
- Esas cuestiones de dinero no deberían existir entre personas con un vínculo como el nuestro - dijo
- Disculpame, no te estoy entendiendo - le respondí, esperando que su próxima oración me esclareciera sus intenciones.
- Claro, Miranda, lo que intento decir es que entre nosotros existe una relación, que se está iniciando, lo sé, pero que tarde o temprano saldrá a la luz, y cuando eso ocurra y seamos una pareja lo mío será tuyo y lo tuyo será mío. Entonces, me parece absurdo desperdiciar el tiempo hablando de esa insignificante deuda.
- Sigo sin entenderte. No sé si me estás tomando el pelo o si estás consumiendo algún estupefaciente que te hace imaginar eso que me estás diciendo.
- Ay, mi bella Miranda, te me haces la difícil, pero no reniego, me gustan los desafíos.
- A ver si nos entendemos - intenté decir de manera relajada aunque sintiera que las venas de mi cuello estuvieran al borde de explotar - yo no soy "tuya", así que te pediría que retiraras la palabra "mi" cuando vaya seguido de mi nombre. Y en segundo lugar, no me hago la difícil. Simplemente no tengo ninguna intención de tener ninguna relación con vos, y de no ser por el hecho de que vamos a tener que vernos las caras todos los días, en cada función, ya hubiera huído por los techos de Manhattan con tal de no tener que cruzarte. ¿Fui clara?
- ¡Eres tan divertida! - rió fuerte y con ganas - Sabía que contigo no me equivocaba.
- ¡Pero por favor, Rafael, abrí los ojos! Soy una mujer recién separada, enamorada de otra persona, que sólo quiere reencontrarse consigo misma y volver cuanto antes a Buenos Aires para vivir feliz con el hombre que ama. Ese hombre tiene nombre y apellido, y no es precisamente Rafael - dije esperando terminar con sus fantasías - ¿Qué parte de lo que digo te deja una esperanza, una posibilidad de que yo tenga un mínimo interés en dejarme conquistar por vos?
- Está claro que no quieres reconocer lo que te pasa conmigo, pero tu mirada no miente, así que puedes decirme lo que gustes, pero mi corazón conoce nuestra verdad.
Pensé seriamente que deliraba.
Su acento y sus frases tan tremendamente absurdas, me hicieron pensar por un momento que había corrido la misma suerte que Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo y me encontraba hablando con el protagonista de una telenovela centroamericana que se escapaba de la pantalla del televisor.
Quise despedirme, diciéndole que había tenido un día agotador y que Lucía y Gerardo se preocuparían si no llegaba temprano. Añadí que quería acostarme apenas llegara porque una migraña me había torturado desde la mañana sin intenciones de abandonarme, pero el que no quería abandonarme era él.
Ninguna de mis excusas las tomó en serio, y cuando di unos pasos queriendo alejarme, noté que caminaba a la par mía, sonriente y despreocupado.
Sordo, ciego, incapacitado para entenderme y sin voluntad de lograrlo, se ocupó de asfixiarme con piropos de adolescente durante todo el viaje.
Seguía a mi lado cuando llegamos a la puerta de la casa de Lucía , mientras yo cruzaba los dedos para que a ella se le ocurriera una artimaña que lo dejara en la vereda.
Mentí diciendo que me había olvidado las llaves para que Lucía tuviera que abrirme y se diera cuenta de la situación con sólo ver mi cara. Ella era la única que podía evitarme una cena con Rafael, plagada de sus incómodos roces por lo bajo y su manera desaforada de comer.
Mientras esperaba impaciente a que se abriera la puerta, él encendía un cigarrillo con total tranquilidad, como si tuviera la seguridad de que podía ganarse un lugar en la mesa.