viernes, 31 de julio de 2009

Recreo


No le respondí. Preferí que el silencio dijera todo por mí.

Claro que eso no significaba que me alegrara su mail, ni que me resignara a ese tiempo entrecomillado al que me sometía sin quererlo. Lo único que podía pensar era en su decisión. ¿Qué podía hacer ante un pedido de su parte ? ¿Había forma de modificar lo que él sentía o de eliminar los fantasmas que lo perseguían aún estando a la luz del sol?

Sentí un poco de impotencia que se agravó al acomodar las flores y recortar las hojas menos verdes. Un pensamiento insólito se clavó en mi desconfianza y, sin quererlo, la idea de que Octavio disimulaba una verdad fue creciendo con el paso de las horas.


Miranda
- Clara, creo que Octavio sigue con la rubia.

Clara
(entrando en la cocina con el resto de las flores)
- ¿Qué dice el mail? No me dijiste.

Miranda
- Me pide un tiempo. Dice que está torturado con la idea de que todos los hombres de Nueva York quieran conquistarme por un par de fotos mías que salieron en los medios.

Clara
- ¡Qué exagerado! Y bueno, es hombre, ¿qué pretendés?

Miranda
- Octavio no es así. Se bancó una relación clandestina mientras yo estaba con Manuel, ¿entendés? Pensá que debería tener más certezas que dudas sabiendo que yo dejé mi matrimonio por amor a él.

Clara
- Te entiendo, ¿y entonces ?

Miranda
- Se me metió en la cabeza que sigue con ella. Creo que por eso manejó todo por teléfono, para no verte.

Clara
- Pucha, puede ser. El Tano debería saber, ¿no? Será su mejor amigo pero también es mi pareja. Y hay ciertas cosas que una novia puede lograr que un amigo no. Dejámelo a mí.



Necesitaba un recreo después de tanto ajetreo emocional. Clara estaría a mi lado sólo por tres días y pretendía aprovecharla. El éxito me invitaba a dormir abrazados y Rafael ya no me acosaba. Tenía que permitirme disfrutar y, para eso, no debía permitir que se filtraran motivos que arruinaran mi momento.

Si era tiempo lo que él necesitaba, iba a dárselo.

Apelé a lo más racional de mí y me prometí no pensar en él.
Sólo me atreví a recordar su nombre en dos oportunidades.
La primera, cuando lo bloqueé de mi casilla de correo.
La segunda, cuando tiré las flores que me había regalado.



miércoles, 29 de julio de 2009

Flores en agua



Clara y El Tano se instalaron en la casa de Lucía y Gerardo.
De sólo pensar que durante los próximos días iba a poder compartir el desayuno con mi amiga me daban ganas de saltar en el lugar como cuando era chica y me alegraba con los sobres que contenían las figuritas del álbum que me faltaban.

Esa noche fuimos a cenar todos juntos. Competimos, sin quererlo, para ver quién hablaba más en la mesa. Queríamos decirnos todo al mismo tiempo, comer, pedir más vino y hasta brindar por el reencuentro y el estreno. Demasiado. Un exceso de felicidad impensado.

Claro que en el paseo de vuelta pude tener a Clara para mí sola. Me pegué a su lado para fumar mientras andábamos y para que me pusiera al tanto de lo que pasaba en Buenos Aires.

No sabía nada de Manuel, lo que me dejaba tranquila aunque siempre a la espera de que en algún momento decidiera fastidiarme con su incapacidad para resignarse. Mamá y papá le habían dado un regalo para mí, que me lo daría al llegar a la casa de Lucía, y que resultó ser una cadenita con dijes que auguraban buena suerte al por mayor.

Con El Tano las cosas iban muy encaminadas, lo que me daba un plus de alegría al ver como brillaban sus ojitos al mirarlo de reojo mientras me lo contaba.

Llegó el turno de Octavio.

- Hace unos días que ni El Tano ni yo lo vemos. Sólo lo llamé dos veces por teléfono para hablar de tus notas que aparecían en la web y para tratar de convencerlo de que viniera. Pero bueno, no pudo, ¿viste?

- Sí, ya me lo contaste. ¿Cómo fue que te dijo que no podía venir? ¿Qué excusa te dio?

- Ya te dije, la falta de guita, Miru. Ah, y tenía un proyecto grande en el laburo, creo.

- Bueno, me alegro por él.

- Dale, zonza, alegrate en serio. Seguro que te mandó mail. ¿Ya los chequeaste?


Al llegar a casa fue lo primero que hice. Abrí mi cuenta de Gmail y ahí estaba.


Para:mirandarey@gmail.com
De:octavio@gmail.com
asunto:¡Exitos!

Mir, no sé si alcanzo a saludarte y pegarte un abrazo virtual antes del estreno. De todas maneras sabés que voy a estar ahí presente en una butaca especial, al menos con mi imaginación.

Me hubiera gustado estar en este día y entregarte las flores en mano, pero...también me hubiera gustado que muchas cosas fueran distintas.
La idea que me persigue desde que leí tu nota y fantaseé con los tipos que puedan andar detrás tuyo, no me deja dormir. No sólo eso, ya se adueñó bastante de mis días. Ese pensamiento, que tal vez te parece ridículo, me asalta sin aviso mientras me lavo los dientes, cuando manejo y cada vez que quiero concentrarme en algo. Ahí está, jodiéndome sin tregua.

Tal vez sea una señal, un aviso de algo que no podés decirme, no sé. ¿Tendré que entender que la distancia te hará enamorarte de otro?

Por ahora, sólo se me ocurre pedirte un tiempo para ver como sobrevivo a esta pequeña tortura que me inventé para tener algún motivo nuevo para enojarme con vos.

Cuidá mis flores.

Y perdoname.

Yo





Cerré los puños al mismo tiempo que mis ojos, llena de desencanto y bronca.
Conté hasta doscientos, encendí un cigarrillo y puse las flores en agua.






lunes, 27 de julio de 2009

El estreno



Se levantó el telón ante una sala llena.

Los minutos previos habían estado plagados de nervios y flores. Seis ramos llegaron a mi camarín durante la tarde. Uno de Laurie, otro de Lucía y Gerardo, uno de Mamá y Papá, otro inmenso y blanco de Octavio, uno más pequeño de Clara y el último, de Rafael. Me emocionaba ser la receptora de tanto afecto, al menos por un rato.

Después, la concentración final mientras preparaba mi voz para salir al escenario.

Una magia particular se percibía entre las bambalinas.
Nunca me imaginé que decenas de luces y un aplauso cerrado me hicieran sentir tan diminuta. El peso de la alegría era tan grande que supuse que mis piernas no serían lo suficientemente fuertes para sostenerlo. Fue raro, y maravilloso a la vez, distinguir esa masa de espectadores anónimos a la que creía estar acostumbrada en Buenos Aires pero que a miles de kilómetros se sentía tan distinto.
Si uno llevara una lista de acontecimientos inolvidables de la vida sin duda ese día estaría entre los primeros cinco de la mía.


La función fue un éxito. Lo que sucedió después, aún más.

Lucía y Gerardo me esperaban en la puerta del teatro, pero no estaban solos. A sus espaldas, semi escondidos, distinguí los rostros de mi querida amiga Clara y de El Tano.
El abrazo que nos dimos nos dejó los huesos cansados y el corazón latiendo acelerado.

Sólo se quedaban tres días que los imaginé como una tregua en medio de todo lo que me había pasado y de esa soledad a la que no podía acostumbrarme.

Cuando la emoción dio paso a la razón hice la pregunta obligada:

Miranda
- Clar, ¿hablaste con Octavio?

Clara
- Mmm...sí. Me dijo que te mandara un par de flores en su nombre.

Miranda
- Ah...¿no las mandó él?

Clara
- No, no, sólo me dio la plata. Las mandé yo junto con las mías. Ojo, que me dijo que fueran blancas, eso sí.

Miranda
- ¿ Y no podía venir?

Clara
- No, dijo que se había quedado sin un peso después del viaje anterior pero que le hubiera encantado estar acá.

Miranda
- Bueno, mala suerte, ¿no?

Clara
- Dale, che, no pongas esa cara. Es el día del debut, estamos nosotros, ¿que más querés?

Miranda
- Nada, nada. Tenés razón, me sobran motivos para estar feliz hoy. Gracias por venir, amiga, fue una enorme sorpresa...


Pero en parte le mentía.
Me faltaba un motivo para coronar el día.
Me faltaba Octavio.




Nota extra: Gracias a todos los que me mandaron mails y mensajes por mi cumpleaños. Siempre es bienvenida una cuota adicional de afecto. ¡Gracias!

viernes, 24 de julio de 2009

Ensayo final



Los sucesivos días de ensayo fueron más de lo mismo.
Un ritual metódico que incluía camarines, arreglos de vestuario, conversar un poco con el resto de los actores y, al finalizar, tomar cerveza en algún bar.

La publicación de mi foto en ciertos periódicos significó, para algunos del elenco, considerarme una molesta rival en el camino a la posible fama. Me costó varias sonrisas post ensayos que intentaran verme como una más del elenco.
A esa altura ya me había acostumbrado a la idea de que tal vez esas miradas celosas regresaran el día del estreno.
Por suerte, Lucía y Gerardo festejaban a la par mía cada pequeña nota que incluía mi nombre o mi foto en los diarios y hasta un par de comentarios que se oyeron en la radio.

Era raro estar ahí disfrutando de un inmerecido reconocimiento, sobre todo, porque los elogios hacían más referencia a mis virtudes físicas que a mis aptitudes interpretativas.
Esto último no le cayó de buena manera a Octavio, que una vez que se enterara por medio de Clara, me envió un mail diciendo: Espero que sepas cuidarte. Imagino una hilera de hombres intentando conocer en vivo a esa Miranda de la que hablan los medios.

Supongo que a través de la boca de Clara, y la exageración que la caracteriza, lo mínimo que se habrá imaginado era mi foto en primera plana del New York Times y un séquito de maduros esperándome en la puerta del teatro con los labios entreabiertos dejando a la vista sus colmillos.

No le contesté. Si no había tenido el gusto de conocer mi forma de comportarme en determinadas situaciones, no se las iba a explicar vía mail.

El ensayo final fue un rotundo éxito. Laurie y el resto de la producción aplaudieron entusiasmados cuando sonó la nota final. Habíamos logrado un musical digno y, en lo personal, me asombraba por lo pasable que resultaba mi voz en los pasajes cantados.


En el teatro sólo se oían risas y festejos, y se veían rostros orgullos delante de los flashes.

Todo estaba listo para el estreno.
Para que se levantara el telón y que el tiempo de la felicidad empezara a correr.




martes, 21 de julio de 2009

El Reportaje



La semana traía de todo. Palabras de amor llegando del sur, clases de canto donde mi voz aprendía a sonar dignamente y ensayos tortuosos...

Comencé a dedicarle tiempo al guión, al que sólo había mirado por arriba, sin demasiada dedicación. Me puse en contacto con mi personaje segundón, una rubia descocada, con el corazón herido, que ya no confiaba en los hombres y que sólo se acercaba a ellos en busca de dinero.
Me desanimé un poco al notar que no tenía demasiado texto, aunque su presencia fuera la que causara varios conflictos en la obra.
Mi personaje imponía su estampa, sin pasar jamás desapercibida por el resto de los personajes. Supuse que el mismo efecto causaría en el público y practiqué miradas fulminantes y poses de mujerzuela dispuesta a cazar candidatos que me aseguraran el éxito a pesar de mi pobre parlamento.

Los ensayos comenzaron.
Un Laurie sonriente y amable, un camarín compartido con Daphne, la protagonista del musical, y un par de miradas insinuantes por parte de Rafael, con quien compartía casi todas las escenas, empezaron a formar parte de mi rutina entre las bambalinas.
Había un par de líneas que me obligaban a mantener un diálogo con él, en pleno intento mío por conquistarlo, lo que requería de una gran concentración de mi parte para no vomitar sobre su traje a rayas. La sola idea de pensar en un posible entusiasmo de su parte me generaba repentinas nauseas y debía apelar a más de una técnica para lograr acariciarlo.

Lo mejor, llegó casi a fin de semana.
Al final del ensayo, en el que se veían los progresos a nivel coreográfico y la letra fluía con gran facilidad, noté que tres periodistas aguardaban a que termináramos.
Fue ahí cuando Laurie me indicó que acompañara a Daphne y a Eddy, el protagonista masculino, para que fuéramos entrevistados.

Fue una charla amena, seguida de fotos en conjunto e individuales.
Me emocionaba fantasear con la idea de que algún editor eligiera la foto en que posábamos los tres y que mi cara con peluca platinada llegara a manos de desconocidos.

Lo que jamás hubiera imaginado, era que la foto que dos de los medios gráficos eligieran fuera mi retrato.
Lo más impactante no era eso, sino las palabras situadas al pie: " Incipiente talento extranjero impacta en el Off Broadway" y "Un rostro que fulmina a la platea".

Hablaban de mí.

sábado, 18 de julio de 2009

Alegría por tres



Después de mi clase de canto, y llevándome a cuestas las felicitaciones de la profesora por mis grandes avances, decidí ir a caminar por el Soho.


Una vez ahí, la idea de pasear sola y poder disfrutar de la ausencia de Rafael, dejó de parecerme una buena alternativa cuando vi a Laurie tomando café en el mismo bar al que yo acababa de entrar.
Apenas me vio le hizo señas a su acompañante, un hombre unos diez años mayor que él, y se acercó a saludarme.

Hablamos sólo unos minutos, los suficientes como para pedirme disculpas por el episodio de la mañana y por haber sido descortés sobre el final.

Sin duda, lo que yo creía que podía llegar a jugarme en contra en mi carrera, sólo había sido un inoportuno traspié producto de mi personalidad impulsiva.

Todo está en orden - pensé mientras lo saludaba con la promesa de vernos en el ensayo.

Tomé un capuccino macchiato junto a la vidriera, mientras dejaba mi mente en blanco por una media hora.

Lentamente, volvía a ser la misma Miranda de antes de conocer a Rafael.




Cuando llegué a la casa de Lucía, lo primero que hice fue tomar el teléfono y marcar el número de Clara. Realmente extrañaba a mi amiga.


Clara
- Hola.

Miranda
- ¡Hola amiga!

Clara
- ¿Mir? No te puedo creer...¡justo estábamos hablando de vos!

Miranda
- ¿Hablando? ¿Quiénes?

Clara
- El Tano, Octavio y yo...

Miranda
- Escuchame atentamente, Clara. No se te ocurra decir nada que les permita darse cuenta que estamos hablando en clave. Vos sólo decime si o no a lo que yo te pregunto. ¿Dale? Bueno, tampoco seas muy obvia, no digas "si, no, si, no" como un ping pong, ¿okey?

Clara
(comprendiendo)
- Ah, dale, dale.

Miranda
- ¿Está solo o está con la chiruza?

Clara
- Sí, está bien.

Miranda
- ¡Genial! ¡Te preguntó por mí?

Clara
- Como siempre, Miru.

Miranda
- ¡Ay, qué lindo!¿Sigue saliendo con la enana pigmea?

Clara
- Me mataste...hace unos días te hubiera dicho que sí, hoy no sé. Está raro el clima.

Miranda
- ¿El clima? ¿Qué clima?

Clara
(riendo)
- Ay, nena. ¡Al final la lerda sos vos!

Miranda
- Ah...perdoname. ¿Te parece que están raras las cosas entre ellos, decís?

Clara
- Tal cual, tal cual. Uh, esperá, esperá, que alguien te quiere hablar. Besit...

Antes de que pudiera despedirse por completo, Octavio le robaba el tubo y me sorprendía del otro lado del teléfono.

Octavio
- Hola bombona.

Miranda
- Epa, como estamos de cariñosos. ¿Te suprimeron la dósis de mimos marca rubia desteñida?

Octavio
(divertido)
- No cambiás más, eh. Igual sabés que yo te quiero así, ¿no?

Miranda
- Bueh, quién sabe. Digamos que sí, pero no es un sí rotundo, que te quede claro.

Octavio
- ¿Y para que sea un sí rotundo que debería pasar?

Miranda
- Primero, enterarme que a la mongui esa no la ves más. Segundo, que me demuestres que me amás más allá de un par de mails. Tercero...

Octavio
- ¿Tercero?

Miranda
- No sé, a veces creo que te exijo demasiado.

Octavio
- Veo que soplan aires de cambio en Nueva York. Me alegra que seas capaz de reconocer algunas cosas.

Miranda
(cambiando el rumbo de la charla)
- ¿ Vos para que me querías hablar?

Octavio
- Para desearte suerte. Me dijo Clara que empezás los ensayos el lunes.

Miranda
- Ah, sí, sí, gracias. ¿Sólo eso te contó?

Octavio
- Sí. ¿Había más para contarme?

Miranda
(recordando el mail a Clara dónde le contaba la aparición de Rafael)
- Supongo. De todas maneras, lo que te comentó es lo más importante hoy por hoy. Bueno, tengo que ir cortando. Ya sabés que acá no pago nada, no me gusta abusar.

Octavio
- ¿Te puedo llamar yo en estos días?

Miranda
- Sí, dale, anotá mi celular y de paso dáselo a Clarita. Es xxxxxxxx. ¿Anotaste?

Octavio
- Sí, lo agendé en el mío. Te llamo. Cuidate mucho y no te olvides de mí. Te quiero.

Miranda
- Yo también. Besos.


Después de unos cuantos días de angustia, la recompensa había llegado por triplicado.
Mi apuesta a Broadway seguía intacta y con un plus de reconocimiento por parte de mi profesora.
Mi amiga Clara me demostraba, una vez más, lo enorme que era como amiga y, como frutilla del postre, un Octavio "disponible" al menos en apariencia, volvía a recordarme que mi paso por New York tenía un único objetivo: Volver a convertirme en la persona de la que él se había enamorado.

viernes, 17 de julio de 2009

Nuevas dudas



Laurie tardó poco más de diez minutos en llegar.

Desde la ventana vi como detenía su auto justo frente a la puerta, delante de Rafael, que seguía caminando en círculos por la vereda.

Llevaba un piloto negro y un rostro enfurecido. No se parecía en nada al Laurie que me había brindado la posibilidad de incorporarme al elenco de su obra, ni al que había elogiado mis recetas en la cena improvisada por Gerardo.

La cara de Rafael se transformó al verlo y retrocedió unos pasos al detectar que él se le acercaba.

Yo contemplaba la escena sin entender bien lo que ocurría, con la sola esperanza de que todo terminara de una vez. Si había problemas entre ellos, si un pasado turbio los enlazaba en algún punto del destino, no era mi problema ni me interesaba formar parte de una historia de la que conocía sólo un fragmento.

Laurie se detuvo a poca distancia de Rafael, con el torso erguido y los brazos en jarra, desafiante.
Rafael asentía en el inicio de lo que parecía una discusión. Al rato, gritaban ambos.

Encendí un cigarrillo tras otro y, sin espacio para buscar un cenicero, dejé caer las cenizas sobre el piso lustrado. El único movimiento de mi cuerpo se centraba en ese ir y venir de mi mano a los labios y en una boca entreabierta que exhalaba humo y asombro.

La lluvia empañaba parte de la imagen logrando que mi esmero por intuir la realidad se duplicara en esfuerzo. No podía distinguir quién era el bueno, quién era el malo. Quién ganaba y quién perdía en el reclamo.

Hasta que hubo un silencio flotando entre sus cuerpos estáticos, que duró apenas unos segundos.
El tiempo suficiente para que Laurie lo tomara de un brazo a Rafael y lo sentara en el auto contra su voluntad.

Lo dejó encerrado al conectar la alarma y caminó hasta la puerta de entrada.

Oí el timbre, extenso y sin intervalo.
Bajé corriendo las escaleras, diseminando cenizas a cada paso.
Corrí la traba, giré ambas llaves y abrí.

Un Laurie completamente mojado sonreía ante mi presencia.

Laurie
- Ya está, podés quedarte tranquila.

Miranda
- ¿Decís que no me va a molestar más?

Laurie
- Te lo aseguro. Te doy mi palabra.

Miranda
- Gracias. De verdad te lo agradezco. Esta situación me tenía muy mal.

Laurie
- Te entiendo...Bueno, me voy. Nos vemos la semana que viene en los ensayos.

Miranda
- Dale, nos vemos. Y gracias otra vez.


Se alejó unos pasos en dirección al auto, cuando un pensamiento me atravesó la mente de lado a lado. Mi voz fue más rápida que la razón y, sin buscar la forma apropiada, se escapó por el aire:

- ¡Laurie, Laurie! - grité, y él retrocedió - Hay algo que no entiendo. ¿ Por qué me mentiste?

- ¿Mentirte? ¿Con qué? - me preguntó desorientado.

- Claro, si fueras vos el que duda de la paternidad...¿por qué él te obedece? Digo, pienso, ¿ no será que no es así la historia?

- No tengo motivos para mentirte, Miranda - dijo sin sonar convincente.

- Sí, los tenés. De otro modo no me hubieras dicho lo del ADN. Su madre es la que murió, no vos. ¿Ya te lo hiciste, no? ¿Es tu hijo?


Laurie se quedó callado.
En lugar de responderme, retomó el camino al auto, se subió y arrancó.


De pie junto a la puerta, en esa mañana tormentosa, sólo me quedaba rezar para que mi manía de jugar al detective no me dejara fuera del único proyecto que podía devolverme a mi vida normal.


martes, 14 de julio de 2009

Desafortunada llamada





Laurie atendió después de que sonara dos veces.


Laurie
- Hola.

Miranda
- Hola, Laurie, habla Miranda, la amiga de Gerardo. La actríz.

Laurie
- Qué sorpresa, Miranda. ¿ Cómo van tus clases de canto?

Miranda
- Bien, bien, pero no es de eso que quiero hablarte. Tengo una emergencia.

Laurie
(intrigado)
- Decime. ¿Qué pasó?

Miranda
- Estoy asustada. Hay un actor que integra el elenco de la obra que me persigue desde el día en que salí de la audición. En un principio consideré que fuera mi amigo y hasta vino a casa de Gerardo a cenar con nosotros, pero el asunto se complicó con el paso de los días. Empezó a seguirme, a acosarme constantemente, a observarme toda la noche desde la vereda. Ahora está del otro lado de la puerta de calle, y no sé qué hacer.

Laurie
- ¡No me imaginé que llegara a tanto este loco! ¿Hablamos de Rafael?

Miranda
(desconcertada)
- ¿Qué? ¿ Lo...conocés?

Laurie
- Si, y lo lamento. Conociéndolo me imagino que debés estar asustada.

Miranda
- ¿Pero lo conocés porque ya actuó para ustedes?

Laurie
- No precisamente. ¿Sigue ahí?


Me asomé de costado, por un pequeño hueco de luz entre la ventana y la cortina.
Rafael seguía en la vereda, bajo una lluvia cada vez más copiosa.


Miranda
- Sí, sigue en la vereda, paseándose como un perro. ¿Me vas a decir de dónde lo conocés o voy a tener que conformarme con el misterio?

Laurie
(luego de dudar unos segundos)
- Dice que es mi hijo.

Miranda
- ¿Qué? ¿Cómo que dice? ¿Es o no es?

Laurie
- No sé que te habrá contado él, pero... - hizo una pausa- él es hijo de una novia que tuve en España, mucho antes de conocer a Diane. Pero no sé si es hijo mío.

Miranda
- ¿Y no lo averiguaste? Digo, existe prueba de ADN para eso, ¿no?

Laurie
- Es que su madre murió. Fue ahí cuando él apareció. Se presentó un día en la puerta de mi oficina con una historia de resentimiento dispuesta a escupírmela en la cara. Traté de ayudarlo, ante la duda de paternidad que me torturaba, pero...

Miranda
- ¿Pero?

Laurie
- No sé, es difícil hablar de alguien que no sé si lleva mi sangre. Detesto que te haya pasado esto porque me expone a tocar un tema que nadie conoce, ni siquiera Gerardo.

Miranda
- Por eso no te preocupes. No voy a divulgar tu vida privada.

Laurie
- Rafael no es un chico normal. Estuvo dos veces preso. Tiene serios problemas psicológicos. Creo que hace todo esto sólo para cobrarse una deuda conmigo.
Dejemos de hablar, que ahora tu preocupación es otra. Estoy a diez minutos de la casa de Gerardo. Voy para allá.



Apenas corté, encendí un cigarrillo y me asomé otra vez a la ventana, pero esta vez lo hice desde el entrepiso, que me permitía estar cerca pero sintiéndome un poco más protegida.

Mientras lo observaba, en ese ir y venir pausado y metódico, pensaba que aquello que ocultaban sus ojos debía tener mucho que ver con Laurie.

Por un momento sentí pena, hasta que recordé la conversación telefónica.
Estuvo preso dos veces, había dicho Laurie.

Y yo no le había preguntado por qué.

domingo, 12 de julio de 2009

La nota



Rafael estaba del otro lado de la ventana.

Sentí un temblor en las piernas y un grito que se quedaba atrapado en mi garganta. No debía gritar, no podía mostrarme temerosa frente a él.

Tratando de no perderlo de vista, marqué el número de Lucía.
Apagado.
Maldije en mi interior mientras intentaba una vez más con iguales resultados.

Rafael se paseaba por la vereda sin que la lluvia le molestara. Esa imagen me atemorizó un poco más cuando razoné que sólo una mente realmente enferma podía no inquietarse debajo de ese diluvio y permanecer horas allí, inmune a la tormenta.

Marqué entonces el teléfono de Gerardo, pero me atendió su secretaria, quien me confirmó lo que pensaba: estaba en una reunión y por eso había derivado la llamada. Tomó nota de mi mensaje con la promesa de transmitírselo apenas lo viera.

De nada servía llamar a Buenos Aires y cuando pensé en discar el 911 me sentí ridícula.
¿Qué les diría? ¿Qué alguien me llamaba a todos los teléfonos para después cortar? ¿Qué alguien merodeaba por la vereda bajo la lluvia?
Y si acaso vinieran, ¿no sonaría absurdo que se enteraran que él y yo eramos compañeros de trabajo?

Descarté la idea, dando vueltas en círculo por las baldosas impregnadas de café.
Cuando levanté la mirada, Rafael ya no estaba.
El ángulo de mi visión me daba acceso al frente, a la vereda, los árboles y el comienzo de la casa lindera. No se lo veía.

La respiración se hacía más lenta, y volvía a sentir mis piernas menos débiles.
Retrocedí hasta poder apoyarme junto a la pared de la cocina. Encendí un cigarrillo y largué el humo sin pensar en otra cosa más que en la paz que me daba no tenerlo cerca.

Las imágenes se cruzaban en mi retina como una proyección de diapositivas de un pasado cercano. Mi encuentro ¿casual? con Rafael en la puerta del teatro, el relato de una vida díficil, sus ojos que ocultaban algo que prefería callar, su pedido de dinero, su tiempo invertido en seguirme como si no tuviera nada más importante que hacer, sus palabras de amor tan enfermizas como él.

Fumé enroscada en respuestas que intentaban darle sentido a su comportamiento. Conjeturas inciertas, culpas equivocadas.

De pronto, la aparente calma se vio interrumpida por el sonido de algo que se deslizaba sobre el piso.
Un trozo de papel rayado, escrito en tinta negra y apenas legible por culpa de las gotas, se asomaba por debajo de la puerta principal.
Era una nota de Rafael que decía:

Puedo sentirte del otro lado de la puerta,
como te siento siempre aunque no pueda verte.
Sigo esperando que aceptes nuestro amor y no
voy a detenerme hasta que lo asumas.

Tuyo siempre,
Yo



Una mezcla de miedo y rabia me subió hasta el cuello. Mis puños apretados hubieran querido dejar una marca sobre su rostro de modelo codiciado. Tenía ganas de escupirle crueldades, tratarlo de insano y desagradable, pero me contuve.

Busqué en mi registro mental un nombre, alguien que pudiera atenderme y darme un poco de seguridad.
El nombre de Laurie apareció de la nada, como un salvavidas en pleno naufragio.
Pero ese llamado, lejos de rescatarme, me hundiría aún más.

viernes, 10 de julio de 2009

Aprendiz de villano



Amanecí como si hubiera dormido sólo unos minutos. Me dolía el cuerpo y sentía los músculos rígidos, agarrotados, como si hubiera estado toda la noche tensa, a la espera de que algo ocurriera aún en las horas de sueño.

Arrastré mi cuerpo por el pasillo del primer piso, buscando el baño. Mojé mi cara con agua helada intentando recobrar la lucidez y me lavé los dientes como una autómata. Cumplí con la rutina sólo por inercia.
Ducha. Bata. Bajar la escalera. Llegar a la cocina.

Todo era silencio y una nota de Lucía. Me fui a buscar unas traducciones- decía- y ponía una carita junto a su firma en lapicera azul.
Gerardo debía estar trabajando, como de costumbre.

Me preparé un café y puse a tostar dos rodajas de pan integral. En ese momento me di cuenta que afuera llovía y que el sol era un recuerdo, escondido tras un cielo oscuro.
Cuando el ruido de la tostadora me avisó que ya estaban listas, noté que un sonido se mezclaba en el ambiente. Era mi celular que, desde el bolsillo interior de mi cartera, pedía ser atendido.

Pensé que sería Lucía para avisarme que estaba llegando o que podíamos encontrarnos a la salida de mi clase, pero cuando observé el número que aparecía en el visor me di cuenta que no era ella.
Mi profesora de canto - pensé.
Nadie más sabía mi teléfono. Ni siquiera se lo había enviado a mi mamá o a Clara.

Atendí.

Del otro lado una respiración, un alguien escuchando en la otra punta de la línea.

Corté, incómoda. Volvieron a aparecer los fantasmas de persecución y la sensación de estar siendo observada.

Volví a la cocina, ralentando los pasos como si nadie debiera oirme. Tomé las tostadas, las unté con mermelada y me serví una enorme taza de café bien fuerte y sin azúcar.
Puse mi desayuno en una bandeja y caminé hasta el living.
Me senté cómodamente en el sillón, estirando los pies sobre la mesa ratona, y coloqué la bandeja sobre mi falda en total estado de vagancia.

Cuando estaba a punto de dar el primer sorbo oí el teléfono de línea que sonaba. Como no era mi casa, por lo general dejaba que otro atendiera o, en su defecto, que respondiera el contestador. Así hice.
Después de seis rings la máquina dejó escapar la grabación.

Te comunicaste con la familia ¬¬¬ por favor deje su mensaje.

Otra vez la respiración y un sonido a lluvia que sonaba como música de fondo, como si el cielo cantara Purple rain, purple rain...
Las notas y las gotas se colaban en mi oído y me contagiaban de un temor conocido. Ese silencio interrumpido me paralizaba, sosteniendo mi taza de café envuelta en preguntas.

Escuché el click y después un pitido que salía del contestador. Era el fin de la llamada pero no el final de la insistencia. Un segundo después, otra vez mi celular.

Apoyé la bandeja sobre el sillón, sin soltar mi taza, casi al mismo tiempo que me incorporaba. Busqué mi celular, que resonaba sobre la mesa de la cocina. El mismo número en el visor.

Miranda:
- Hola

Desconocido:
- ....

Miranda:
- No me gusta que no me hablen. ¿Quién sos?

Desconocido:
- ....

Miranda:
- ¿Sos el mismo que me llama a mi casa?
Rafael, ¿sos vos?

Desconocido:
- Me alegro que aún me recuerdes.


Sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral y filtrándose por mis poros. Las piernas me temblaban y el café ondulaba dentro de la taza por culpa de mis nervios.
No sabía qué decir, qué hacer.

Un relámpago, regalándome un poco de luz en medio de la lluvia.
Un trueno, partiendo en dos partes mis pensamientos y dejando a la vista mi pánico.
Una ventana, que me dejaba ver un rostro conocido y para nada esperado.

Y mi taza estrellándose contra el piso y una mancha de café deslizándose entre las baldosas.







miércoles, 8 de julio de 2009

Cerca




Los días siguientes transcurrieron en aparente calma.

Seguí tomando mis lecciones de canto y fui descubriendo algunos avances que me entusiasmaban un poco más cada día. Todavía desafinaba, pero la leve sonrisa de mi profesora me hacía sentir al menos una alumna digna y con intenciones de aprender, que no abusaba de su tiempo.

Lucía y Gerardo me sorprendieron una noche con un regalo sobre mi cama. No es para controlarte sino para cuidarte- decía la tarjeta- Ahora vamos a estar más tranquilos.
Un celular, diminuto y sofisticado, se incorporaba a mis pertenencias gracias al cuidado que me daban mis amigos. Sin su compañía y sin su recibimiento, me preguntaba cuál hubiera sido mi destino un par de semanas atrás.

Había una sola cosa que no me dejaba disfrutar de mis pequeños logros cotidianos: Rafael.
Misteriosamente, se había llamado al silencio. Ya no merodeaba por la puerta de la casa en que vivía, ni me esperaba a la salida de mis clases de canto.
Pero algo impedía que me sintiera libre y distendida. Mi sexto sentido me mantenía alerta, pendiente de movimientos sigilosos a mis espaldas que, por más que provinieran de una anciana en pleno paseo por Manhattan, me obligaban a frenar bruscamente frente a una vidriera hasta que el reflejo me advirtiera que los pasos no le pertenecían a él.

Estuve una semana percibiendo su proximidad. Desafiaba mi propia suerte en cada esquina con el temor latente, creyendo ver su cara al doblar.
Cada vez que les comentaba sobre estas sensaciones a Lucía y a Gerardo me decían que era lógico que me sintiera perseguida, que eran las secuelas normales que dejaba un acoso.
Yo no podía definirlo aún con ese término y creo que en el fondo intentaba justificar su comportamiento hasta el punto de culparme, creyendo que le había dado motivos para ilusionarse. Tal vez una mirada inoportuna al conocerlo, en plena contemplación de sus atributos físicos o, quizás, una sonrisa entusiasta al considerar la posibilidad de tener un nuevo amigo actor a cientos de kilómetros de casa, le habían hecho pensar en mí como una posible conquista.

Me negaba a aceptar que él hubiera claudicado en su cacería. Las muestras de conducta que me había dado no encajaban con su desaparición repentina y sin cuestionamientos.
Lo imaginaba apareciendo en una escena cotidiana o al subir a un ascensor u observando mi rutina a pocos metros.

Fui incorporando nuevas costumbres: Crear señales con Lucía que con un simple sonar de mi celular al de ella le advirtieran que estaba con él, correr la cortina de mi habitación varias veces antes de dormirme hasta sentirme relativamente segura de que no estaba de pie junto a la entrada, mirándome, y hasta ceder mi puesto de cocinera a Lucía por mi temor de acercarme a la ventana.

Me había convertido en una paranoica, siempre a la espera de que alguna maniobra de Rafael me diera la razón.

Hasta que una mañana cualquiera, él se ocupó de que yo misma confirme que no me equivocaba.



Nota: El premio al blog que debería ser ficción se quedó en casa. No sé si eso es bueno o es malo, pero al menos ganamos. ¡Gracias por los votos! =) ¡Salú!

sábado, 4 de julio de 2009

A cara de perro




Bajé las escaleras casi en puntas de pie para no despertarlos.
Fui hasta el sillón y tomé mi cartera. La abrí, cuidándome de no hacer ruido, y saqué mis cigarrillos.
Necesitaba fumar aunque estuviera en ayunas.
La primera pitada me recordó el por qué nunca fumaba hasta después del desayuno pero así y todo disfrute del humo que me regalaba un poco de calma.

Sin encender las luces, y valiéndome del resplandor de la luna y los focos de la calle que se colaban en la casa, caminé hasta la cocina.
Me trepé a la mesada para tener un mejor acceso a la ventana sin que él me viera.
Hice un pequeño hueco, sosteniendo entre dos dedos las cortinas, para poder espiar.

Ahí estaba, caminando en círculos como un perro que marca territorio. Deambulaba sin rumbo entre las baldosas dejando correr las horas, a la espera de quien sabe qué.
Lo contemplé el tiempo que duró encendido mi cigarrillo. Iba y venía, y cada tanto dirigía una mirada hacia la casa como expectante.

Cuando fijó la vista a la altura de mi cuarto me paralicé. Detestaba percibir su cara de maniático en plena contemplación e imaginarme los pensamientos que cruzarían por su mente.

Dudé, porque no tenía un plan ni una vaga idea de como enfrentarlo, pero bajé de la mesada dispuesta a hablarle.
Giré la llave, saqué la traba y salí.

Sus ojos me atravesaron apenas estuve afuera.
Hubiera querido retroceder en ese mismo momento, pero me contuve.
No dejé que él se acercara y fui yo a su encuentro anticipándome a sus movimientos.


Yo:
- ¿Qué hacés acá todavía? ¿No entendiste lo que te dijo Gerardo?

Rafael:
- Se me quitó el sueño y regresé.

Yo:
- ¿Qué respuesta es esa? Si no tenías sueño hubieras ido a caminar por todo Manhattan o te hubieras ido a tomar cerveza con un amigo, pero no hay necesidad de que vuelvas a esta casa a pasearte como un gato en celo.

Rafael:
- Yo hago lo que me viene en gana, y además no molesto a nadie en la vereda.

Yo:
- A mi me molestás. ¿No te das cuenta que me despertaste? Vos y tu jugueteo con esa botellita me despertaron.

Rafael:
- No creo que haya sido eso pues no hacía tanto ruido. Más bien creo que te desveló tu consciencia, porque sabías que te habías comportado mal conmigo.

Yo:
- ¿Qué? Vos te volviste completamente loco, mi querido. Mi consciencia está tranquila, la tuya es la que debería estar alertándote de que estás jodiéndome la paciencia.

Rafael:
- ¡Vaya! Parece que la suave Miranda escondía un pequeño lobo con ganas de mostrar la dentadura...

Yo:
- No estoy para cuentos de lobos, si me cambié y bajé a verte es para que terminemos con esto. ¿No te das cuenta que no te soporto? ¿No te da la cabeza para entender que no sos persona de mi agrado y que sólo quiero que desaparezcas de mi vida? ¿ No entendés español?

Rafael:
(riendo)
- Pero que exagerada eres, Miranda. ¿Qué he hecho de malo? Enséñame dónde está mi gran pecado.

Yo:
-Ay, Rafael...sos un tremendo pelotudo. Me cansaste, me agotaste, calmaste mi paciencia. No quiero verte más,¿podés respetar eso?

Rafael:
- Lo dudo. Ya te dije que sé que no estás preparada para aceptar lo que nos pasa. El amor y el odio están unidos por hilo muy delgado. Aún no quieres aceptar lo que sientes por mí, pero lo acepto. Yo en cambio, lo reconozco y disfruto del amor que me une a tí. Te diré que se siente demasiado bello eso de andar enamorado por ahí.

Yo:
- Ah, no, ésto me supera. Se ve que es una gran pérdida de tiempo intentar hablar con vos. Estás enfermo. Medicación necesitás, urgente nene.

Rafael:
- No me gusta que me hables así.

Yo:
- Y a mi no me gusta que me persigas todo el tiempo. Entendelo de una vez.

Rafael:
- Insisto, no me gusta que me hables así.

Yo:
- Y a mi me importa tres carajos lo que a vos no te gusta.¡Basta Rafael, basta!

Rafael:
- Qué pena, Miranda que me hables así. Yo sólo intentaba estar cerca de tí, protegerte, cuidarte.
Qué pena que no puedas valorarlo.

Yo:
(irónica)
- Una pena enorme...Ahora, si me permitís, vuelvo a mi cama.


Me alejé, sin mirarlo. Crucé la entrada y luego cerré la puerta con las dos llaves más la traba.
Por la escalera bajaba Gerardo, con cara de dormido, sobresaltado por nuestros gritos en la vereda.

Le hice señas de que estaba todo bien. Insistió para saber si era cierto y con mi último gesto entendió que no le mentía. Regresó a la cama, saludándome con la mano desde el quinto escalón.

Saqué otro cigarrillo de la cartera y fumé, de pie en la cocina, dilatando lo que seguía.
Cuando creí que había pasado un tiempo prudencial, me asomé por la ventana para ver si Rafael se había ido.

Con una alegría pasajera, comprobé que no había rastros, ni de él ni de su sombra.






Nota: Una blogger que escribe muy lindo me nominó a un concurso al blog que "debería ser ficción". Aún no distingo si eso es bueno o malo, pero por si acaso me gustaría ganar. Así que si tienen ganas me votan acá. ¡Se agradece!

Como un loco




Un par de ojos se asomaban detrás del cristal.
Intentaba sonreír, pero se le notaba el esfuerzo desmedido que hacía por lograrlo.
En un acto reflejo, Lucía dejó caer nuevamente la cortina ocultando la cara de Rafael.

Ella y yo nos miramos y en una simultánea reacción ambas llamamos a Gerardo.
Se acercó corriendo para ver qué pasaba y con señas le advertimos de la presencia de mi perseverante admirador.

Pensó un breve momento frunciendo el entrecejo en busca de alguna solución. Un segundo después, abría la puerta de calle y se acercaba a Rafael. Nosotras, con paso temeroso, nos aproximamos a contemplar la escena pero desde el umbral.

Gerardo:
- Che, loco, ¿qué hacés golpeando en la ventana?

Rafael:
- Sólo vi movimiento en la cocina y quise saludarlas.

Gerardo:
- ¡A esta altura deberías estar en tu casa! Y si querías saludar tocabas timbre o llamabas por teléfono. ¿Qué es eso de aparecerte en la ventana como un fantasma?

Rafael:
- ¡Qué poco sentido del humor tienes! Vaya, me sorprendes.

Gerardo:
- Más vale que tuerzas tus patas hacia la vereda y que desaparezcas de mi casa, si no querés que te saque de otra manera.

Rafael:
- Okey, okey, ya me marcho.Uf...qué rara es la gente...

Gerardo:
- Rajá de acá, loco.¡Volá!


Rafael me echó una última mirada llena de ironía, burla y un algo más que no alcanzaba a definir.
Yo bajé la cabeza y entré, con una extraña sensación de temor que no me la esperaba. Detrás entraron Lucía y Gerardo, mientras despotricaban contra él.

Tomamos un té en el living, donde aprovecharon a darme consejos para el día siguiente. Que no me detuviera a hablarle, que era necesario que tuviera un teléfono celular, que Lucía podía acompañarme si tenía que salir, fueron algunas de las cosas que dijeron.
Yo me sentía incómoda por revolucionar sus tranquilas vidas con una historia que yo no había buscado. La culpa me invadía al recordar que ellos me habían recibido con total predisposición, que me habían conseguido un trabajo y que no me reclamaban absolutamente nada.Yo, a cambio, les trastornaba su rutina.

Nos fuimos a dormir, con la esperanza de que al día siguiente todo fuera un mal recuerdo.
Me acosté, evocando las palabras de Octavio para tratar de conciliar el sueño.


A las cuatro de la mañana, hora que marcaban los números fluorescentes de mi reloj despertador, me desperté. No sabía qué motivo había sido la causa de mi desvelo, hasta que escuché un sonido que no podía definir qué era. Sonaba a vidrio y a pasos.
Me asomé a mi ventana con vista a la calle, y lo descubrí a Rafael, un piso más abajo, jugando en la vereda con una botella a modo de pelota.

Hacía más de seis horas que Gerardo lo había echado y por alguna extraña razón él continuaba ahí. ¿Se había ido para luego regresar o siempre había permanecido ahí, observando?

Un signo de preguntaba daba vueltas por mi cuarto. Necesitaba terminar con eso, pero no podía despertar a Lucía y a Gerardo para causarles un nuevo problema.

Así que abrí el placard, saqué un jean, una remera y un par de zapatillas, y me vestí.

Era hora de enfrentar a ese loco que merodeaba por mi vida sin permiso.

viernes, 3 de julio de 2009

Marca personal



Cuando Lucía abrió la puerta lo primero que hizo fue notar la expresión de mi cara. Yo me esforzaba por hablarle con los ojos, que parecían salirse de órbita en el esfuerzo porque reconociera mi pedido de ayuda.

Rápida y astuta, me dijo:

- Se ve que cuando te fuiste estabas tan mal que hasta te olvidaste las llaves...¿ya te sentís mejor?

Noté que la eterna sonrisa de Rafael se iba desdibujando en un aparente estado de desconcierto ante la pregunta de Lucía.

- No, no me siento demasiado bien. Traté de explicarle a Rafael que había estado con una fuerte migraña, pero creo que no me creyó. ¿No, Rafael? - dije girando mi cara hacia su persona, que nunca me había parecido tan desagradable como hasta ese momento.

- Sí, me había dicho, pero no pensé que fuera tan grave - respondió

- Rafael, Rafael - dijo Lucía en tono de madre - parece que hay cosas de Miranda que no sabés. Ella sufre de jaquecas horribles, y toma medicación para eso. Yo le dije que se quedara en casa hoy, pero es tan responsable que no quiso perderse su clase de canto.

Le hice una seña a Lucía tratando de que entendiera que no hacía falta exagerar tanto.

- Ah, ya... Perdona, Miranda si te platiqué por demás en tu estado de malestar - dijo acongojado

- Ya está, ahora quisiera descansar si no te molesta - agregué con la esperanza de que hubiera entendido de que esa era una elegante forma de decir: ¡Por favor andate de una buena vez!

Pero lejos estaba de mostrarse comprensivo, o mejor dicho, su forma de querer solidarizarse con mi dolor de cabeza y mi necesidad de relajarme no eran las que yo necesitaba.

- Te preparo un té mientras tú te recuestas, ¿quieres? - me preguntó, recuperando la sonrisa perdida hacía unos momentos.

- ¡¿Qué?! - dije al punto de querer romperle la nariz de una trompada - Dije que necesito acostarme, Rafael, a-cos-tar-me. Eso te deja fuera de los planes.

- Pero yo puedo quedarme a tu lado en silencio, por si necesitas algo - agregó, sin vergüenza.

- Mirá, Rafael - interrumpió Lucía- Si necesita algo estamos nosotros para mimarla, no creo que sea un buen momento para que ella haga sociales.

- Está bien, comprendo - dijo

Creí que "está bien" significaba que había entendido, que se iría, que me dejaría descansar de su molesta presencia por lo menos hasta el día siguiente. Pero me equivocaba.

Lucía y yo lo saludamos, antes de entrar a la casa. Cerramos la puerta a nuestras espaldas y nos sentamos en el sillón del living a contarle a Gerardo lo que había pasado.

Cuando llegó la hora de los preparativos para la cena, acompañé a Lucía a la cocina para ayudarla.

Estaba en plena confesión sobre mis sentimientos por Octavio, y un detalle pormenorizado de sus mails, cuando escuchamos un ruido en la ventana.

El sonido era un toc toc persistente que obligó a que Lucía corriera la cortina.

Detrás de los vidrios, la sonrisa detestable de Rafael aparecía como un fantasma en medio de la noche.






Nota: Por una invitación que me llegó vía mail, verán que en el margen derecho del blog hay una imagen que dice VOTE. Les pido, a los que tengan ganas de colaborar, que hagan click ahí para votar mi blog, así me gano un lindo premio que prometo compartir con todos ustedes. ¡Gracias!