domingo, 27 de diciembre de 2009

Mi príncipe azul






Nada es cien por ciento perfecto. Nunca.
El departamento ideal puede esconder humedad en el fondo del placard,
el vestido nuevo puede achicar al primer lavado y el trabajo que
parecía perfecto puede consumirnos el ánimo bajo las órdenes de un supervisor sin modales.

Así pasó con los hombres de mi vida.
El que parecía haber sido tallado a mano para ajustarse al formato
de marido soñado, terminó por moldearse a la medida de mis pesadillas.
Aquel que corrió a mi rescate lo hizo montado sobre un caballo de madera y con la espada desafilada, se perdió en el bosque y se distrajo con la primera mujerzuela que se le cruzó.

Hasta que llegó él.
No traía capa, ni galera.
No agitaba las riendas de un corcel adiestrado ni desplegaba promesas que no pudiera cumplir.
No se escondió ante mis desplantes y toleró mis caprichos con una sonrisa honesta.

Mi príncipe azul no salió de un cuento ni me lo enviaron a domicilio en una caja mágica.
Era imperfecto, muchas veces predecible y otras tantas demasiado ingenuo.
Pero también divertido, fiel, tolerante, sensible y tierno, y cuando estaba con él volvía a creer que era posible amar desde las entrañas.

Sobre todo cuando lo veía planear nuestra boda como quien planea el acontecimiento de su vida, con anotaciones de puño y letra en un cuaderno de tapas azules que tachaba y volvía a escribir según fueran cambiando sus ideas.


Y mucho más todavía cuando, desde la puerta que da a la cocina, lo vi ocultar el anillo de compromiso en un brownie de chocolate.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Paréntesis festivo


Vuelen detrás de lo que imaginan, sin límites ni miedos.
Todo lo que deseen puede volverse realidad.


Brindo por un nuevo año de mutua compañía y porque la felicidad nos abrace y no nos suelte nunca.

Gracias por estar del otro lado.

Besos.

Miranda.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Feliz rutina



Hubo un rotundo sí de mi parte que llegó luego de una negociación.
Iba a haber ritual de boda, que podría devenir en casamiento real el día en que obtuviera el divorcio, pero antes tenía que prometerme que jamás volvería a desconfiar de mi palabra. Ni siquiera de mi silencio.

Prometió sin dudarlo y un dejo de remordimiento al recordar a Octavio me arrugó el alma.
Una dosis de perdón hacia mi misma, seguida de una lista de justificativos, me permitieron hacer un bollito con la culpa y echarlo al tacho de basura.



- ¿Eso es un sí de verdad? Decime: Sí, quiero, como en las películas - se rió entusiasmado.

- Sí, quiero, Javi. Obvio que quiero.


La sonrisa de Javier llenó la habitación de luz y el corazón se le transparentó a través de la camisa.





Y así volvimos a la rutina de fotos, publicidades y campañas amenizadas por sesiones de amor y compras en el supermercado bien agarrados de la mano, marcando un límite invisible entre nuestro mundo y el ajeno.

Nos mudamos a un planeta propio en el que brotaban sonrisas de las macetas y las ilusiones se hamacaban en el tender.
Desayunábamos en la cama, impregnados de proyectos soñados por las noches y dibujados a mano en servilletas de papel.

Mi pequeño barco sin timón sentía que por primera vez se tomaba un descanso en las tranquilas aguas de la feliz rutina.

Y una felicidad tan esperada sólo podía venir en tamaño extra large.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Una guerra de siete días



La semana trascurrió sin dirigirnos la palabra.
Minutos que agonizaron entre dos camas separadas, silencios que invadieron cada rincón de la casa.
Un aire denso, plagado de preguntas que nadie se atrevía a formular y una sonrisa impostada en señal de una aparente fortaleza que no existía.

Con el paso del tiempo la inquietud se volvió grande. Yo estaba a la espera de que ocurriera algo que pusiera un punto final o un punto y aparte, pero que nos rescatara de esa cornisa en la que habíamos quedado suspendidos.

El departamento se había convertido en nuestro campo de batalla. El que llegaba primero delimitaba el territorio subiendo el volumen de la radio o sintonizando un canal de televisión que el otro no se animaba a cambiar. Así, desprovisto de municiones, sólo quedaba la opción de encerrarse en el cuarto en carácter de perdedor.
Descubrí que lo que más le molestaba era que me adueñara del baño en el momento exacto en que él necesitaba usarlo. Lo escuchaba refunfuñar detrás de la puerta mientras yo leía, recostada sobre la pared azulejada, el final de Desayuno en Tiffanys.

Cualquiera que hubiera presenciado nuestra cotidianeidad como mero espectador nos hubiera catalogado de inmaduros. Salvo, claro, que se quedara a contemplar el final.

La guerra duró una semana.
El sábado, Javier asomó la banderita blanca detrás de su coraza. La hizo flamear bien alto para asegurarse de que lo viera.
Cuando llegué, el living estaba en penumbras, apenas iluminado por la luz de las velas.
No fue fácil distinguirlo en la oscuridad. Hasta que lo vi sosteniendo tres rosas blancas con los ojos brillantes y una sonrisa etérea.

- Fui un idiota en desconfiar. Casate conmigo, por favor. No me importa dónde ni cómo, pero casate. Perdoname...


Eso fue todo lo que dijo.
Lo necesario, lo imprescindible, lo justo para que yo confirmara que con él no me había equivocado.



sábado, 5 de diciembre de 2009

Mudanza



Bajamos del avión sin hablar y así llegamos al departamento. Por primera vez sentí que era una intrusa en los mismos ambientes de los que me había sentido un poco dueña.

Desarmamos las valijas en medio de un incómodo silencio que sólo fue interrumpido por el sonido del teléfono que ninguno se dignó a atender.
Cuando ya no tuvimos más remeras que doblar a la mitad, ni pantalones que colgar con esmero en cada percha, cuando no quedaban más bolsillos que revisar, ni papeles inservibles para tirar, inventamos algo nuevo para hacer por separado.

Yo cociné todo lo que había en el freezer para volverlo a freezar.
Javier acomodó su billetera en el bolsillo trasero del jean, agarró su campera negra y salió, sin decir una palabra.

Aproveché el tiempo a solas para bañarme. Juro que hubiera querido remojar las penas y colgarlas al sol con dos o tres broches.
Enjuagué los recuerdos de Buenos Aires y los vi escurrirse por el desagüe envueltos en espuma.
Encendí un cigarrillo, traté de poner mi mente en blanco, pero no pude. Javier se sentaba en mis pupilas y me miraba desde ahí con ojos de desconfianza y el seño fruncido.
Sin duda estaba enojado por mi supuesta mentira pero yo lo estaba aún más. Odiaba que desconfiara de mí y que me impusiera un castigo por callar aquello que me dolía recordar.
El tiempo que habíamos pasado juntos, mi caudal de secretos vomitados frente a cientos de cafés, la desnudez de mi alma en cada charla, debían ser suficientes para evitarme el banquillo de lo acusados.

Hice círculos con el pie dentro del agua inventando un remolino que me arrastrara hacia la orilla del entendimiento, pero no había nada que entender. Javier me había decepcionado.


El olor a alcohol entró al departamento antes que Javier. Lo escuché tropezarse con la mesa ratona y pregonar insultos con la lengua resbalando en cognac. Volvió a maldecir cuando descubrió que no quedaba una sola botella de vino en la alacena.
Pensé un momento en esa notoria diferencia entre nosotros. Él ahogado en alcohol hasta perder la consciencia, yo en un baño de inmersión hasta arrugarme las huellas.

Supongo que se acordó de mi presencia cuando mastiqué rabia y se me escapó un sonido en señal de fastidio.
Aseguraría que me miró porque pude sentir sus ojos en la nuca y adivinar su gesto de descontento.

Se arrastró hacia la cama de dos plazas y dejó caer el peso de su cuerpo vestido.
Yo, en el sillón, formé con las sábanas una muralla imaginaria que separara mi territorio del suyo.


jueves, 3 de diciembre de 2009

Nueva soledad


Bajé la mirada, muerta de vergüenza.

Un espacio de diez centímetros separaba mi ridícula culpa de su dedo acusador. Me sentí una niña otra vez, regañada por haber escondido las pantuflas del abuelo o por haber comido una docena de caramelos justo antes de la cena.
Levanté la cabeza, despacio,como si esperara el grito que suena a bofetada y que hace eco en la mandíbula.

- ¿Cómo podés preguntarme eso? - dije entre lágrimas.

- Es que estoy seguro de que me estás mintiendo, si no hay más que verte para darse cuenta. ¿No ves cómo te ponés? No me quieras engañar a mí, justo a mí... más vale que me cuentes las verdad - dijo.

- Es que mi verdad no es la misma que vos estás empecinado en escuchar. Cualquier cosa que diga en este momento va a sonarte a mentira y lo único que voy a lograr, si abro la boca, es que te enrosques cada vez más con tu propio argumento.

- ¿Entonces no me vas a decir qué fue lo que pasó anoche?

- No, si vos ya tenés todas las respuestas. ¿O acaso no desconfías de mí porque pensás que me acosté con él? ¿Me equivoco? Decime - agregué ahogando cada palabra en una lágrima nueva.

- ¡Miranda, te exijo que me digas si te acostaste con Manuel!

- Y yo te exijo que me des la posibilidad de borrar tu desconfianza porque una vez que se instale entre nosotros se va a quedar ahí para siempre tejiendo una trampa mortal de la que nos va a ser muy difícil salir ilesos.

Se quedó quieto, enmudecido. Sólo se oía el ruido de su mente desmenuzando cada palabra que yo había dicho.
Un golpe en la puerta nos obligó a desviar la atención hacia alguien que no fuésemos nosotros.

- Ocupado - dijo Javier

- Tenemos que salir - le dije en voz baja.

Esperamos a que los pasos del pasajero se alejaran de la puerta para regresar a nuestro asiento.
Una vez sentados, abracé a mi almohada y me ovillé hacia el lado de la ventanilla.

No pude conciliar el sueño con facilidad y, mucho menos, soñar con árboles y mariposas.
A duras penas encontré una somnolencia vulnerable a cualquier mínimo sonido. La respiración de Javier bastaba para devolverme a la vigilia y a esa sensación incómoda de cuando uno descubre que algo se rompió y que, por más que vuelva a pegarse, jamás será lo mismo.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Volar



Recliné el asiento del avión lo más que pude y estiré las piernas por debajo del asiento de adelante. Ubiqué la pequeña almohada sobre la ventanilla y apoyé mi cabeza. Llamé al sueño, único remedio pasajero para el olvido.


De pronto estaba caminando por un paisaje lleno de flores. Mi pelo negro me rozaba la cintura y se enredaba con el viento que arrastraba mariposas en pleno vuelo. Un intenso aroma a jazmines se colaba por mi nariz y me impregnaba la piel. A lo lejos, un enorme árbol color rosa se recortaba del resto de la escena. Pude distinguir dos siluetas, borrosas, difusas. Me acerqué, pisando flores blancas y amarillas. Reconocí la imagen de Javier, recostado bajo el árbol junto a una niña rubia como el sol que intentaba atrapar mariposas. De sus bocas entreabiertas brotaron risas y pétalos azules que cubrieron mi cuerpo desnudo.


- ¿Dormís? - me preguntó Javier al oído.

- Soñaba - le respondí - Uno de los sueños más lindos que recuerdo haber tenido en mucho tiempo.

Javier sonrió como si pudiera imaginar el paisaje que yo había visto.

- La gente duerme, creo que debo ser el único que está despierto - agregó.

- Ajá - contesté sin entender para qué me había despertado.

- ¿Vos te animás a cumplir mi fantasía? - me preguntó con ojos pícaros.

- ¿ Cuál ? - pregunté como si desconociera la respuesta.

- La del baño del avión, Mir.



Como adolescentes en plena travesura, nos ingeniamos para encontrar el momento en que nadie nos viera.
El espacio era demasiado pequeño pero nos regalaba la comodidad de estar juntos. Cada movimiento, por pequeño que fuera, nos obligaba a un roce involuntario entre nuestros cuerpos.
Me besó con ansias, llenó de pasión, aferrándose a mi cuello. Acarició mi escote, se deslizó por mi cintura y más tarde recorrió mi espalda con sus manos.
Sentí el calor de sus dedos sobre mi ombligo y el movimiento del botón atravesando el ojal de mi pantalón. El casi imperceptible sonido del cierre me estremeció, paralizando mis gestos.
La imagen de Manuel reaparecía en flashes sobre mis pupilas.
Me detuve. Lo detuve.
Agaché mi cabeza, impulsada por el peso del recuerdo y la tristeza.


- ¿Qué pasa, amor? - me preguntó Javier tomando mi cara entre sus manos.


Un par de lágrimas surcaban mis mejillas y rodaban sin destino.


Hubo un silencio, una quietud extraña capaz de anteceder a un huracán.


- No me contaste todo, ¿no? - preguntó con enojo - ¡¿Qué te hizo ese hijo de puta?!

- ...

- ¡Contestame! ¿Me mentiste? ¿Te acostaste con él?



No pude responder.
El mutismo de mi voz fue una dolorosa duda que se adueñó del corazón de Javier.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Consuelo



La primera vez que pude contarle lo que había sucedido en el encuentro con Manuel fue mientras terminábamos de armar el equipaje.
Le hice señas a Javier para que dejara lo que estaba haciendo y se sentara a mi lado en el sillón.

Encendí un cigarrillo y, entre pitada y pitada, fui relatando la noche pasada con la intención de desecharla de mi mente una vez que Javier estuviera al tanto de todo. Quería ubicarla en el casillero del olvido, en un lugar apartado de lo cotidiano, desde el que no me pudiera dañar.

Escuchó con atención evitando interrumpirme.
Sólo habló para llenar el silencio que dejaba mi punto final.


- ¡Pero este tipo está loco! Hay que denunciarlo, es un hijo de puta - dijo mientras la rabia desfiguraba el contorno de sus labios.

- Lo sé, pero no es lo indicado. Manuel es un gran abogado, tiene demasiados contactos, mucha influencia en su ambiente y siempre, pero siempre, saldríamos perdiendo.

- No, Miranda, esto no puede quedar así. O voy y lo mato o hacemos la denuncia como corresponde. Yo no puedo permitir que te haga esto...o que haya querido hacerte algo peor, o que piense hacerte daño más adelante. ¡Si está enfermo que lo internen, carajo! - comenzó a caminar en círculos mientras hablaba - Algo tenemos que hacer. Algo tengo que hacer.

- Amor, ya está. Tenemos que aprender a convivir con esto. Tomemos ese avión y volvamos a pensar en nuestra vida juntos, lejos de él.

- Pero algún día vamos a querer volver, Miranda, ¿no te das cuenta? ¿Y si esto sigue?

- Javi, vení, sentate. Yo sólo necesito que vos me entiendas y me apoyes. No quiero vivir más atada al fantasma de Manuel. Hace tiempo que convivo con ese temor y no lo quiero más. Necesito empezar a pensar en mí, más allá de que él quiera impedírmelo. Esa es la única forma en que yo siento que gano la batalla: si puedo ser feliz.

Esas cuatro palabras quedaron dando vueltas en la habitación provocando un cambio de reacción en Javier.
Me abrazó y me pidió disculpas.


- Perdoname, fui egoísta. Sólo estaba pensando en sacarme a ese tipo de encima para no tener que convivir en un futuro con su presencia. Tenés razón, sólo tengo que pensar en lo que a vos te haga bien porque eso es lo que me importa.

- Gracias - fue todo lo que pude decirle.

- Terminemos de armar las valijas, no quiero que perdamos ese avión que es el pasaje a nuestra vida normal.

- Eso quiero, una vida normal.


Pura ilusión.
En mi interior sabía que Manuel jamás me dejaría tener lo que cualquiera consideraría una vida normal.
Por más que por un tiempo me rodeara una aparente calma.


lunes, 23 de noviembre de 2009

El después ( Lullaby)


Bajé del auto con mi ropa impregnada de impotencia. Los vestigios de un encuentro violento se rebobinaban una y otra vez en mi mente como una vieja película en blanco y negro que, de tan gastada, se deterioraba justo en el final dejándome sin saber qué le ocurría a la protagonista.

De pie en esa esquina volví a respirar mi libertad.
Rostros desdibujados por la madrugada y una ciudad que apenas amanecía fueron testigos del nacimiento de mi angustia. Un sentimiento nuevo me recorría el cuerpo. Una mezcla de odio y miedo por lo que Manuel planeara en un futuro para perjudicarme, se anudaban en mi garganta.
Recobré un poco de paz cuando hice espacio en mi cabeza para que el recuerdo de Javier pudiera colarse. Tenía que llamarlo.

- ¿Dónde estás? - dijo apenas atendió - Estoy manejando como un loco sin saber adonde voy.

- Estoy en el mismo lugar en que me dejaste - dije.

- ¿Estás bien? ¿Te hizo algo?

- Estoy mejor ahora que te escucho. Vení a buscarme.

- Voy para allá, esperame en la estación de servicio que llego en veinte minutos, quizás antes.


Caminé dos cuadras como una sombra hasta llegar a la estación de servicio. Le pedí un café a una empleada muy amable que me hizo reconocer mi incapacidad de sonreír. No tenía ganas, ni fuerzas. Sentía el alma estrujada como un trapo mojado antes de ser colgado al sol. Me dolían la piel, la voz y la memoria.Me asustaban el ahora y el después.

El tiempo de espera se alargó hasta el infinito. Veinte minutos que parecieron semanas, frente a un pocillo de café como única compañía.

- Amor, vamos - me dijo Javier rodeando mi cuerpo con sus brazos.

Dimos algunos pasos hasta el auto. Juntos, pegados.
Cuando me senté a su lado quise hablarle pero no pude. Sólo apoyé mi cabeza sobre su hombro mientras él manejaba en absoluto y discreto silencio.

Pude sentir su mirada curiosa todo el tiempo y su mano acariciándome con suavidad el pelo.
El calor de su presencia que me era tan familiar, el olor de su piel, su respiración.
Mi mejor canción de cuna...








- Javi, con vos siento que estoy otra vez en casa - fue lo único que pude decirle.


viernes, 13 de noviembre de 2009

La condena


Traté de explicarle que su manera de comportarse lo ubicaba en la vereda del abuso. Le dije que esa no era la forma de demostrarme su amor sino de robarme lo que de otra forma no podía conseguir.
Le hablé tratando de que entendiera, mientras intentaba separarme de su cuerpo que parecía no querer alejarse ni un milímetro de mí.


Sentí sus manos tibias deslizándose por mi contorno, colándose por cada espacio de piel. Me llenó de palabras de un amor rabioso y desquiciado que yo desconocía y que sólo lograban causarme nauseas y ganas de salir corriendo de ahí.

De espaldas a Manuel y con la pared como único refugio, pude oír el cierre de su pantalón deslizándose.
Cerré los ojos con impotencia al mismo tiempo que grité con toda la fuerza de mis pulmones y lo maldije de todas las formas posibles. Él sólo repetía que me iba a gustar, que sería como recuperar la pasión postergada por aquél tiempo...

Desde mi cartera, un sonido intermitente detuvo los movimientos de Manuel, como si el timbre estridente de mi celular lo hubiera devuelto por un momento a la realidad.

- ¿Es tu teléfono? - me preguntó

- Sí - contesté respirando nuevamente.

- No atiendas.

- Si no atiendo Javier se va a preocupar y va a salir a buscarme.

Manuel no tenía porqué saber que Javier no tendría la menor idea de por dónde comenzar a rastrearme y que desconocía la existencia de la casa de fin de semana. Mis palabras sonaron convincentes y por primera vez sentí que se alejaba de mi cuerpo.

- A ver, atendé, pero rápido.


Corrí a la cartera en busca del teléfono rogando que no dejara de sonar en el tiempo que me demorara en alcanzarlo.
Escuchar la voz de Javier fue como estar de regreso en nuestra cama, sintiéndome protegida y amada.

Lloré cuando me preguntó si todo estaba bien. "Vení a buscarme, pedile a mi mamá la dirección de la casa de fin de semana. Manuel se volvió loco", le dije entre sollozos. "Vení, por favor", alcancé a decirle antes de que Manuel me sacara el teléfono.

- Ay, Miranda, qué ganas de complicar las cosas- dijo mientras se acomodaba los pantalones - Ahora nos vamos a tener que ir. ¿Ves?, vos solita te buscás las cosas. Estás empecinada en dilatar nuestro encuentro y ya te dije que estamos destinados a estar juntos. Me vas a obligar a hacer cosas que no quiero.

- ¡Basta! ¡Te volviste loco! Lo de esta noche te convirtió en el ser más despreciable de este mundo. ¡Te detesto, me das asco!¡Asco!¡Asco! - le grité mirándolo a los ojos.

Fue apagando las pocas luces que había encendido al llegar y acomodando el vaso y la botella de whisky en su lugar.

- Vamos, dale - me dijo.

Tomé mi cartera y me alisé la pollera con ambas manos. Dos segundos más tarde estaba en la puerta, lista para salir.



No hablamos en todo el viaje. Tampoco hubo música. Todo era silencio y una plegaria en mi interior que rogaba que se mantuviera lúcido para manejar y que el efecto del alcohol no nos impidiera llegar a destino.

Cuarenta minutos después Manuel detenía el auto en la esquina en que me había levantado.
Abrí la puerta, dispuesta a salir del auto en una fracción de segundo pero me detuvo por el brazo.

- Andá, pero no pienses que esta va a ser la última vez que nos vamos a ver. Desde este instante empiezo a pensar la forma conservarte para siempre a mi lado.


Esa fue su sentencia.
Y mi condena.


lunes, 9 de noviembre de 2009

Acosada


Se sirvió el tercer vaso de whisky mientras repetía como un autómata "nada de divorcio".

Me incorporé del sillón de un solo movimiento y me acerqué hasta donde él estaba.

- ¿Qué decís? - le pregunté - Quiero el divorcio, ¿no entendés? Ya no te amo, no hay nada más entre nosotros. ¿Me escuchás?

- Epa, sí que te escucho, pero la que no entiende sos vos.

- ¿Qué es lo que pretendés que entienda?

- Que no pienso separarme de vos, ni hoy ni nunca. Así que va a ser más fácil que te saques de la cabeza esa idea ridícula - contestó.

- Mirá Manuel...

- Shh - me interrumpió - basta. Este es nuestro momento, disfrutemos - dijo.

- ¿Disfrutar? No hay nada para disfrutar, Manuel, sólo quiero que entres en razón.

- Bailemos, dale, como cuando éramos novios - dijo mientras colocaba un cd en el equipo.

- ¡Te volviste loco, Manuel! - lleve mis manos a la cara y me refregué los ojos sin entender lo que pasaba.

Manuel se acercó a mi lado e intentó tomarme de la mano para invitarme a bailar. Me solté y volví a sentarme en el sillón pero se sentó conmigo, demasiado cerca.

- Amor, basta de este juego - dijo - Volvamos a ser los de siempre, yo te amo.

- Ay, Manuel, por favor - se me llenaron los ojos de lágrimas ante la impotencia que me provocaba su parte más irracional - No quiero saber nada con vos. Te quiero lejos, ¿entendés? Le-jos - enfaticé.

Extendió su mano y me acarició los hombros sin importarle lo que le decía, como si un muro inmenso lo separara de la realidad de mi discurso y habitara en un mundo en el que sólo era válida su verdad.
Volví a levantarme para escapar de su incómodo roce. Él se levantó detrás de mí y se acercó otra vez sin soltar el vaso de whisky que volvió a recargar antes de decirme:

- Siempre vas a ser mía, eso está escrito.

Me pregunté en que parte de su cabeza estaría escrito que yo era de su propiedad. En qué espacio de su mente enferma la obsesión no lo dejaba razonar como un ser normal.

- Me quiero ir, llevame - dije mientras giraba para tomar mi cartera.

No me escuchó. O no le importó lo que decía.
Se acercó por la espalda y me tomó de la cintura. El olor a alcohol me envolvió hasta darme nauseas.
Sentí su boca junto a mi cuello y un balbuceo que repetía un te amo resbaladizo y pegajoso.
Intenté despegarlo de mi cuerpo pero su metro noventa me lo impedía.
Me empujó de un solo paso hacia la pared del living hasta sentir el frío de la pared junto a mis mejillas. Una mano me rozó las caderas hasta encontrar el final de mi pollera. Sentí entonces su piel recorriendo la desnudez de mis nalgas hasta llegar a mi intimidad.



Creo que grité.
Creo que mordí la mano que me acariciaba la cara.
Creo que lloré desde las entrañas sin saber si estaba despierta o presa de la peor pesadilla.


jueves, 5 de noviembre de 2009

¿Divorcio?



En medio de la noche oscura, llegamos.
Estacionó su auto frente a la entrada y silbando la música que aún sonaba, se bajó. Yo hice lo mismo, sin que me quedara otra opción más que seguirlo en sus movimientos.

Entró primero y encendió las luces de una casa llena de recuerdos, buenos y malos.
El lugar olía a encierro y supuse que hacía mucho que Manuel no la visitaba. Tal vez hubiera cambiado algunos hábitos desde que estaba sin mi compañía.

- ¿Qué te sirvo para tomar? - me preguntó mientras llenaba de whisky un vaso.

- Agua, por favor - dije sin querer que el alcohol se adueñara de mí una vez más.

- Bueno, un vaso de agua para la señora - repitió en voz alta - Estás muy callada, ¿no era que querías hablarme?

- Sí, claro, es que esto de que me traigas hasta acá me desconcertó bastante.

- No entiendo el desconcierto, es nuestra casa de fin de semana, ¿qué tiene de malo?

- Es que me parece que tenés otra expectativa con el encuentro. Sólo eso - respondí.

- Ajá, mirá vos. ¿ Y que se supone que yo espero de esta charla, según vos? - preguntó.

- No sé, una reconciliación tal vez - dije, mientras me sentaba al borde del sillón, como quien está dispuesto a irse en cinco minutos.

- ¿Acaso hay otra opción? - bebía grandes sorbos de whisky mientras hablaba - Miranda, está claro que lo nuestro es inevitable. Yo sabía que tarde o temprano querrías volver a casa para seguir con nuestra vida habitual.

- No, Manuel - hice una pausa - No es así. Yo ya no te amo, tenés que entenderlo. Pasaron demasiadas cosas entre nosotros, sobre todo, la incorporación de un tercero a tu vida.

- ¿Laura? - preguntó.

- Laura. Saber que hacía tiempo que estabas con ella, dudar de tu paternidad, presenciar tus extraños comportamientos, me desencantó por completo hasta el punto de darme cuenta que lo nuestro era algo enfermizo pero que el amor se había terminado.

Traté de medir mis palabras para evitar una escena de gritos o de violencia. Lo veía relajado y eso me hacía temer mucho más que si hubiera estado encolerizado.

- ¿Qué viniste a decirme, entonces? - preguntó mientras se servía el segundo vaso.

Hice otra pausa. Revolví en el casillero de mi memoria aquello que había ensayado en el camino. Ninguna frase diplomática aparecía en mi mente. Todo era un enorme vacío del que pendía una idea principal que giraba a gran velocidad por mi cabeza.

- Vine a pedirte el divorcio - dije finalmente.


Rió.
Rió como una hiena, sacudiendo el contenido del vaso, salpicando la alfombra.
Rió como si todo fuera una fiesta, como si presenciara una comedia en la que yo era la protagonista.

Sentí vergüenza por haber confiado en una reacción adulta de su parte.
Me sentí ingenua por haber creído que Manuel tenía una veta lúcida y humana que lo dejaría mirar más allá de su ego.


- Ni lo sueñes, mi amor - dijo - Nada de divorcio.


Y fue un látigo que hizo arder mis ilusiones dejándolas en carne viva.
Una sentencia que alertaba cual sería el desenlace.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un paso en falso




- Manuel, necesito verte para hablar - dije

- Necesitás verme, claro. Lo sabía - contestó.

- Sólo voy a estar un día más en Buenos Aires, ¿podremos encontrarnos un rato? - pregunté temiendo una negativa.

- Por supuesto, tengo ganas de verte. Dejame que piense... - hizo una pausa - Te paso a buscar en una hora por la esquina de teatro. ¿Estás cerca de ahí?

- Bastante, pero es tarde - miré a Javier buscando una aprobación y sólo encontré un rostro contemplativo y expectante.

- ¿No era que necesitabas hablar?

- Si, está bien. En una hora estoy ahí.


Sentí alivio por haber dado el primer paso frente a una situación postergada en el tiempo aunque no me gustaba la idea de tener que verlo a esa hora de la noche.
Javier no se opuso al encuentro y trató de convencerme de que tal vez era el único momento que él tenía disponible, así que me di un baño, me cambié y esperé a que llegara el taxi.


Javier me acompañó hasta el punto de encuentro y esperamos juntos, sentados en el asiento de atrás, mientras el reloj del taxi transformaba en pesos el tiempo de espera. Vimos estacionar el auto de Manuel a unos metros de donde estábamos y, después de un beso y un abrazo tierno, me bajé, prometiendo llamarlo para que viniera a buscarme.

Caminé temblorosa hasta la esquina. Abrí la puerta del acompañante y sólo atiné a subirme sin saludar. La presencia de Manuel me provocaba una mezcla de melancolía y resentimiento que se manifestaban como un dolor punzante en la boca del estómago.

- Hola, tanto tiempo - dijo sonriendo.

- Hola - contesté sin mirarlo a los ojos - ¿hablamos acá?

- No, no, este encuentro merece algo mejor - dijo - ya se a donde voy a llevarte.

- No vayamos lejos, estoy muy cansada y mañana a la noche viajo a Usa - agregué.

- Lo lamento, yo tengo pensado un lugar que te va a gustar -dijo.

- Manuel, este encuentro es sólo para que hablemos, no veo razón para que busques un lugar que me guste. Cualquier esquina o bar me da lo mismo.

-¡Mirandita, parece que te olvidaste con quien estás! Ya tengo decidido el lugar, así que vamos.


Puso en marcha su auto y aceleró por la avenida. Encendió el estereo y puso su disco de jazz favorito, mientras yo miraba a través de la ventanilla intentando descifrar el destino.
Con angustia, vi como tomaba el acceso a la autopista y tuve la certeza de que me llevaba al lugar al que jamás hubiera querido ir.

- ¿Estamos yendo a la casa de fin de semana? - pregunté rogando que respondiera que no.

- Siempre tan astuta -se limitó a decir.

- Pero...

- Nada de peros. Es el único lugar en el que podemos hablar tranquilos.


Intuí que su expectativa era otra, que por enésima vez se negaba a comprender la realidad.
Pensé miles de variables: Decirle que detuviera el auto y bajarme en medio de la autopista, explicarle que quería el divorcio mientras manejaba, callarme y aguantar hasta llegar a destino, llamar a Javier.
Tomé el celular de mi cartera y comencé a marcar el número cuando me interrumpió.

- Ni se te ocurra - dijo - en este auto no hay lugar para nadie más.

Tuve la certeza, entonces, de que cualquier opción que yo eligiera sería desacertada.
Manuel ya tenía un plan en su mente y nada ni nadie lo harían cambiar de rumbo.
Me limité a guardar el teléfono y a pensar la forma de decirle todo apenas hubiéramos llegado. Enumeré hipótesis de posibles respuestas y la forma de refutar cada una de ellas hasta lograr convencerlo. Imaginé un papel de víctima que apelara a su corazón de piedra, otro en el que no diera lugar a un no de su parte, en el que impusiera la única verdad que existía entre nosotros: un amor enfermizo de su parte que había terminado por contagiarme hasta dejarme durante años en terapia intensiva.

Lo único que no evalué era la posibilidad de que esa noche y ese encuentro se convirtieran en una gran paso en falso en mi camino con un único resultado: un nuevo(y gran) problema.




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lunes, 2 de noviembre de 2009

Llamada postergada



Nos despedimos de Clara y del Tano con un abrazo eterno y la promesa de volver para el nacimiento de su hijo.
A ellos los esperaba la luna de miel y a nosotros el regreso a New York en 48 horas.
El salón quedó vacío y la fiesta comenzó a convertirse en recuerdo.




Javier y yo nos quedamos en la casa de Clara para poder disfrutar de dos días tranquilos, al menos en apariencia.
En las primeras 24 hs nos dedicamos a visitar a nuestras familias y amigos. Casi no dormimos en el afán de aprovechar el tiempo con nuestros afectos.
Al llegar la noche, recostados en la cama, la pregunta se hizo inevitable.


- ¿Vas a aceptar mi propuesta? - me preguntó Javier

- ¿Vos que creés? - respondí con otra pregunta.

- Creo que estás muerta de miedo - dijo - Tus experiencias pasadas me parece que te hacen dudar.

- ¡No, no dudo! Te amo, Javi, eso es una certeza, pero existe un problema grande llamado Manuel... no sé si va a darme el divorcio. Vos no lo conocés, está obsesionado conmigo y sé que es capaz de cualquier cosa para impedir mi felicidad si no es a su lado.

- Te entiendo, amor, sólo quiero saber si vos querés casarte conmigo, más allá de Manuel o de quien sea.

- Claro que quiero -dije

- Entonces decímelo.

- Me quiero casar con vos. ¡Sí, quiero! - bromeé.

- Entonces es necesario que hables con Manuel y que puedas sentirte libre, para que empecemos a vivir una vida juntos, con proyectos en común y sin fantasmas del pasado.

- Pero es difícil.

- No dije que sea fácil, pero más complicado va a ser intentarlo desde Estados Unidos. Tenés que aprovechar que estás acá y hablar personalmente. Sólo nos quedan 24 hs, Mir.


Javier tenía razón. Intentar dilatar el llamado y postergarlo para otra oportunidad no hacía que el problema desapareciera ni que encontrara solución mágicamente.
Era hora de desprenderme de ese chaleco de fuerza que me oprimía y que me restaba movilidad a la hora de proyectar mi futuro.

Eran los doce de la noche cuando decidí tomar el teléfono y marcar el número de la casa de Manuel, la que alguna vez había sido nuestra casa.
Javier me observaba sentado sobre la cama, pendiente de mis movimientos.

El sonido de la llamada llenó el espacio que me separaba de Manuel hasta que del otro lado, esa voz que hubiera querido no oír nunca más, atendió.

- Hola

- Hola, Manuel, necesito hablar con vos - dije con los nervios apretados en un puño.

- ¡Miranda! Sabía que volverías a buscarme.




Y ese fue el inicio de una llamada que hubiera querido postergar por siempre.


jueves, 29 de octubre de 2009

Después de la fiesta




Sentadas en un paisaje de vasos rotos, papel picado y pisos sucios, tuvimos un momento para estar tranquilas y hacer los comentarios post- fiesta, imprescindibles entre amigas.

- ¡Uf, qué fiesta!- dijo Clara mientras se desprendía la correa de las sandalias.

- Ni me lo digas. Demasiadas emociones, amiga.

- Contame, ¿qué pasó con Octavio? - me preguntó.

- De todo. Todo- le contesté sabiendo que Clara entendería.

- ¿Todo? - rió - Sos tremenda, Mir. ¿Por qué? ¿Cuándo? - quiso saber.

- Y...que se yo, estaba demasiado borracha, me viste. Fui al baño porque no me sentía bien y se metió conmigo. Cuando me di cuenta estábamos los dos revolcándonos y ahí fue cuando me sentí peor.

- No, Mir, no te culpes. Nadie tiene que enterarse. A veces uno mismo se castiga complicándose las cosas. Uno elige estar aliviado o complicado con una situación. Creo que en tu caso es normal que optes por la segunda opción, como si no te permitieras vivir tranquila... - dijo muy seria.

- Eso sonó fuerte - le respondí - supongo que un poco de razón tenés.

- Es que estando tan bien con Javier no tenías necesidad de rebobinar la historia con Octavio. ¿Entendés?

- Sí, lo entiendo. El punto es que yo no tenía intención de rebobinar, sino de ponerle punto final. Supongo que extrañaba su cercanía o que quise probar que todavía podía ser influenciable a mis encantos. No sé, una pavada, Clara...

- Ya fue, olvidate de él. Ahora concentrate en Javier y en la propuesta de matrimonio.

- Sí, pero todavía no le contesté - le dije con un dejo de tristeza.

- ¿Por? Yo pensé que le habías dicho un si rotundo.

- No, no pude. El fantasma de Manuel se me apareció cuando pretendía abrir mi boca - contesté.

- Y claro, no es fácil. Hay que entender que no sos libre y que plantearle a él tu libertad puede ser un momento complicado.

- ¿Complicado? - reí - Va a ser espantoso. Lo conozco, voy a tener que pensar bien la forma de hablarlo porque su primera respuesta seguro será un no.

- Bueno, Mir, creo que llegó el momento de que empieces a definir cosas en tu vida. Si querés empezar a ser feliz tenés que hacerlo desde ahora.


La palabra ahora hizo eco en mis oídos.
Ahora. Demasiado tiempo había pasado desde que había creído que sería feliz al lado de Manuel.
Mi vida había girado ciento ochenta grados y mi hoy era una fotografía distinta de una Miranda transformada, con ganas de intentar otra vez, pero con otro protagonista que me daba muestras de un amor sincero y leal.


- La pregunta es: ¿vos querés casarte con Javier?- me interrumpió Clara mientras yo pensaba.

- Sí. Creo que es el amor que siempre estuve esperando.



Vi a Javier caminar entre los restos de la fiesta, con un ramillete de flores improvisado con un centro de mesa. Llegó a mi lado y me los entregó como si fueran una ofrenda. No dijo nada, sólo me miró y yo supe lo que pasaba por su mente.
Era simple de comprender la mirada de Javier y cada uno de sus gestos.
Detrás de sus pupilas, un océano de agua transparente me regalaba tranquilidad y la seguridad de saber que nada turbio podía alojarse en un alma sincera.


Y sentí que estaba convencida como nunca antes lo había estado.

lunes, 26 de octubre de 2009

La boda- última parte



Parecíamos felices.
La sombra de Octavio era eso, una sombra que se veía solamente cuando los focos lo iluminaban, parado junto a la pared como un humilde espectador.

Clara sonreía, muerta de alegría y de amor en un día inolvidable que yo había estado a punto de empañar por culpa de mi estabilidad emocional.
El flash nos apuntó una y otra vez, a pedido de mi amiga, para inmortalizar el momento.

- Saco fotos para que miremos cuando seamos viejitas, con nuestros amores y tu sobrino en camino- decía.

Yo me limitaba a devolverle la sonrisa mientras cruzaba los dedos para que de una vez por todas el sueño de Clara se hiciera realidad. Por ella y por mí.


Llegó el momento de arrojar el ramo.

- ¡Vamos! ¡Vengan todas las solteras! - gritó Clara.

Yo me mantuve al margen, abrazando a Javier por la espalda mientras él le dedicaba su atención a una porción de cheese cake.

- ¡Dale, Mir! - dijo - ¡Vos estás separada, no casada!

Me tomó del brazo y me ubicó delante del grupo de mujeres que se empujaban como si estuvieran en medio de una rebaja de zapatos de marca.

- ¡A la una, a las dos y a las tres! - gritó.

El ramo inició su viaje por el aire, flameando sus cintas de raso en lo alto hasta emprender el descenso como un avioncito de papel.
Aterrizó justo entre mis manos, sin que me diera cuenta.
Las solteras me miraron con un dejo de desprecio como si les hubiera usurpado la posibilidad de conseguir una pareja para toda la vida.
Clara me abrazó, riendo a carcajadas, como si ese fuera el broche de oro para una fiesta memorable.

Posé junto a la feliz pareja, sosteniendo las flores algo aplastadas, en lo que imaginé que sería una postal para nuestra vejez.


Javier me llamó con un dedo y fui a su encuentro.

- Creo que valió la pena venir hasta acá - me dijo - Fui testigo del momento que, por tradición, puede simbolizar el inicio de nuestra vida juntos.

- Bueno, es sólo un ramo - le respondí muerta de miedo.

- Claro que es sólo un ramo aunque no deja de tentarme la idea.

- ¿Qué idea? - le pregunté.

- La de casarnos y formar una familia - respondió.

- Creo que vos también estuviste tomando en exceso.

- No, amor, estoy más lúcido que nunca. Me gustaría que nos casáramos.

- ¿Es una propuesta? - le pregunté.

- Sí, lo es.



Después de darle el beso más tierno, corrí hasta Clara y le dije:

- Me propuso matrimonio, pero yo ya estoy casada.

- Y eso que importa, te divorciás y listo- agregó feliz con la noticia.

- No va a ser fácil que Manuel acceda.

- Lo obligamos, no te preocupes - sentenció - que te deje vivir de una vez.


Clara se dio vuelta y comenzó a gritar:

- ¡Mi mejor amiga se casa! ¡Miranda se nos casa!

Los invitados aplaudieron mientras Javier me miraba lleno de amor.

A lo lejos, Octavio también me miraba pero con una extraña mezcla de tristeza y celos.


martes, 20 de octubre de 2009

La boda- parte 9



Comimos el postre en absoluto silencio.
Cada tanto se escuchaba una voz por lo bajo, la de Lucía que dialogaba con Gerardo, temerosa de interrumpir el mutismo reinante.
Todo era incómodo, hasta el mínimo sonido de la cuchara rozando el plato.

Por suerte, los parlantes vibraron otra vez con música de los años ochenta y el silencio se llenó de acordes que nos permitieron relajarnos, al menos por un rato.

Aproveché el bullicio para recargar energías y correr hacia el baño a retocarme el maquillaje.
Apliqué una brocha de rubor en las mejillas y un poco de brillo en los labios, antes de salir.
En el pasillo, recostado sobre la pared que no se veía desde el salón, estaba Octavio.


- Así que estabas de novia. No sé como interpretar entonces lo que pasó hoy entre nosotros - dijo.


Hice un minuto de silencio. Traté de pensar una respuesta sincera que no me condenara por el resto de mis días.

- Interpretalo como la conclusión de lo nuestro - respondí - y agradecele al alcohol. De otra manera no creo que hubiera ocurrido.

- Pero...yo pensé que... - comenzó a decir.

- Dejá - lo interrumpí- evitemos las frases que ilusionan en vano. Ya las dijimos una vez y acá estamos. Vos con la rubia, yo con Javier. Basta, tratemos de no lastimarnos.

- ¿Qué me querés decir? ¿Que lo nuestro está terminado? - me preguntó sorprendido.

- Creo que vos lo terminaste el día en que me pediste un tiempo ilimitado vía mail para después enterarme que ibas a ser padre. ¿No te parece motivo suficiente para interpretarse como un final?

- Pero nosotros nunca hablamos, yo no te pude explicar - agregó.

- Claro, ese fue el problema, que nunca hablaste.


Y lo dejé con la boca entreabierta, balbuceando excusas que me negué a oír mientras retomaba el camino a la mesa.


Tomé de la mano a Javier y lo invité a bailar junto a Clara y su flamante marido.
Los cuatro, por primera vez en la noche, podíamos disfrutar de un momento juntos sin que nada ni nadie lo opacara.



sábado, 17 de octubre de 2009

La boda- parte 8



- Hola, amor - escuché al oído.

Al darme vuelta lo vi a Javier, de impecable traje y amplia sonrisa.

- No pensarías que iba a ser tan mal novio como para no acompañarte en esta noche, ¿no?

No pude responderle. Solo lo abracé y me quedé pegada a su pecho, envuelta en su perfume.
Tomó mi cara entre sus manos y, después de decirme que estaba hermosa, me besó.
Confirmé que solo alguien realmente enamorado podía elogiarme en el estado en que me encontraba.

- ¿No te alegrás de verme? - me preguntó.
-¡Claro que sí! Es que estoy shockeada por la sorpresa, amor - le respondí.

En el fondo de mi ser creía ser sincera, aunque la culpa me carcomía por dentro.

Presencié los saludos pertinentes hacia Clara y El Tano y la complicidad en los ojos de Lucía, que había sido responsable de darle las indicaciones a Javier.

En medio de la pista, todos festejaban la llegada de mi novio, mientras yo buscaba con impaciencia a Octavio, para anticiparme al desastre que podía provocar un acercamiento de su parte en ese momento. Necesitaba hablarle, decirle que se mantuviera distante, que todo había sido un error.

La música se detuvo para que volviéramos a la mesa. Javier buscó una silla para sentarse a mi lado, cuando vi que Octavio regresaba para tomar ubicación.

- ¿Qué tal? Soy Octavio - se presentó.
- Hola, soy Javier, el novio de Miranda.

Un aire denso llenó el espacio que me separaba de Octavio, y yo bajé la mirada, muerta de vergüenza.

- Ah, mirá vos. No sabía que estuviera de novia - dijo.

- ¿No le contaste, amor? - me preguntó Javier.

Le hice señas de que no le diera importancia, para luego aclararle, por lo bajo, que era una relación pasada, que no debía hacerse problema.

Pero el problema ya estaba metido entre nosotros, no tanto por la desconfianza de Javier, que se mostraba celoso como cualquiera que debe enterarse que su novia no le aclaró a su ex de su existencia, sino porque las incómodas miradas se había adueñado de la fiesta.

Javier miraba con mala cara a Octavio, Octavio me miraba con desconcierto a mí. Lucía y Gerardo contemplaban la escena como espectadores de una miniserie de suspenso y yo fijaba la vista en mi helado con frutos rojos, imaginando lo lindo que sería que el plato se convirtiera en un túnel que me llevara lejos de allí.

jueves, 15 de octubre de 2009

La boda- parte 7



- Salgamos de acá antes de que alguien nos vea - dijo.


Fueron las primeras palabras de Octavio, las que me devolvieron a una realidad que incluía el pelo desaliñado y el maquillaje aún más corrido que antes.


- Andá vos, necesito arreglarme. ¿Dónde quedó mi carterita?


Me agaché para mirar por debajo de la puerta y alcancé a verla, apoyada junto al espejo. Cuando intenté levantarme, un malestar que no podía detectar de donde provenía se ocupó de recordarme que la mezcla de alcohol y sexo no traía buenas consecuencias.

- ¿Te sentís bien? - me preguntó Octavio - ¿Estás pálida?

- Hmm, no, la verdad es que no me siento para nada bien. Tengo una calesita instalada entre mi estómago y mi cabeza.

Me abrazó y me dio un beso en la frente que me obligó a cerrar los ojos y sentir como todo daba vueltas en mi interior.

- Andá, andá, dejame sola -dije

- Bueno, no tardes.

Se acomodó el pelo y alisó su camisa con ambas manos antes de atravesar la puerta. El ruido de la música se coló por la abertura y la imagen de Clara disfrutando de su fiesta fue lo único en lo que traté de pensar para intentar sentirme mejor.

Busqué en mi cartera el rubor y el brillo para labios aunque hubiera necesitado un producto capaz de borrar las ojeras y la culpa que me invadía en igual proporción.
Algo tan pesado como un montón de piedras se adueñó de la boca de mi estómago y no tuve otra alternativa que volver al baño para expulsarlo. Vomité litros de alcohol y otro tanto de preocupación y vergüenza.

Me mojé la cara y traté de retocar la palidez de mis mejillas. Después me ocupé de delinear lo morado de mis labios y de cubrirlos con un poco de color.
Aquella que veía frente al espejo era una Miranda confundida, desorientada, que maquillaba su cara y sus dudas como único recurso.

¿Qué había hecho? ¿Qué ganaba al revolcarme con Octavio en el baño de la fiesta de mi mejor amiga? ¿Cuál era el rumbo que pretendía que tomara mi vida a partir de ese hecho? ¿Qué lugar ocupaba Javier en la historia?

Miles de preguntas pulseaban buscando una respuesta que yo era incapaz de darme a mi misma.
Ni siquiera había podido hablar con Octavio para saber cuáles eran sus intenciones para conmigo.


Una señora entró al baño y fue la excusa perfecta que encontré para volver al salón. La música y las luces parecían empeorar mis sensaciones, hasta que la vi a Clara, haciéndome un gesto para que me acercara.
Me abrazó sin dejar de bailar y me dijo al oído:

- Te quiero, amiga. Perdoname por poner a Octavio en tu mesa. Creeme que no fue culpa mía.

- No te preocupes, tal vez mañana tenga que agradecértelo.

Me miró sin entender, esperando que completara mi respuesta.

- Nada - agregué - cuando termine la fiesta te cuento, ahora divertite que es tu momento.


Traté de mover los pies y de recobrar un poco de la gracia que la noche me había robado.
Mientras intentaba bailar con Clara y el resto de los invitados mis ojos sólo buscaban reconocer la silueta de Octavio entre la gente.
No lo veía por ningún lado. La mesa estaba vacía y en la pista de baile no podía encontrarlo.
Me tranquilicé cuando vi su saco colgado sobre el respaldo de la silla.

- Al menos no se fue - pensé - Ya encontraré un momento para hablar con él y aclarar todo.

Seguí bailando, esforzándome por lucir contenta, cuando alguien me abrazó desde atrás.

Me di vuelta, segura de que iba a sorprenderme la cara de Octavio, regalándome una sonrisa.

Lo que jamás hubiera imaginado es que la sorpresa llegaría, pero no precisamente de la mano de Octavio.

jueves, 8 de octubre de 2009

La Boda - parte 6





Me detuve unos segundos a contemplar su imagen en el reflejo, sin entender el sentido de su presencia.
Mi mente, perturbada por el efecto del alcohol, no era capaz de hilvanar una frase que sonara apropiada para el momento. Creía que preguntarle si se había equivocado de baño resultaría infantil y absurdo; hacerle un escándalo por seguirme era más ridículo todavía.

Esperé alguna reacción de su parte mientras la música llegaba desde lejos junto con los aplausos de la gente, recordándome el lugar en el que estaba.

Atiné a moverme, juntando fuerzas para avanzar hacia la puerta junto a la que se encontraba Octavio, con la única intención de volver al salón para estar cerca de Clara. La culpa de sentirme una mala amiga era el único indicio de cordura en mi persona.

Cuando estuve frente a él, intenté correrlo con un sólo gesto para que me dejara abrir la puerta, pero no se movía.

- Dejame pasar, quiero estar con Clara, es su casamiento - dije.

- Resulta raro que te acuerdes ahora, después de haberle restado protagonismo en lo que va de la noche- respondió con ironía.

- Dale, dejame ir.

- ¿Para qué creés que te seguí hasta el baño? - me preguntó.

- No tengo idea, pero si querés hablar conmigo no creo que sea el momento oportuno.

- Lo que menos tengo es ganas de hablar. Estás demasiado linda- dijo- y demasiado borracha.


Se hizo un silencio en el que sólo alcancé a mirarlo por un momento a los ojos.
Lo que siguió, pasó con tanta velocidad que no tuve tiempo de razonar.


Su respiración cerca, muy cerca, y la humedad de sus besos con los que había soñado apenas un tiempo atrás. Sus brazos guiándome hasta uno de los baños antes de que cerrara la puerta con desesperación y buscara con esmero la forma de desvestirme sin hacerlo.
Sentí el frío de los azulejos sobre mi espalda cuando mis manos, sin fuerzas, lucharon por alejarlo de mi lado.


El espacio se llenó de su presencia, de su perfume, de ese encanto que había extrañado.
Todo se tiñó de recuerdos, de planes del pasado, de espera y ausencias que creí saneadas por el efecto reparador de Javier.
Era Octavio, el asunto inconcluso, el tercer punto suspensivo que había quedado pendiente por culpa de otra mujer que esa noche no existía.


El impulso me ganó la pulseada y me dejé llevar por la inconsciencia.
Mis piernas se entrelazaron a las suyas con impaciencia, como si mi cuerpo implorara que fuera mío una vez más.
Lo escuché murmurar en mi oído palabras de amor y me quedé en silencio, dejando que el sonido de su respiración entrecortada marcara el ritmo del deseo.

Y fuimos uno, en un momento robado al destino, recortados de las miradas del mundo.
Dos siluetas, dos cuerpos tan desnudos como sus almas, saldando una deuda pendiente antes que la magia de la noche se extinguiera y nos dejara inmersos en la miseria de la duda y el desconcierto.






lunes, 5 de octubre de 2009

La Boda - parte 5


Lucía corrió al medio del salón a rescatarme y me pidió que me calmara. Con paciencia logró que entrara en una "temporaria" razón y que accediera a regresar a la mesa.


- Qué momento, ¿no? - escuché que decía Gerardo.


- Como se nota que sos hombre - le respondió Lucía - Si ustedes no resuelven los asuntos entonces no pretendan que nosotras nos comportemos como si nada hubiera pasado.


- Bueno, che, no te la agarres conmigo. Fue sólo un comentario...


- ¿No ves que la pobre Miranda está borracha? - la oí decir.


- Eh....naahh....sólo tomé un poqueteto de mash... - la interrumpí - Eshtoy bien, ¿vesh?



Cuando intenté incorporarme para demostrarles a ambos que podía pararme en una sola pierna y flexionar la otra como si fuera bailarina clásica, sentí que el piso se alejaba de la suela de mis zapatos y dejaba de sostenerme. Por suerte, Lucía estaba atenta y me acercaba la silla evitando que me cayera al piso.

- Quedate ahí sentada y no tomes más, es el casamiento de Clara, che, hacé un esfuercito - me dijo - Mirá, ahí te hace señas, decile que estás bien.

Creí notar un gesto de Clara desde la otra mesa que denotaba su preocupación. Le levanté un pulgar y le guiñé un ojo para que se quedara tranquila, aunque creo que mi cara en ese momento debía ser la radiografía perfecta de una persona con grandes dosis de alcohol en sangre, imposible de disimular.

Vi como la parejita regresaba a la mesa y sentí la mano de Lucía presionándome la rodilla mientra me decía por lo bajo: Tranquila, me lo prometiste por Clara.

Noté con alegría que no se hablaban entre ellos. Beatríz tenía parte del maquillaje corrido, lavado por las lágrimas y recordé las veces en que mis ojos se habían visto de igual manera.
Al rato, ella tomó el abrigo de su silla y dijo:

- Disculpen, me siento mal, me voy a ir.

Supuse que Octavio se iría con ella y una extraña mezcla de tristeza y fastidio me recorrió el cuerpo. Pero él ni se molestó en saludarla, como si estuvieran peleados a muerte. Ni la miró siquiera cuando se alejaba.

- ¿Contenta? - me dijo

-¡Uf! ¿No me vesh? Shoy la imagen de la felishidad.

- Sos la imagen de una patétita borracha - agregó - pero a vos todo te queda bien.

Mi mente reaccionó ante su mensaje. Me estaba halagando, aún en el estado miserable en que me encontraba.
Me pareció absurda y hasta incomprensible la situación. Su novia acababa de irse hecha una furia por su culpa y él no mostraba ningún reparo en tratar de agradarme.
Desconcertada, decidí alejarme un rato de su vista y le dije a Lucía:

- Sha vengo, voy al baño a arreglarme el make up.

Traté de mantenerme erguida y de sostener el equilibrio siguiendo una linea recta imaginaria. Caminé muy lentamente, con un notorio bamboleo que hacía que el resto de los invitados parecieran moverse de izquierda a derecha a cada paso.
Con paciencia, logré llegar al baño, justo en el momento en que comenzaba a sonar el vals. Las mujeres que estaban dentro, salieron corriendo para no perderse los primeros acordes de la noche. Quedé sola frente al espejo, observando mi cara desfigurada por el efecto del vino.

De pronto, el reflejo me devolvió la imagen de alguien más.
Era Octavio.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La boda- parte 4




Le hacía señas al mozo para que me recargara el vaso casi vacío mientras esperaba que Beatríz me diera una respuesta.
Con la vista nublada, tardé en darme cuenta que lo que rodaba por la mejilla de la rubia eran lágrimas y no papel picado.
Su rostro se había desfigurado, su mirada contemplaba fijamente el plato y su cuerpo no emitía ninguna señal de estar viva. La angustia o la vergüenza la habían paralizado.

De pronto, juntó fuerzas como para arrojar la servilleta sobre la mesa y atravesar el salón en busca de una salida que le devolviera el aire que había perdido. Que yo le había robado con mi pregunta.

Percibí entonces los ojos de Octavio, observándome de manera inusual, y me recordó a mi padre, con la mano en alto y un dedo sobresaliendo, encargado de retarme por haber cometido una travesura.

- Perdió el bebé, Miranda - me dijo.

- ...


No supe qué responderle y sólo hice una mueca con la comisura derecha del labio en señal de ingenua torpeza.
Pero no era ingenua. En el fondo me alegraba la noticia y temía que se me notara.
Me sentí una persona desagradable, una desalmada que merecía quemarse en el infierno. Yo había pasado por esa situación y sabía que la noticia era devastadora para cualquier mujer.
Pero no podía lamentarme. Quizás, muy en el fondo, sentía un atisbo de pena. Sólo eso.

- ¿Y por qué seguís con ella si ya no hay motivo que los una? - pregunté ante la incomodidad de los que estaban presentes en la mesa.

- No pienso mantener esta conversación con vos ahora, tengo que ir a buscarla.


Se levantó y se alejó de mi vista, dejándome con la palabra a medio decir y la copa a medio tomar.

Impotente, en medio de una situación que me convertía en la "destrozadora oficial de bodas", en lugar de calmarme y contar hasta mil, pegué un grito que hizo que el ochenta por ciento de los invitados se volteara para verme.

- ¡Vení acá, cobarde! ¡¡¡ Mentirosooooo!!!


Y ese era el principio de una pendiente demasiado empinada que me vería rodar hasta tocar fondo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

La boda- parte 3


Lo miré con mis ojos cargados de ira para después girar mi cabeza hacia Beatríz y decirle:

- Eso, soy la mejor amiga de Clara.

Me disculpé porque sonaba mi celular y me alejé unos metros de la mesa para poder atender. Era Javier.

- Hola, bonita. ¿Cómo la estás pasando?

- Genial, ni te imaginás - lo dije con ironía aunque Javier jamás lo interpretó de esa forma.

- Ay, qué suerte. No paré de pensar en vos y en como estaría saliendo todo. ¿Cómo está Clara?

- Divina, aunque creo que voy a matarla - dije espontáneamente.

- ¿Por? ¿No te dejó que te sacaras la primera foto con ella? - preguntó.

- Algo así - forcé una risa - Era chiste. ¿Vos cómo estás?

- Bien, la producción salió perfecta. Mañana ya regreso a New York, así que ya la próxima vez que te llame voy a estar acostado en nuestra cama, extrañándote más que ahora, pensando en que no veo la hora de abrazarte otra vez.

- Ya falta poco, amor.

- No te noto muy efusiva. ¿Pasa algo?- preguntó.

- No, tal vez sea el efecto del alcohol.

- ¿Tomaste mucho?

- Demasiado si tengo en cuenta que la fiesta aún no empezó y que no probé bocado.

- ¡Mir, controlate! No sea cosa que arruines la fiesta.

- No, no, quedate tranquilo. (la fiesta ya está arruinada, pensé)

- Bueno, cielo, me tengo que ir a la cena de cierre. Hablamos mañana, divertite mucho y besos a Clara. Te quiero.

- Yo también- dije fríamente - Cuidate.


Apenas corté, me ubiqué en el asiento que me correspondía. Al lado de Lucía y justo frente a Octavio y compañía.
El aire se cortaba con el filo de un cuchillo y, a excepción de Beatríz, nadie emitía sonido.

"Oti", ¿viste que lindas las flores del centro de mesa?, "Oti", abrazame que tengo frío, "Oti", servime un poquito más de agua.

Oti, Oti, Oti... El eco de su vocecita aguda en mis oídos me invitaban a fantasear con la idea de clavarle el taco aguja del zapato de Lucía en medio de los ojos o de tomarla de la nuca y aplastar su cabeza en medio del salmón ahumado que habían servido de entrada.

Metí dos bocados de pescado en mi boca y al menos un cuarto litro de vino.
Cuando trajeron el plato principal, mi estómago ya se había empalagado de "Otis", "Bichis" y "Cuchi Cuchis", impidiendo que pinchara aunque sea una papa a la crema.

El único anzuelo para permanecer sentada en esa mesa y soportar el franeleo constante de la rubia insípida era conservar mi copa siempre llena. El mozo ya había optado por mantenerse a mis espaldas para no tener que correr ante cada uno de mis llamados.

Me di cuenta que me había excedido con el alcohol cuando quise ir a hablarle a Clara y caminé hasta la mesa principal flameando como un barrilete entre el resto de los comensales.

- Clara, ¿por qué mierda lo sentaste a Octavio en mi mesa? - dije deslizando las palabras con menor velocidad que la usual.

- No, negra, no fue mi culpa - dijo angustiada - A último momento cancelaron Oscar y la mujer porque parece que a ella la operan de urgencia mañana y la gente del salón los reacomodó. Le dije al Tano que hiciera algo, pero empezamos a discutir, porque él es su amigo, ¿viste? y bueno, no daba tampoco que nos casáramos peleados. ¿Entendés?

- Si, si... -balbuceé - Okey.

Me alejé sin dejar que Clara terminara de completar lo que estaba diciendo.
Vi como los mozos se movían en círculos, al igual que el resto de los invitados. Todo giraba en mi cabeza. Mi cabeza era la que giraba.

Me senté nuevamente en mi lugar y sin razonar ni un segundo, escupí lo siguiente:

- ¿Y? ¿Qué tal el embarazo, nena? ¿Ya le pediste a "Oti" que se case con vos o pensás ser una madre soltera?


Sentí el pie de Lucía golpeándome a la altura del tobillo y noté que Gerardo centraba su mirada en el plato de comida.
Después, el movimiento incómodo de Octavio en la silla y los ojos desorbitados de Beatríz que parecía estar a punto de llorar.

Y de golpe, me convertí en la bruja más sexy y más borracha de la fiesta...








miércoles, 23 de septiembre de 2009

La boda- parte 2



Llegó el día añorado por Clara, el de la ceremonia por Iglesia y la fiesta.
Estuve con ella en todo momento y hasta me cambié en la habitación del hotel donde pasarían la noche de bodas.
Ella estaba tan linda como jamás la había visto. Rebelde como siempre, había optado por un vestido color crudo en lugar del tradicional blanco. Un escote profundo dejaba su espalda al descubierto y un ramo de camelias y rosas, sostenido entre ambas manos, daba el toque preciso para que estuviera realmente hermosa.


Ya en la Iglesia, me ubiqué en la primera fila de asientos junto a la familia de mi amiga. Nerviosa ante la espera por verla entrar comencé a observar a la gente ubicada en los asientos posteriores.
Cinco filas más atrás pude distinguir a Octavio, que esta vez no estaba solo. A su lado, una rubia desteñida que le llegaba casi al hombro, gracias a los diez centímetros que le añadían sus tacos, miraba a su alrededor con cara de aburrida. Tenía un vestido verde, de ese verde que no es ni el de la esperanza ni el de los árboles. Un verde insípido que combinaba a la perfección con su apariencia.

Sonó la marcha nupcial y se abrieron las enormes puertas de acceso para dar paso a la novia, visiblemente emocionada. Fui testigo de la mirada que intercambiaron con El Tano cuando por fin estuvieron juntos frente al altar. Una mirada del amor más profundo que me llenó de nostalgia. Alguna vez yo había sentido lo mismo por Manuel... ¿cuánto duraba el amor y el destello en los ojos? ¿Cómo podía morir esa sensación de que el otro es la excusa perfecta para sentirnos felices?


Ya en el atrio pude abrazar a los recién casados y dejar una estela de rimmel en la mejilla de Clara, que hacía fuerza por contener las lágrimas y sonreía iluminando la noche.
Cuando noté que Octavio se acercaba a saludar, me escapé a los jardines laterales para fumar un cigarrillo. No quería cruzar palabra con él, ni mucho menos verme obligada a padecer la presentación de su nueva novia...



La recepción del salón estaba delicadamente decorada en color marfil, con pequeños arreglos de flores y velas.
Me convertí en la sombra de Lucía y Gerardo para no quedarme sola y accesible para Octavio. Lucía me pellizcaba el brazo cada vez que él andaba cerca para que yo pudiera girar hacia el otro lado. Sólo me movía con naturalidad para alcanzar algún trago de la bandeja del mozo.
Al momento de ingresar al salón principal, ya había tomado tres copas de champagne y dos daikiris.

Las puertas se abrieron y caminamos buscando nuestra ubicación en una mesa. Una tarjetita con nuestros nombres nos indicaba que debíamos sentarnos junto a la mesa principal. Sin duda Clara quería tenernos cerca en esa noche tan especial.
Leí el resto de los nombres: Lucía, Gerardo, Julio (el primo de Clara), Octavio, Beatriz.

No alcancé a recuperarme del asombro cuando vi acercarse a Octavio y a la rubia -que sin duda debía ser Beatriz- buscando su lugar en la mesa.

- Parece que es acá - dijo ella con la misma cara de aburrida que le había visto en la Iglesia.

Sentí el pellizcón de Lucía y le devolví el gesto con el pie, tratando de expresarle mis ganas de desaparecer en ese mismo instante.

- Hola, Miranda - dijo Octavio - Ella es Beatriz, las presento.

- ¿Qué tal? - dije mientras acercaba mi mejilla a la de la pigmea sin intenciones de mostrarme amable.

- ¿Vos sos...? - preguntó curiosa.

- Yo soy - comencé a decir, llena de ironía, revolviendo en mi mente para encontrar una frase letal, justo cuando Octavio me interrumpió.

- Ella es la mejor amiga de Clara - dijo.


Miré a mi alrededor. Las copas dispuestas sobre la mesa, los cubiertos a ambos lados de los platos, las sillas vestidas con una funda clara.
Y no pude decidir cual de todos los objetos usar para revolearle por la cabeza a Octavio ante su desubicada respuesta que me dolía en el medio del alma.

martes, 22 de septiembre de 2009

La boda - parte 1



Traté de acompañar a Clara en todo los preparativos. Elegimos juntas el tocado y los zapatos y hasta le sugerí que le agregara más volumen a la cola de su vestido.
La ceremonia de civil fue el primer encuentro que tuve con Octavio, al que fue solo.
Clara - intentando preservarme de una crisis neurótica- había omitido contarme que así como yo iba a ser testigo por su parte, El Tano había elegido a Octavio para que lo fuera por la suya.
Así que ahí estábamos los dos, a ambos lados de la feliz pareja, fingiendo una sonrisa y una calma artificial.

Tenía pensado no hablarle ni mirarlo, pero comprobé una vez más que hay cosas que me propongo que finalmente no puedo llevar a cabo y sólo quedan en la mera intención de mi mente.

- ¿Te dieron permiso para venir? - le pregunté mientras esperábamos a los novios para cumplir con la tradición de arrojarles arroz.

- No seas irónica. Sabés que yo no tengo que pedirle permiso a nadie.

- Yo no opino lo mismo - contesté, siempre dándole la espalda con la excusa de estar atenta a la aparición de mi amiga.

- ¿ Y a vos? ¿A vos te subieron al avión y te despidieron desde abajo?

- ¡Por favor! No vino por cuestiones laborales.

- Bueno, ella tampoco vino por lo mismo. ¿Ahora qué sigue? ¿Por dónde pensás atacarme?

- ¿Atacarte? ¿Yo? No tengo intención de atacarte, ¡qué sentido tendría? - repliqué.

Los novios atravesaron la puerta y los gritos de festejo de parientes y amigos me impidieron escuchar lo que continuó diciendo Octavio.
Me preocupé por abrazar a Clara y volcarle un puñado de arroz en el escote de su vestido azul. Después posamos para la foto y nos distribuimos en distintos autos para llegar al lugar del almuerzo.

Supe por mi amiga que Octavio sólo se quedaría una hora ya que tenía una reunión laboral que le había sido imposible posponer.
Después del plato de entrada noté en sus movimientos que había llegado el momento de retirarse y respiré aliviada cuando vi que comenzaba a saludar a los presentes y se despedía hasta el día de la fiesta.

Se acercó a saludarme, me miró a los ojos y después de darme un beso en la mejilla me dijo al oído:

- No tuve oportunidad de decirte que me alegro de verte y que estás cada día más linda.

Y así, mientras yo sostenía un grisín en mi mano derecha, lo vi alejarse entre en los invitados.


Esa fue la primera vez en que me sentí débil ante sus encantos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi Buenos Aires querido



- ¿Tenés todo listo? - la escuché decir a Lucía- No me hagas como la última vez que te olvidaste todos los regalos en casa.

- No, tengo todo - le respondió Gerardo sonriendo como si recordara el episodio.

- Bueno, vamos saliendo entonces - dijo Javier sin dejar de acariciarme la mano.


Después de desayunar los cuatro en la casa de Lucía a modo de despedida, era hora de que Javier nos llevara al aeropuerto John F. Kennedy.
Manejó casi veinte kilómetros al sur de Manhattan sin dejar de repetirme lo mucho que iba a extrañarme y que trataría de llamarme todos los días. Me pidió que me cuide, que disfrute, que aproveche y todas esas cosas que uno le desea a alguien que quiere cuando está a punto de viajar.
En el asiento trasero, Lucía y Gerardo repasaban mentalmente el contenido del equipaje para confirmar que nada había quedado olvidado sobre la cama o el sillón.

La despedida me partió el corazón. No hubo llantos ni dramatismo pero sí una mirada intensa y un abrazo prolongado que hubiera querido que se me tatuara al cuerpo. Cuando abordé el avión y me senté junto a la ventanilla del asiento veintidós, aún sentía el perfume de Javier impregnado en mi pelo.



Después de un vuelo tranquilo, en el que aproveché para hablar en detalle con Lucía sobre mi relación con Javier y el miedo que me daba enfrentarme a Octavio, llegamos a la tierra conocida y anhelada, al lugar donde esperaban los afectos.
Corrí a abrazar a Clara, que aguardaba de pie junto al Tano en el hall de arribos, visiblemente emocionada. Toqué su panza, apenas crecida, y lloré como una loca imaginando a mi sobrino.

Estaba feliz de estar otra vez en mi Buenos Aires querido aunque fuera el inicio de unas vacaciones tormentosas de las que me arrepentiría en un futuro.
Y no precisamente por Clara.