miércoles, 30 de septiembre de 2009

La boda- parte 4




Le hacía señas al mozo para que me recargara el vaso casi vacío mientras esperaba que Beatríz me diera una respuesta.
Con la vista nublada, tardé en darme cuenta que lo que rodaba por la mejilla de la rubia eran lágrimas y no papel picado.
Su rostro se había desfigurado, su mirada contemplaba fijamente el plato y su cuerpo no emitía ninguna señal de estar viva. La angustia o la vergüenza la habían paralizado.

De pronto, juntó fuerzas como para arrojar la servilleta sobre la mesa y atravesar el salón en busca de una salida que le devolviera el aire que había perdido. Que yo le había robado con mi pregunta.

Percibí entonces los ojos de Octavio, observándome de manera inusual, y me recordó a mi padre, con la mano en alto y un dedo sobresaliendo, encargado de retarme por haber cometido una travesura.

- Perdió el bebé, Miranda - me dijo.

- ...


No supe qué responderle y sólo hice una mueca con la comisura derecha del labio en señal de ingenua torpeza.
Pero no era ingenua. En el fondo me alegraba la noticia y temía que se me notara.
Me sentí una persona desagradable, una desalmada que merecía quemarse en el infierno. Yo había pasado por esa situación y sabía que la noticia era devastadora para cualquier mujer.
Pero no podía lamentarme. Quizás, muy en el fondo, sentía un atisbo de pena. Sólo eso.

- ¿Y por qué seguís con ella si ya no hay motivo que los una? - pregunté ante la incomodidad de los que estaban presentes en la mesa.

- No pienso mantener esta conversación con vos ahora, tengo que ir a buscarla.


Se levantó y se alejó de mi vista, dejándome con la palabra a medio decir y la copa a medio tomar.

Impotente, en medio de una situación que me convertía en la "destrozadora oficial de bodas", en lugar de calmarme y contar hasta mil, pegué un grito que hizo que el ochenta por ciento de los invitados se volteara para verme.

- ¡Vení acá, cobarde! ¡¡¡ Mentirosooooo!!!


Y ese era el principio de una pendiente demasiado empinada que me vería rodar hasta tocar fondo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

La boda- parte 3


Lo miré con mis ojos cargados de ira para después girar mi cabeza hacia Beatríz y decirle:

- Eso, soy la mejor amiga de Clara.

Me disculpé porque sonaba mi celular y me alejé unos metros de la mesa para poder atender. Era Javier.

- Hola, bonita. ¿Cómo la estás pasando?

- Genial, ni te imaginás - lo dije con ironía aunque Javier jamás lo interpretó de esa forma.

- Ay, qué suerte. No paré de pensar en vos y en como estaría saliendo todo. ¿Cómo está Clara?

- Divina, aunque creo que voy a matarla - dije espontáneamente.

- ¿Por? ¿No te dejó que te sacaras la primera foto con ella? - preguntó.

- Algo así - forcé una risa - Era chiste. ¿Vos cómo estás?

- Bien, la producción salió perfecta. Mañana ya regreso a New York, así que ya la próxima vez que te llame voy a estar acostado en nuestra cama, extrañándote más que ahora, pensando en que no veo la hora de abrazarte otra vez.

- Ya falta poco, amor.

- No te noto muy efusiva. ¿Pasa algo?- preguntó.

- No, tal vez sea el efecto del alcohol.

- ¿Tomaste mucho?

- Demasiado si tengo en cuenta que la fiesta aún no empezó y que no probé bocado.

- ¡Mir, controlate! No sea cosa que arruines la fiesta.

- No, no, quedate tranquilo. (la fiesta ya está arruinada, pensé)

- Bueno, cielo, me tengo que ir a la cena de cierre. Hablamos mañana, divertite mucho y besos a Clara. Te quiero.

- Yo también- dije fríamente - Cuidate.


Apenas corté, me ubiqué en el asiento que me correspondía. Al lado de Lucía y justo frente a Octavio y compañía.
El aire se cortaba con el filo de un cuchillo y, a excepción de Beatríz, nadie emitía sonido.

"Oti", ¿viste que lindas las flores del centro de mesa?, "Oti", abrazame que tengo frío, "Oti", servime un poquito más de agua.

Oti, Oti, Oti... El eco de su vocecita aguda en mis oídos me invitaban a fantasear con la idea de clavarle el taco aguja del zapato de Lucía en medio de los ojos o de tomarla de la nuca y aplastar su cabeza en medio del salmón ahumado que habían servido de entrada.

Metí dos bocados de pescado en mi boca y al menos un cuarto litro de vino.
Cuando trajeron el plato principal, mi estómago ya se había empalagado de "Otis", "Bichis" y "Cuchi Cuchis", impidiendo que pinchara aunque sea una papa a la crema.

El único anzuelo para permanecer sentada en esa mesa y soportar el franeleo constante de la rubia insípida era conservar mi copa siempre llena. El mozo ya había optado por mantenerse a mis espaldas para no tener que correr ante cada uno de mis llamados.

Me di cuenta que me había excedido con el alcohol cuando quise ir a hablarle a Clara y caminé hasta la mesa principal flameando como un barrilete entre el resto de los comensales.

- Clara, ¿por qué mierda lo sentaste a Octavio en mi mesa? - dije deslizando las palabras con menor velocidad que la usual.

- No, negra, no fue mi culpa - dijo angustiada - A último momento cancelaron Oscar y la mujer porque parece que a ella la operan de urgencia mañana y la gente del salón los reacomodó. Le dije al Tano que hiciera algo, pero empezamos a discutir, porque él es su amigo, ¿viste? y bueno, no daba tampoco que nos casáramos peleados. ¿Entendés?

- Si, si... -balbuceé - Okey.

Me alejé sin dejar que Clara terminara de completar lo que estaba diciendo.
Vi como los mozos se movían en círculos, al igual que el resto de los invitados. Todo giraba en mi cabeza. Mi cabeza era la que giraba.

Me senté nuevamente en mi lugar y sin razonar ni un segundo, escupí lo siguiente:

- ¿Y? ¿Qué tal el embarazo, nena? ¿Ya le pediste a "Oti" que se case con vos o pensás ser una madre soltera?


Sentí el pie de Lucía golpeándome a la altura del tobillo y noté que Gerardo centraba su mirada en el plato de comida.
Después, el movimiento incómodo de Octavio en la silla y los ojos desorbitados de Beatríz que parecía estar a punto de llorar.

Y de golpe, me convertí en la bruja más sexy y más borracha de la fiesta...








miércoles, 23 de septiembre de 2009

La boda- parte 2



Llegó el día añorado por Clara, el de la ceremonia por Iglesia y la fiesta.
Estuve con ella en todo momento y hasta me cambié en la habitación del hotel donde pasarían la noche de bodas.
Ella estaba tan linda como jamás la había visto. Rebelde como siempre, había optado por un vestido color crudo en lugar del tradicional blanco. Un escote profundo dejaba su espalda al descubierto y un ramo de camelias y rosas, sostenido entre ambas manos, daba el toque preciso para que estuviera realmente hermosa.


Ya en la Iglesia, me ubiqué en la primera fila de asientos junto a la familia de mi amiga. Nerviosa ante la espera por verla entrar comencé a observar a la gente ubicada en los asientos posteriores.
Cinco filas más atrás pude distinguir a Octavio, que esta vez no estaba solo. A su lado, una rubia desteñida que le llegaba casi al hombro, gracias a los diez centímetros que le añadían sus tacos, miraba a su alrededor con cara de aburrida. Tenía un vestido verde, de ese verde que no es ni el de la esperanza ni el de los árboles. Un verde insípido que combinaba a la perfección con su apariencia.

Sonó la marcha nupcial y se abrieron las enormes puertas de acceso para dar paso a la novia, visiblemente emocionada. Fui testigo de la mirada que intercambiaron con El Tano cuando por fin estuvieron juntos frente al altar. Una mirada del amor más profundo que me llenó de nostalgia. Alguna vez yo había sentido lo mismo por Manuel... ¿cuánto duraba el amor y el destello en los ojos? ¿Cómo podía morir esa sensación de que el otro es la excusa perfecta para sentirnos felices?


Ya en el atrio pude abrazar a los recién casados y dejar una estela de rimmel en la mejilla de Clara, que hacía fuerza por contener las lágrimas y sonreía iluminando la noche.
Cuando noté que Octavio se acercaba a saludar, me escapé a los jardines laterales para fumar un cigarrillo. No quería cruzar palabra con él, ni mucho menos verme obligada a padecer la presentación de su nueva novia...



La recepción del salón estaba delicadamente decorada en color marfil, con pequeños arreglos de flores y velas.
Me convertí en la sombra de Lucía y Gerardo para no quedarme sola y accesible para Octavio. Lucía me pellizcaba el brazo cada vez que él andaba cerca para que yo pudiera girar hacia el otro lado. Sólo me movía con naturalidad para alcanzar algún trago de la bandeja del mozo.
Al momento de ingresar al salón principal, ya había tomado tres copas de champagne y dos daikiris.

Las puertas se abrieron y caminamos buscando nuestra ubicación en una mesa. Una tarjetita con nuestros nombres nos indicaba que debíamos sentarnos junto a la mesa principal. Sin duda Clara quería tenernos cerca en esa noche tan especial.
Leí el resto de los nombres: Lucía, Gerardo, Julio (el primo de Clara), Octavio, Beatriz.

No alcancé a recuperarme del asombro cuando vi acercarse a Octavio y a la rubia -que sin duda debía ser Beatriz- buscando su lugar en la mesa.

- Parece que es acá - dijo ella con la misma cara de aburrida que le había visto en la Iglesia.

Sentí el pellizcón de Lucía y le devolví el gesto con el pie, tratando de expresarle mis ganas de desaparecer en ese mismo instante.

- Hola, Miranda - dijo Octavio - Ella es Beatriz, las presento.

- ¿Qué tal? - dije mientras acercaba mi mejilla a la de la pigmea sin intenciones de mostrarme amable.

- ¿Vos sos...? - preguntó curiosa.

- Yo soy - comencé a decir, llena de ironía, revolviendo en mi mente para encontrar una frase letal, justo cuando Octavio me interrumpió.

- Ella es la mejor amiga de Clara - dijo.


Miré a mi alrededor. Las copas dispuestas sobre la mesa, los cubiertos a ambos lados de los platos, las sillas vestidas con una funda clara.
Y no pude decidir cual de todos los objetos usar para revolearle por la cabeza a Octavio ante su desubicada respuesta que me dolía en el medio del alma.

martes, 22 de septiembre de 2009

La boda - parte 1



Traté de acompañar a Clara en todo los preparativos. Elegimos juntas el tocado y los zapatos y hasta le sugerí que le agregara más volumen a la cola de su vestido.
La ceremonia de civil fue el primer encuentro que tuve con Octavio, al que fue solo.
Clara - intentando preservarme de una crisis neurótica- había omitido contarme que así como yo iba a ser testigo por su parte, El Tano había elegido a Octavio para que lo fuera por la suya.
Así que ahí estábamos los dos, a ambos lados de la feliz pareja, fingiendo una sonrisa y una calma artificial.

Tenía pensado no hablarle ni mirarlo, pero comprobé una vez más que hay cosas que me propongo que finalmente no puedo llevar a cabo y sólo quedan en la mera intención de mi mente.

- ¿Te dieron permiso para venir? - le pregunté mientras esperábamos a los novios para cumplir con la tradición de arrojarles arroz.

- No seas irónica. Sabés que yo no tengo que pedirle permiso a nadie.

- Yo no opino lo mismo - contesté, siempre dándole la espalda con la excusa de estar atenta a la aparición de mi amiga.

- ¿ Y a vos? ¿A vos te subieron al avión y te despidieron desde abajo?

- ¡Por favor! No vino por cuestiones laborales.

- Bueno, ella tampoco vino por lo mismo. ¿Ahora qué sigue? ¿Por dónde pensás atacarme?

- ¿Atacarte? ¿Yo? No tengo intención de atacarte, ¡qué sentido tendría? - repliqué.

Los novios atravesaron la puerta y los gritos de festejo de parientes y amigos me impidieron escuchar lo que continuó diciendo Octavio.
Me preocupé por abrazar a Clara y volcarle un puñado de arroz en el escote de su vestido azul. Después posamos para la foto y nos distribuimos en distintos autos para llegar al lugar del almuerzo.

Supe por mi amiga que Octavio sólo se quedaría una hora ya que tenía una reunión laboral que le había sido imposible posponer.
Después del plato de entrada noté en sus movimientos que había llegado el momento de retirarse y respiré aliviada cuando vi que comenzaba a saludar a los presentes y se despedía hasta el día de la fiesta.

Se acercó a saludarme, me miró a los ojos y después de darme un beso en la mejilla me dijo al oído:

- No tuve oportunidad de decirte que me alegro de verte y que estás cada día más linda.

Y así, mientras yo sostenía un grisín en mi mano derecha, lo vi alejarse entre en los invitados.


Esa fue la primera vez en que me sentí débil ante sus encantos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mi Buenos Aires querido



- ¿Tenés todo listo? - la escuché decir a Lucía- No me hagas como la última vez que te olvidaste todos los regalos en casa.

- No, tengo todo - le respondió Gerardo sonriendo como si recordara el episodio.

- Bueno, vamos saliendo entonces - dijo Javier sin dejar de acariciarme la mano.


Después de desayunar los cuatro en la casa de Lucía a modo de despedida, era hora de que Javier nos llevara al aeropuerto John F. Kennedy.
Manejó casi veinte kilómetros al sur de Manhattan sin dejar de repetirme lo mucho que iba a extrañarme y que trataría de llamarme todos los días. Me pidió que me cuide, que disfrute, que aproveche y todas esas cosas que uno le desea a alguien que quiere cuando está a punto de viajar.
En el asiento trasero, Lucía y Gerardo repasaban mentalmente el contenido del equipaje para confirmar que nada había quedado olvidado sobre la cama o el sillón.

La despedida me partió el corazón. No hubo llantos ni dramatismo pero sí una mirada intensa y un abrazo prolongado que hubiera querido que se me tatuara al cuerpo. Cuando abordé el avión y me senté junto a la ventanilla del asiento veintidós, aún sentía el perfume de Javier impregnado en mi pelo.



Después de un vuelo tranquilo, en el que aproveché para hablar en detalle con Lucía sobre mi relación con Javier y el miedo que me daba enfrentarme a Octavio, llegamos a la tierra conocida y anhelada, al lugar donde esperaban los afectos.
Corrí a abrazar a Clara, que aguardaba de pie junto al Tano en el hall de arribos, visiblemente emocionada. Toqué su panza, apenas crecida, y lloré como una loca imaginando a mi sobrino.

Estaba feliz de estar otra vez en mi Buenos Aires querido aunque fuera el inicio de unas vacaciones tormentosas de las que me arrepentiría en un futuro.
Y no precisamente por Clara.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Cambio de planes

Todo estaba arreglado para el regreso triunfal(?) a Buenos Aires. Sendos pasajes, ropa para la fiesta, algunos regalos para los amigos y, lo más preocupante, el trabajo. Había podido organizar las fechas de las campañas para que me quedaran veinte días libres y hasta había diseñado un cartel imaginario que dijera: Vuelvo pronto, esperenme.

Faltando tres días para el viaje, una noticia arrasó como un Tsunami con mis planes.




- Gorda, sentate que tengo algo para decirte - me dijo Javier esa noche, mientras cenábamos en la tranquilidad de su departamento.

- Ay, que cara, Javi. ¿Qué pasó? ¿Me preocupo? - contesté dejando el tenedor al costado del plato.

- No es para preocuparte, pero sin duda te va a fastidiar la noticia.

- Por favor decime, sabés que soy ansiosa.

- No voy a poder viajar - contestó sin anestesia.

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? - pregunté todo junto, mientras acomodaba la frase de Javier en el casillero de las desilusiones de mi vida, que para entonces estaba lleno.

- Salió un trabajo en Roma. Es una campaña para Nike, pagan demasiado bien y encima engrosa mi currículum - respondió.

Traté de razonar un segundo. Debía dejar mi decepción de lado y entender a Javier pero ¿podía hacerlo? Ir sin Javier a Buenos Aires era darle lugar a Octavio para que pensara que seguía esperándolo, era dejarle un espacio a la Rubia oxigenada para que se burlara de mi soledad. ¿Podía hacer a un costado mi propio ego y decirle a mi novio que lo felicitaba? Tal vez no pude como lo hubiera hecho hoy en que tengo otra perspectiva, pero algo parecido a esto fue lo que le dije:

- Eso es positivo para vos, ¿no? Así que mala suerte para mí.

- Che, no es mala suerte para vos. Vas a estar compartiendo un momento único en la vida de tu amiga y quien sabe ni notes mi ausencia de tanto que vas a querer estar con ella. Dale, cambiá la cara, que una vez que pase el casamiento estamos juntos otra vez.

- Si - dije poco convencida- tenés razón. Supongo que todo pasa por algo, así que en algún momento encontraré la explicación para la cancelación de tu viaje.


Por supuesto que la explicación llegó la noche de la boda y se ubicó justo delante de mis ojos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vestida para la ocasión





Estaba tan feliz con la noticia de Clara que me olvidé por completo de las fotos y la carta de Manuel y corrí a abrazar a Javier, llena de emoción.










- ¿Vas a venir, no? - le pregunté.

- ¿Estoy invitado?

- ¡Obvio! Es mi mejor amiga, como una hermana te diría. Por supuesto que estás invitado.



- Entonces vamos - sonrió - Hace bastante que no ando por Buenos Aires, así que me parece una buena excusa para visitar a mis afectos.


Le devolví una enorme sonrisa mientras mi cabeza festejaba a escondidas la idea de que Octavio me viera acompañada. Me sentí humanamente mal por mi pensamiento, pero no podía evitarlo. No quería aparecer sola en esa fiesta a la que él seguramente iría acompañado por la "rubia oxigenada" luciendo el embarazo.
Al llegar a ese punto de mi reflexión sentí una mano estrangulándome la boca del estómago y percibí que mi rostro se transformaba sin poder ocultarlo.

- Estás pálida - dijo Javier.

- Debe ser porque al final no desayunamos - mentí - Dale, tomemos el café y vayamos de compras. Necesito un lindo vestido de fiesta para el casamiento de mi amiga.

- Ya veo en qué vas a gastar tu nuevo sueldo. Mujeres... - suspiró Javier.


Traté de concentrarme en el hombre que tenía frente a mis ojos. Incapaz de negarse a un plan que me incluyera como compañía, siempre dispuesto a complacerme y mimarme sin oponerse a mis caprichos.

Salimos de recorrido por el Soho, donde me compré un vestido negro de organza con una faja en la cintura y un par de sandalias soñadas, decoradas con una flor marfil, único toque de color para la ocasión.

Javier sólo se compró una corbata. Tenía un traje apenas estrenado y zapatos a los que sólo les faltaba un buen lustre.

Tomamos un Creme Caramel con dos cookies en Starbucks y nos olvidamos del almuerzo.

Apenas regresamos al departamento tomé prestada la notebook de Javier para escribir un mail.


Amiga, ya tengo la ropa para tu fiesta. ¿El regalo te lo compro acá o espero a estar en Buenos Aires? Contame si ya te hiciste ecografía...¡quiero ver a mi sobrino! (dije sobrino en lugar de sobrina, así que como soy medio bruja andá pensando nombres de varoncito).
En quince días estoy por allá así te ayudo con los últimos preparativos.
Viajo con Javier, me imagino que está invitado...Por favor ubicanos lejos de la mesa de Octavio.
Gracias Clari, no veo la hora de darte un abrazo.
Te adoro, Mir.


Claro que a mi nunca me salían los planes tal como los pensaba.




martes, 15 de septiembre de 2009

Casamiento con yapa.



- ¡Clara, qué lindo escucharte! - fue lo primero que dije.

- Amiga, se te escucha bien, ¿ o me equivoco? - preguntó.

- No, bueno, estoy bien, aunque siempre hay algo que opaca la felicidad.

Le resumí el episodio con Manuel y escuché los insultos de Clara recordando nuestra época de espías ambulantes. Después de alentarme, continuó con su relato.

- Te llamo para contarte algo - dijo.

- Soy toda oídos - le contesté a la espera de sus palabras.

- Me caso - dijo emocionada.

- ¿¿¿Qué??? - fue lo que atiné a decir - ¿ Con el Tano?

- Y si, Miru - rió - ¿con quién si no?

- Ay, perdoname, es que me dejaste tarada con el notición. ¡Me muero de alegría! ¿Vos estás feliz?

- Muy feliz, casi me caigo cuando me lo propuso. Lo hubieras visto, te morías de ternura. Quiso hacerlo como en las películas y le salió mal - volvió a reír - el anillo salió rodando en pleno restaurante y tuvo que pedirle al camarero que lo ayude rescatarlo de atrás del mostrador. Para colmo, cuando por fin lo tuvo nuevamente en sus manos, resultó ser tan grande que hasta me bailaba en el pulgar.

- Me lo imagino, siempre tan torpe. Al menos tendrán una linda anécdota para contarle a sus hijos.

- Claro, Mir, al que está en camino - dijo aprovechando el pie.

- ¿ Es una broma? - pregunté desorientada.

- No, no, ninguna broma. Vas a ser tía y madrina y todo lo que quieras ser.

- ¡Me vas a matar de un infarto! ¿Cómo hago para abrazarte a miles de kilómetros, Clara?

- No te preocupes, me los das todos juntos cuando vengas - respondió.

- ¿Cuándo? ¿Cuándo tengo que ir? - pregunté.

- Me caso el tres del mes que viene, antes de que se me empiece a notar la panza. Así que andá comprándote el vestido. Quiero que seas la más linda de la fiesta y que te luzcas con tu novio nuevo ante la mirada de Octavio.

- Me había olvidado de ese detalle. Gracias por recordarlo - dije con el tono de voz opacado.

- Olvidate, que si este Javier es tan increíble como me contaste en el mail, Octavio pasa a la historia.



La frase de Clara me hizo recordar que Octavio estaba ahí, pendiente. Era un punto suspensivo, un párrafo sin terminar.
Tal vez el casamiento de Clara era la oportunidad perfecta, que me regalaba la vida, para poner fin a las idas y vueltas con él y para recuperar las pruebas que me hacían falta para enfrentar a Manuel.

De algún modo, el destino se ocupaba de encaminar aquello que yo dilataba para que pudiera liberarme de aquello que de a ratos me asfixiaba.

Caído del cielo



Me quedé inmóvil, sosteniendo la carta con una mano y las fotos en la otra, mientras Javier hablaba.

- Pero este tipo está enfermo.

- Bueno, supongo que tiene una forma extraña de demostrar lo que siente por mí - contesté.

- No, no, esto no es amor, Miranda. Tal vez pudo haberlo sido, pero creo que un hombre que intenta negociar que vuelvas a su lado usando este tipo de herramientas es un pobre tipo al que yo no le temería - agregó.

- Es que ya no le temo, es sólo una cuestión de amor propio lo que está en juego acá. Es difícil que lo entiendas pero Manuel sabe que no es de dinero que estamos hablando. Cuando tuve que quedarme en Nueva York sin un centavo lo hice y acá estoy... hay algo más en todo esto.

- No entiendo entonces. ¿Qué más pretende? - preguntó con curiosidad.

- Me está desafiando, sabe que puedo ser muy astuta si me lo propongo y quiere que me enrede en su juego.

- ¿Y que vas a hacer?

- Demostrarle que no se equivocó al creerme capaz.

- Explicame, amor, porque me está faltando un capítulo para entenderte.

- Yo tengo pruebas de que él fue infiel mucho antes que yo, así que dificilmente pueda ganar un juicio por adulterio como dice.

- ¿Dónde las tenés? - preguntó Javier.

- En Buenos Aires.

- ¿Y pensás volver?

- Depende.

- ¿De?

- De como siga la historia. Si Manuel hace otra movida voy a tener que volver. Por ahora sólo me queda esperar.

- Bueno, contás con mi apoyo, decidas lo que decidas.


Guardé todo en el sobre y lo arrojé a un costado de la cama mientras Javier terminaba de preparar el desayuno. Me recosté sobre la almohada con la mirada fija en una grieta del techo a la que apuntaba directamente el único rayo de sol entrante.
Sentí una extraña sensación de calma, inusual para el momento. Sabía que tenía suficientes pruebas para enfrentar a Manuel y ganar la pulseada, lo que en el fondo no entendía era por qué motivo me involucraba en el desafío cuando hubiera sido más fácil ver derribada mi autoestima a cambio de mi libertad. Definitivamente, mi orgullo no se negociaba.

Javier venía hacia la cama cargando una bandeja con dos tazas de café y tostadas cuando escuché el sonido de mi celular. Se detuvo a esperar de pie, atento a mi reacción, mientras yo corría el cierre de mi cartera en busca del teléfono.
Su rostro recobró la calma, junto con el mío, cuando del otro lado de la línea una voz familiar se ocupó de extinguir el fantasma de Manuel .

El llamado de Clara era un regalo del cielo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Lo que escribió Manuel


Miranda:

No creo que te sorprenda demasiado el contenido del sobre. Sos inteligente, aunque no tanto como este abogado... deberías haberlo tenido en cuenta.
Esto es simple, la burla a la que me vi sometido en este viaje (sin contar las anteriores), me hicieron tomar una determinación. Te aclaro que sólo una parte de mi se jacta de esta maniobra, la otra, la que aún sigue enamorada de vos, está apenada, aunque te cueste creerlo.

Pero bueno, es hora de dejar el corazón de lado. Sabés que puedo ser frío sin demasiado esfuerzo, de lo contrario no habría defendido a gente indefendible.
Voy al grano. Las fotos que tenés en tus manos son sólo una muestra de las que tengo en mi poder. Tengo varias en las que el detective (sí, ese señor con quien me viste era un detective privado que por una generosa suma me regaló esta posibilidad impagable de que entres en razón), utilizó las bondades del zoom y pudo obtener una imagen casi perfecta de un beso de ustedes. Qué romántico, ¿no? Lástima que tu amorío te vaya a costar caro. Realmente espero que ese fotógrafo valga la pena, Mirandita...
Ay, ay, no había tenido posibilidad de hacer esto con el flacucho (¿Octavio era?) porque la hiciste a escondidas, pero esta vez me desquité con ganas.

El trato es este: Te doy una última oportunidad de que recapacites, me pidas perdón como corresponde y vuelvas a casa, a continuar con la vida de siempre. De lo contrario, estas fotos se convertirán el inicio de una causa de divorcio por adulterio.

¿Y sabés qué? Lo gano. Y vos...vos te quedás sin una moneda, teniendo que trabajar para mantenerte y con una mancha negra en el expediente de los fracasos.

Saludos a los dos y que tengan un lindo día...


Manuel *********

Marioneta



Fueron siete días de progreso.
La campaña de ropa deportiva había sido un éxito y eran el origen de nuevas propuestas.
Fue mi primer contrato para un comercial en televisión en el que se me veía apenas, apoyando mi mano sobre el hombro del protagonista que posaba de manera seductora entre varias mujeres.
Javier festejaba mis nuevos logros como si fueran propios y lo que había comenzado como un mero salvavidas en una época gris de mi vida, en pleno intento de vengarme de Octavio, se convertía en un motivo nuevo para sonreír cada mañana, cada tarde y cada anochecer.
Había encontrado un cómplice para mi travesía, un hombre dispuesto a dar sin escatimar, que no negociaba en cuestiones de amor como si se tratara de un convenio laboral. Entendía mi pasado sin cuestionarlo y miraba siempre hacia el futuro incluyéndome en todos sus planes.

Estaba atravesando mi mejor momento hasta que llegó el séptimo día y la creación del enemigo salió a la luz.

Javier solía despertarme con el desayuno, salvo esa mañana. Al abrir los ojos, en lugar de que una bandeja con café recién hecho me diera los buenos días, descubrí un sobre y una mirada extraña en los ojos de mi galán, que me pedía que lo abriera.

- Tiene tu nombre, lo pasaron por debajo de la puerta - me dijo.


Rompí con impaciencia el extremo superior del sobre y saqué el contenido.
Javier se sentó a mi lado, sin ocultar una ansiedad que fue mutando hacia el asombro cuando vio lo que lo sostenían mis manos.

Siete fotos de nosotros.
Siete abrazos y siete besos.
Siete momentos de amor estampados en un papel fotográfico.

En el sobre había más.
Una larga carta de Manuel intentando convertirme en su marioneta.




jueves, 10 de septiembre de 2009

Una sombra en el espejo



El trabajo nuevo era mejor que lo que había soñado.
Mi miedo a que compartir el ámbito profesional y el laboral fuera desgastando la relación se fue evaporando con el paso de los días, cuando descubrí que las horas en que debía posar frente a su lente nos regalaban una intimidad diferente, un motivo más para involucrarnos el uno con el otro.

Mi primera foto publicitaria fue para una marca de ropa de deportiva. Fue extraño verme en casi todas las revistas y hasta en algunos afiches de la vía pública. Cada vez que pasábamos delante de alguno, Javier me abrazaba y me decía:

- Tengo que acostumbrarme a tener una novia que va a estar en todas las paredes de New York. Eso sí, nadie sabe todavía que sos mucho más linda sin maquillaje, cuando te despertás al lado mío.

Y me transportaba por un instante a un lugar de felicidad que me costaba reconocer como propio, pero que sin embargo sabía que me pertenecía.

Claro que ese paisaje de bienestar y de amor sano y correspondido estaba lleno de fantasmas.
Manuel merodeaba. Era notoria su presencia en todas partes aunque yo prefería disimular mi sospecha ante Javier para evitar que sucediera lo mismo que en el primer encuentro y que volviera a quedar con su cara desfigurada.

Una noche, a la salida de la agencia, confirmé mi sospecha. Lo vi a Manuel hablando con un hombre en la vereda de enfrente. De reojo me miraba. Nos miraba.
Yo hice tiempo comprando un café para llevar por la ventanita del local de al lado para poder seguir sus movimientos a través del reflejo en la vidriera.
Ambos seguían ahí, esperando y hablando casi nada.

Todo el camino a la casa de Javier continuaron siguiéndonos a unos veinte metros, hasta que Manuel desapareció y sólo quedó ese hombre, caminando detrás nuestro.
Javier no tenía la menor idea de lo que ocurría a sus espaldas y hablaba de cosas que al día de hoy no recuerdo. Yo estaba pendiente de ese ser anónimo que nos vigilaba con quien sabe qué intención.

Conviví seis días con el fantasma de Manuel. Cada noche, antes de acostarme, me parecía ver su sombra en el espejo del baño, como en las películas de suspenso, en las que el asesino se esconde en la bañadera hasta que su víctima descorre la cortina y le clava el puñal en el pecho.

Dormí poco, siempre expectante y alerta.
Hasta que a los siete días algo ocurrió y la sombra de Manuel se convirtió en una amenaza concreta.

Preso y prófugo



Manuel quedó detenido durante cuarenta y ocho horas.
Yo no me acerqué a verlo, ni me preocupé por él, pero le pedí a Lucía que me averiguara.

De lo que me encargué fue de explicarle a Javier como había sido mi matrimonio. Si bien algo le había contado, creo que la situación y el golpe que había recibido merecían un detalle minucioso de la historia.
Entendió sin cuestionar. Preguntó apenas lo justo como para comprender ciertas situaciones, sobre todo aquellas que involucraban a Laura.
Cuando terminé el relato, sólo me dijo unas palabras:

- Creo que deberías cuidarte de ese tipo, está obsesionado con vos y eso puede ser peligroso.

Si bien Manuel no me producía miedo era cierto que su inteligencia, aplicada desde el lado del rencor, podía convertirse en un cuchillo filoso destinado a lastimar cada momento de mi felicidad.
Yo sólo quería que Manuel estuviera lejos, que reconstruyera su vida sentimental junto a la loca y que me dejara hacer lo propio.

Las cosas con Javier mejoraban día a día, al igual que su labio que cicatrizaba sin marcas más allá de una leve hinchazón.


Como era de suponerse, Manuel había quedado en libertad.
Lo que no supimos fue ni como salió, ni si había regresado a Buenos Aires.

Con el transcurso de los días, la ausencia de Manuel comenzó a molestarme. Por más que me esforzara en creer que todo había pasado, que Manuel ya estaba a miles de kilómetros y que yo volvía a ser libre, algo en mi interior no me permitía encontrar la calma.

Así que le pedí a Javier que me hiciera un favor. Marqué el número del estudio de Manuel, encendí el altavoz y le pasé el teléfono a él para que hablara, evitando que cualquiera reconociera mi voz.

- Buenas tardes, necesitaría hablar con el Dr. Manuel ****** - preguntó Javier.

- El Doctor no se encuentra - pude escuchar que respondía la secretaria.

- Ah... ¿podría indicarme cuando ubicarlo? - insistió.

- No sabría decirle, señor. El Doctor está de viaje y no tiene prevista fecha de regreso.


Mi sexto sentido no fallaba nunca.
Manuel no estaba en Buenos Aires, ni pensaba estarlo por el momento.
El único lugar en que Manuel pretendía estar era cerca mío.

Sólo bastaba con mirar alrededor o tener paciencia, hasta que diera una señal.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El dueño del puño





- ¡Manuel! ¿Qué hacés, te volviste loco? - fue lo único que alcancé a decir mientras veía a Javier caer sobre la vereda.

Se incorporó despacio, casi sin reacción, mientras Manuel permanecía quieto, paralizado por su impulso desmedido. Yo me acerqué a Javier, y con el borde de la remera le sequé el hilo de sangre que le caía desde el labio hacia la pera. Como un murmullo oía las palabras de Manuel.

- ¡¿Qué pretendías?! Recorro miles de kilómetros para verte y te encuentro con otro tipo.

Lo ignoré, pero él seguía con su monólogo.

- Ahora resulta que ni siquiera es Octavio, otro pobre cornudo ese. Resulta que estás con otro tipo, franeleando en plena calle. La puta madre, con quién me casé, con quién...

Repetía la misma frase sin parar como un disco rayado "con quién me casé", como si yo fuera una desgracia y él la máxima expresión de la honestidad.

- Terminala - le dije - te volviste completamente loco. Vos y yo estamos separados, y quiero el divorcio. Ya, ya mismo lo quiero. ¿Escuchaste? Si viniste a verme fue porque no respetaste mi opinión. Te dije que no viajaras. Ahora es tu problema. Todo lo tuyo dejó de ser de mi interés hace rato. Volvé con la loca, a ver si mientras estás acá se quiere ahorcar con la soga del tender, imbécil.


Javier me abrazaba, sin emitir sonido, mientras con la mano que tenía libre sostenía un par de pañuelos descartables intentando frenar la sangre.
La gente comenzó a agolparse, disfrutando del espectáculo nocturno, salvo dos hombres que se acercaron con la intención de mediar en la pelea y de ver en que estado se encontraba Javier.

- Ya llamamos a la policía - comentó el más viejo de los dos hombres.

- ¿Qué? ¿A la policía? - preguntó Manuel desorientado - A ella deberían meterla presa por adulterio.

- Gracias - respondí mientras se oían las sirenas - parece que están llegando.

Le regalé una mirada desafiante a Manuel que fruncía el ceño manifestando su rabia.

- Ahí llegaron, ¿ves? Ya no vas a tener que alquilarte un auto para pasear por New York. Ahora tenés uno con chofer y todo, Manuel - le dije con ironía.

- Sos una mierda, me las vas a pagar - alcanzó a responderme antes de que dos hombres uniformados se acercaran a registrarlo.

Javier me miraba seguramente sin entender a qué se debía mi enorme sonrisa.

-

jueves, 3 de septiembre de 2009

In Fraganti



El sábado siguiente fue mi última función.
Laurie entendió mi alejamiento de la obra y hasta se mostró feliz. Me alegro de haberte dado una pequeña mano - dijo - ahora ya podés seguir sola.

Rafael no lo tomó de la misma manera. Una vez que se bajó el telón, se acercó a reprocharme el porqué de mi abandono (?). Lo ignoré, sabiendo que era la mejor alternativa y, además, gozando de la seguridad que me daba el sentirme nuevamente acompañada por una figura masculina como la de Javier, quien me esperaba en el camarín.

Hacía apenas unos días de nuestro primer encuentro pero Javier no escatimaba a la hora de manifestarme su interés. Me pasaba a buscar por el teatro y cenábamos en algún restaurante o cocinaba en su departamento. Siempre me traía flores o algo que le hubiera hecho recordarme durante el día, como un libro de fotografías de actrices de los años cuarenta que me dio apenas terminó la función.

Me despedí del elenco y le di un fuerte abrazo a Laurie, prometiéndole una cena de agradecimiento para cuando quisiera venir a visitarme. Rafael me dio la espalda cuando me acerqué a saludarlo, supongo que fastidiado por la presencia de Javier.

Salimos del teatro, abrazados y aislados del mundo, completamente concentrados en la mutua compañía y en ese idilio de los romances repentinos.
Cuando estábamos por cruzar la calle, mientras esperábamos la luz verde del semáforo, me sorprendió con un beso de esos que tienen el encanto del impulso, hasta que algo me distrajo.

Una voz familiar, cargada de furia, gritaba mi nombre en plena calle.

- ¡Miranda, hija de puta!

Fue lo último que escuché antes de que el primer puño impactara en la cara de Javier.