrí que realmente no le importaba demasiado si decidía pintar las paredes de verde o si reducía el patio para recrear un jardín de invierno.Podría haber atado un león a la entrada o dinamitar las paredes, y él estaba feliz de verme entusiasmada y adaptada en mi nuevo hogar.

Para el cumpleaños de su mamá, me presentó oficialmente ante toda su familia.Eran considerablemente más circunspectos y refinados que mis progenitores, pero dentro de sus limitaciones, me aceptaron.Así empezó una vida de domingos multitudinarios, con asado, té canasta entre las mujeres presentes y tenis para los hombres.Muchas veces me quedaba fuera de las conversaciones.Yo no entendía demasiado de pintura ni había viajado lo suficiente como para seguirles el ritmo.Una vez tuve la gentileza de invitarlos a la obra que estaba por estrenar y creo que a pedido de Manuel vinieron a verme.Era un teatro under, en la zona de San Telmo.Mi por ese entonces futura suegra,cayó vestida como para ir al teatro Colón y tuvo que sentarse en tablones de madera junto a adolescentes que olían a marihuana.Fue la única vez que vinieron a verme.

Así y todo, seis meses después anunciamos la boda.Mi familia adoraba a Manuel y estuvieron felices con la noticia.La familia de él tardó en reaccionar, creo que en el fondo pensaban que lo nuestro sería un capricho pasajero y que finalmente terminaría.Finalmente tuvieron que aceptarlo, sin remedio.Manuel era grande y asumía adultamente las decisiones de su vida sin dejarse influenciar por la familia.

Seis meses más tarde, a un año de conocernos, nos casamos.

Hicimos una fiesta tan grande como nuestro amor.No quedó nadie sin invitar, ni foto sin sacar, ni detalle sin cuidar.

La luna de miel elegimos pasarla en México, con música de mariachis y noches de tequila. Durante el día, paseábamos nuestro romance por la arena, cubriéndonos de caricias y bronceador. Por las noches, hacíamos el amor hasta el cansancio, hasta quedar extasiados frente a la luz de la luna que se colaba por la ventana del hotel.

Así empezaba nuestro amor, al que creíamos fuerte y a prueba de decepciones.

Al menos por ese entonces.